Félix Población
Sólo por apreciar y disfrutar de las despejadas perspectivas montaraces que se observan desde lo alto, es todo un deleite sensorial y espiritual subir en bicicleta hasta la iglesia de San Vicente, alzada sobre una colina a casi 1.200 metros, por encima del pequeño pueblo leonés de Colle, surcado por el arroyo que le da nombre y que baja rumoroso -incluso en los días de verano- desde los montes de Vozmediano, sobre cuyo caserío, a menos de cuatro kilómetros monte arriba, perdura la cueva refugio de un grupo de guerrilleros antifranquistas, a la que alguna vez habrá que hacer también una visita.
Formaban esta partido Ramiro de Cabo Arenas (Ramirón), natural de la citada localidad, y Calixto López Abad (Zara), nacido en Olleros de Sabero, junto a sus compañeros Pedro Ardides (Madruga), los hermanos Inocencio y Manuel Díez Ferreras , Cayo (El Jamonón) y otros. No debería pasarse por alto la iniciativa de hacer de la cueva un lugar de la Memoria Democrática de este país, pues ellos se empeñaron en combatir a la dictadura más allá de aquel primero de abril en que no vino la paz sino la victoria de quienes impusieron un prolongado, cruel y retrógrado régimen antidemocrático. Su memoria no merece seguir estando oculta entre la maleza del olvido que crece en el camino que lleva hasta el lugar.
Esta vez subí a la iglesia de San Vicente de Colle cuando ya se respiraba el otoño en el aire azul de la mañana, fresca y despejada, y la mirada desde lo alto se abría al horizonte de las distantes montañas azules con total nitidez. La iglesia no llama la atención por su exterior sino por estar erguida, como el viejo castillo medieval sobre el que al parecer se asienta, por encima del pueblo y perfilar su silueta solitaria contra el cielo, yo diría que hasta llamando a visitarla.
Se trata de una construcción de mampostería y sillería de arenisca, con un pequeño cementerio adosado a sus muros, en la parte donde se levanta su torre cuadrangular. Al otro extremo, la cabecera cuenta con contrafuertes en las esquinas, con un pórtico con cuatro columnas lisas a mediodía -posiblemente de piedra de Boñar, como casi todas las iglesias de este municipio-, que se sostienen sobre un pretil. Frente al pórtico hay una vieja acacia desde cuya sombra se tiene una panorámica del vecino pueblo de Llama, separado de Colle sólo por la carretera, y con el que forma una sola parroquia.
Dos entradas podemos distinguir en el pórtico. La vieja, de traza renacentista, que está hoy cegada, por lo que se habilitó otra, junto a la torre, por la que se accede al templo, desde cuyo exterior, pasando la verja, se puede observar una portada románica que se dice pudo pertenecer a una construcción anterior. Consta de dos arcos de medio punto en roscas descendentes, con dos columnas acodilladas con sendos capiteles bajo la imposta: "El capitel septentrional -leo- se organiza en dos cuerpos: el inferior estriado y el superior con hojas carnosas rematadas en pequeñas pomas. El capitel meridional presenta una sucesión de estrías curvas y verticales, con dos hojas lanceoladas y frutos en las esquinas, y un ábaco con segmentos en relieve. No parece que ninguno de los muros actuales se remonte a la época románica, ya que la portada parece haber sido completamente reconstruida, a juzgar por la deformación del arco y la disposición inusual de las columnillas. Su cronología es bastante tardía, situándose alrededor del año 1200".
Como la iglesia está cerrada y no encuentro a nadie a esa hora de la mañana que me facilite el acceso al interior, me quedo con la curiosidad no satisfecha de ver unas pinturas del retablo que hay sobre el altar y que pude observar en un blog sobre el templo. Las pinturas las preside una imagen San Vicente, como es obvio, y alguna hace referencia con toda su crudeza, en un estilo muy naif, a su martirio. Me prometo volver a Colle para intentar verlas de cerca y de paso subir a rendir memoria democrática a la cueva de quienes lucharon contra la dictadura cuando todo este país era represión y miedo, sin olvidar a buena parte de la población congraciada con quien acaudillaba el régimen.
Siguiendo mi costumbre de leer poesía en los atrios de estas viejas iglesias leonesas, recurro esta vez al poeta argentino Raúl González Tuñón, como homenaje a los huidos del monte, según llamaban en estos pueblos vaciados de gentes a los guerrilleros antifranquistas. Esto dice en el poema Blues de cuatro centavos, perteneciente a la antología La música amontonada del mundo, selección y prólogo de Adolfo González Tuñón (Visor):
¿Te acuerdas, te acuerdas de los tiempos en que nos prometían la felicidad¿ ¿Qué fue de la aristocracia obrera? ¿Y de la evolución sin revolución? ¿Y del trabajo en cadena? Ya están podridos en su tumbas los magnates suicidas. Los negros y los indios continúan siendo esclavos, igual que los obreros blancos, y el fascismo, vieja teoría, ha surgido para sostener desesperadamente, histéricamente la injusticia. Es hermoso meditar y soñar bajo los tilos. Tenéis el derecho de hacerlo. Pero ¿es posible hacerlo con este ruido que hay en el mundo, de bolsa y de guerra, de motines y fusilamientos? Con este olor, que viene de las trincheras, de los hospitales de sangre, de los conventillos y los caserones sombríos que van del Riachuelo al East Side, del puerto de Marsella a Whitechapel?
No os atreveréis a decirme a mí , que he recorrido tantas leguas, que con tranquilidad de conciencia se puede ser neutral en este momento.
DdA, XX/5.777
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