Lo primero que apunta el articulista del diario Público es que, si se celebrara un referéndum para decidir si lo que merecemos es una monarquía o la tercera república, el resultado a favor de la segunda no estaría muy seguro, a lo que me permito añadir con todo mi pesar que tal resultado posiblemente fuera adverso. Las últimas líneas de Torres aluden a la entrevista emitida recientemente en un canal de televisión a Victoria Federica, nieta del rey que robó, y que acaparó la mayor audiencia entre el respetable, según llamábamos antes al público. Una ciudadanía que considera dignos de atención el gusto por el fideuá de la mentada y la broma de meter petardos en los cigarrillos de sus amistades, no merece a juicio de este discreto Lazarillo más que una monarquía de encarnación divina a lo Sostres.
David Torres
Dicen que a estas alturas de la película va siendo necesario un referéndum para elegir entre monarquía y república, pero yo no estaría muy seguro del resultado. Los borbones ejercen sobre los españoles una extraña y malsana fascinación, un embrujo similar al que desprendía Falconetti en los años setenta, Jota Erre allá en los ochenta o los peores concursantes de Gran Hermano en cualquier momento. A veces da la impresión de que sin los borbones podría extinguirse España tal y como la conocemos, del mismo modo que sin Jota Erre era imposible que siguiera adelante Dallas. Con toda seguridad, que España se quite de encima la lacra monárquica sería una excelente noticia, pero, por desgracia, vivimos en un mundo donde la inmensa mayoría del público eligió a Hannibal Lecter como el candidato ideal para compartir una cena, sin caer en la cuenta de que ellos iban a ser el segundo plato.
Esto de descubrir una veta malévola en los borbones lo aprovechó hasta la Marvel hace veinte años, cuando el dibujante Mike Mayhew se inspiró en el uniforme de gala del rey Juan Carlos para dibujar a Magneto. La Zarzuela protestó en su día, aunque viendo la posterior (y anterior) trayectoria del rey emérito quien debería haber protestado era Magneto. A fin de cuentas, el poder sobrehumano del mutante para imantar metales era una auténtica mierda comparado con la facultad monárquica de atraer fortunas, donaciones y comisiones de cualquier tipo, por no hablar de su habilidad para eludir la acción de la justicia y la persecución de Hacienda, aunque le pillen con las manos pringadas en cuentas en paraísos fiscales, cuentas opacas e incluso en fajos de billetes que introducía en Barajas a través de sus asesores suizo
La compleja operación de lavado de cara monárquico (en inglés, kingwashing) fue llevada a cabo con premura y precisión mediante el procedimiento quirúrgico de extirpar a Juan Carlos de la corona, una cirugía que no acabó de salir bien del todo si tenemos en cuenta que el rey Juan Carlos sigue siendo inviolable e irresponsable gracias al apartado 3 del artículo 56 de la Constitución -un artículo que, la verdad, parece redactado por Al Capone-. Con lo cual, no sólo la república está más lejos que nunca, sino que, técnicamente, disponemos de dos monarcas, uno en La Zarzuela y otro en Abu Dabi, uno emérito y otro de andar por casa. Dicho de otro modo, tenemos un rey por el precio de dos. Una ganga, se mire como se mire.
Ahora el rey Juan Carlos, después de toda una vida dedicada a la caza mayor, el adulterio, las regatas y el borboneo, ha montado una fundación en Emiratos Árabes Unidos para garantizar la herencia de sus hijas y que todo quede en familia. Mucho mejor tributar en una satrapía árabe que en un país ingrato donde ya no lo quieren más que para sacar reportajes a bordo de un velero y hacer chistes a costa de sus deslices genitales y fiscales. Por lo demás, Felipe VI tiene el trono asegurado con tal de que los trapos sucios los siga lavando su padre. Para ello cuenta no sólo con la perenne ceguera judicial y la parálisis de la clase política, sino con el apoyo de un aparato mediático que no cesa en su alabanza de la corona hasta extremos ridículos.
Este fin de semana, por ejemplo, una de esas revistas de casquería que son el no va más del servilismo, explicaba con todo lujo de detalles "los secretos del éxito" de la infanta Leonor sin aludir en ningún momento a la carambola genética. Más vasallo aún, Pablo Motos entrevistaba a Victoria Federica en una inenarrable limpieza cosmética donde lo más jugoso que pudo sacar fue su gusto por la fideuá y su afición por meter petardos en los cigarros de sus amigos. Algo lógico en una familia que ha hecho de la pólvora y las escopetas su auténtico escudo heráldico. No quisiera dar ideas, pero están tardando en montar una edición especial de First Dates en Sanxenxo para buscarle novia al rey emérito.
DdA, XX/5.768
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