Nada más ser nombrado Michel Barnier como primer ministro, aparece un hashtag en las redes sociales: #BarnierHomophobe. Para entenderlo hay que remontarse a 1942. Bajo el régimen de Vichy, la ley instaura una distinción en la edad de consentimiento entre relaciones homosexuales y heterosexuales. Mientras que para los heterosexuales la mayoría de edad sexual se fija en 13 años (que luego serán 15 en 1945), se hace coincidir para los homosexuales con la mayoría de edad civil, es decir, a los 21 años (que serán los 18 en 1974). Dicho de otra manera, una unión podría ser legal entre heterosexuales e ilegal entre homosexuales.
En 1981, Barnier se opuso a que se pusiera fin a este doble rasero. Dicho de otra manera, se opuso a la igualdad entre heterosexuales y homosexuales. Algunos replican inmediatamente que se trata solo de menores, no de despenalización. ¿Está todo bien, señora marquesa? Circulen, ¿aquí no hay nada homofóbico? Al fin y al cabo, François Fillon y Jacques Chirac votaron en el mismo sentido en aquel entonces. Ahora bien, ¿qué estaba realmente en juego con la derogación del párrafo 2 del artículo 331 del Código Penal? ¿Por qué aquella posición de voto de Michel Barnier no es sino la prueba de la homofobia más descarada?
Michel Barnier, un voto para mantener la legislación de Vichy
En 1942, bajo el régimen de Vichy, la ley instaura una distinción en la edad de consentimiento entre relaciones homosexuales y heterosexuales. Mientras que para los heterosexuales la mayoría de edad sexual se fija en 13 años (que luego serán 15 en 1945), se hace coincidir para los homosexuales con la mayoría de edad civil, es decir, a los 21 años (que serán los 18 en 1974). Dicho de otra manera, una unión podría ser legal entre heterosexuales e ilegal entre homosexuales.
Puesto que la homosexualidad estaba incluida en 1960 en la lista de “lacras sociales”, ¡como no se iba proteger a los niños contra ella! Por si fuera poco, en su momento se duplicaron las penas por exposición indecente “cuando consista en un acto antinatural con un individuo del mismo sexo”, es decir, sí que estaban bien protegidos. En realidad, estas leyes sirven sobre todo como base jurídica para la represión policial que luego recae sobre las personas homosexuales de distintas maneras: fichas policiales, despidos, condenas judiciales. Por no hablar del estigma de ser tachado como pedófilo.
Estamos hablando de miles de personas condenadas bajo leyes abiertamente homofóbicas. En esta ocasión, el sistema de justicia se empleó con particular dureza: el 93 por cien de los procesos relativos a estos delitos terminaron en penas de prisión. Así, pues, en 1982 la cuestión era sencilla: se trataba de poner fin a este doble rasero y fijar la mayoría de edad sexual para todos a los 15 años. A esto se opuso el primer ministro Michel Barnier: la igualdad entre heterosexuales y homosexuales.
El voto del señor Barnier fue un voto homófobo. Porque se oponía a la igualdad para todos, porque pretendía penalizar a los homosexuales, porque se inscribía en una trayectoria de años de discriminación e injusticia. Algunos dirán que el mundo no estaba preparado. Las miles de víctimas homosexuales de esta ley, a las que Francia nunca ha ofrecido reparación, sí que estaban preparadas.
Desde 2022 se está discutiendo en una comisión parlamentaria un proyecto de ley para “el reconocimiento por parte de la Nación y la reparación del daño sufrido por las personas condenadas por homosexualidad entre 1942 y 1982”. Lo defienden diputadas y diputados de izquierda en el Senado y la Asamblea, pero es objeto de resistencia de las derechas. El trámite parlamentario sigue su curso. Pero la elección de Macron para Matignon [residencia del primer ministro], hecha de mutuo acuerdo con Marine Le Pen, reduce las esperanzas de que sea finalmente aprobada.
Traducido por Raúl Sánchez Cedillo del original en L'insoumission
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