Félix Maraña
100 sonetos
Hay tantas antologías de la poesía en todo el mundo como poetas, que ya es decir. Es posible que haya más antologías que poetas. Y hay antologías de los más diversos asuntos, materias, géneros, gustos, países, siglos, mística.
Toda antología comporta una injusticia, porque no deja de ser un segmento de una realidad. Por eso las antologías, se dice, sólo gustan a los antologados. A mí me gustan las antologías porque, sabiendo que no son la enciclopedia Espasa de la poesía, tienen siempre algo que ofrecer, miradas, criterios, gustos y disgustos, servidumbres y cultura de quien es responsable de la agrupación de la selección poética.
Algunas antologías han tenido la tentación del número: las 1.000 mejores poesías de amor de la literatura española, las 1.000 mejores poesías de la lírica hispana, las 1.000 mejores poesías de amor, así sucesivamente. Miles de antologías. Algunas antologías tienen el sesgo de la ideología del autor, de la editorial, del país y momento histórico. No me obsesiona, pero tengo algunas antologías que son muy originales. Unas, porque me las he encontrado, otras, porque las busqué en algún momento, otras, porque me las regalan. Manuela RV , nuestra amiga de Sopela, aquí en la costa nuestra, me regaló recientemente una, otra, antología: "Los cien mejores sonetos españoles". Es una antología realizada por Manuel Cristóbal, un hombre que sabía de literatura. El libro lo edita Ediciones Patria de Barcelona. Aunque no se consigna la fecha de la edición, puedo fijarla en torno a 1940-41.
Una antología de sonetos es algo que obliga a ceñirse a esta composición clásica de la literatura europea. Y europea es en origen y desarrollo, pues Petrarca y los escritores de su tiempo fueron los creadores.
Cristóbal hace aquí una selección de uno o dos sonetos por autor, desde el Marqués de Villamediana a Dionisio Ridruejo, que era entonces el más joven de los 100 poetas que aparecen en el índice. Entre los poetas "jovenes" entonces hay escritores que, si no eran del régimen político impuesto tras la guerra civil, al menos no eran molestos al mismo. Que esté Ridruejo no sólo ayuda a fijar la fecha de edición, sino que certifica que el poeta y político soriano todavía vestía de correaje y traje azul, y no había abjurado aún de su implicación en el gobierno de guerra en Burgos y la División Azul. La antología es muy pedagógica, porque en ella hay una muestra de los grandes escritores que escribieron en castellano a través de los siglos.
He recordado esta antología en estos días, al venirme a la memoria la muerte de José Bergamín. Bergamín, que no está en la antología, ni Lorca, ni tantos poetas de la República, sólo don Antonio Machado (querían apropiárselo), pero todos los que están, todos, son excelentes sonetistas, aunque en alguna ocasión toquen asuntos algo melifluos.
Pero yo no venía a hacer una crítica o análisis por contenidos y continentes, sino a celebrar el regalo de esta antología. Y he dicho que me acordé de esta antología al pensar en Bergamín, con quien hablé en dos ocasiones acerca de Luis Felipe Vivanco, poeta y arquitecto, a propósito de un ensayo excelente sobre la poesía española de éste. Vivanco, a quien no conocí, era sobrino de Bergamín, quien me habló del sobrino con afecto y consideración, celebrando sus valores intelectuales. Vivanco aparece en esta antología con un soneto que se reproduce en imagen aquí. Hace dos años, May Vivanco Gefaell, una mujer de cultura, como es toda la familia, me regaló la poesía completa de su padre. Un estuche que ofrece el todo de un poeta a quien debemos, además, haber sido el traductor de la obra de Juan Larrea, su valedor en el tiempo. Vivanco era, por demás, un hombre con una cultura artística abierta y tuvo un papel importante en la difusión del nuevo arte moderno, acogiendo en sus exposiciones y proyectos a pintores, escultores y músicos que comenzaban a respirar, después de aquella guerra incivil que algunos llamaron Cruzada. Los perdedores.
He dicho en ocasiones que un soneto es una construcción intelectual exigente y profunda, que va mucho más allá de su sonoridad, rima y formato. Escribir sonetos es una forma de pensar. Leer sonetos es para mí, lo ha sido desde los 9 años, un modo de asistir a una fiesta, de conocer el mundo como representación, desde Petrarca hasta aquí.
DdA, XX/5.755
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