Se las llama redes sociales convencionalmente, pero de unos años a esta parte están contribuyendo a tener un peligroso protagonismo mediáticos como esparcidoras del odio desde los ámbitos ideológicos proclives al racismo, la xenofobia o al machismo, por lo cual más valdría llamarlas antisociales, que es el calificativo que comporta el odio. Lo peor de esta lacra para este discreto Lazarillo, en un país como el nuestro donde en el transcurso de 200 años hubo hasta cuatro guerras civiles, es que esta aciaga semilla arraiga y se esparce con extrema facilidad, hasta el punto de poner en peligro las libertades y derechos de una sociedad y Estado que se dicen democráticos. Ante tal riesgo, y antes de que esas redes puedan enredarla o enredarnos en un territorio que históricamente hemos sufrido demasiadas veces, convendría poner coto a los odiadores que de modo creciente proliferan por esos canales de comunicación. Ya sabemos, desde los clásicos, que un buen libro y una buena educación sirven como antídoto contra los tontos del culo, que son, en su mayoría, los que suelen creerse todo tipo de patrañas difusoras de odio, pero en el periodo democrático que vivimos desde hace casi medio siglo no se ha hecho todo lo necesario para que la educación fuera la de un país democrático y no ya medianamente culto sino al menos mínima y democráticamente cultivado. Sólo hace falta echar un vistazo a la programación de nuestra televisión pública, que parece haber sido diseñada para que una mayoría social se sienta si no orgullosa, sí complacida de su propia ignorancia.
Vicente Bernaldo de Quirós
Agazapado por el anonimato de la multitud, los tipos más cobardes aprovechan la circunstancia para hacer y decir mezquindades que sin ese paraguas, no se atreverían casi ni a respirar, pero con el arrope de la muchedumbre se convierten en los fomentadores de las injusticias, los causantes del daño a terceros y a dejar en evidencia que su odio no es un sentimiento explicativo, sino una forma de demostrar que les avergüenza ser seres humanos. Con el parapeto de los que les rodean y el anonimato se han cometido los mayores crímenes de la historia. Y esta circunstancia se ha multiplicado cuando las redes sociales han llegado a su máximo apogeo y los odiadores se esconden bajo un seudónimo o el anonimato para no ser descubiertos, porque es lo que temen que se les señalen con el dedo y se frustre su impunidad.
La muerte de un niño de once años en un pueblo de Toledo por parte de un joven con un importante desequilibrio mental ha sido la gota que ha rebasado el vaso de los que piensan que en nombre de la libertad de expresión no se pueden consentir ciertas iniquidades, que solo se difunden para lastimar a los amigos y familiares de la víctima o para dar rienda suelta a su crueldad como individuo.
Al poco de cometerse el crimen y con una frialdad que mete miedo por el cuerpo, varias redes sociales se llenaron de improperios contra personas inmigrantes y menores, solo por el hecho de que odian lo diferente y quieren elevar a categoría política lo que es simplemente resentimiento y deseo de venganza por una frustración personal que a ninguna persona equilibrada mentalmente se le puede ocurrir.
Lo peor no solo es conocer que en este país hay demasiada mala gente, sino que algunos políticos aprovechan la situación para pescar en rio revuelto y arrimar el ascua a su sardina. Especialmente indecente han sido los comentarios en redes sociales, porque, además fue de los primeros, de Alvise Pérez, ese supuesto influencer que se presentó a las elecciones europeas y consiguió los votos de los más gilipollas de España, hasta el punto de que hemos descubierto que en nuestro país hay más descerebrados de lo que pensábamos. Y eso que con Ruiz Mateos ya pudimos hacernos una idea.
Bandas de menas que fueron descargados para hacer daño a los niños, un centro de acogida a menores de donde salieron los asesinos del pequeño Mateo o un rumano (cuando se conoció que el que apuñaló al chaval era del pueblo, fueron algunos de los indecentes tuits y post que colgaron en las redes sin dar la cara los tipos más despreciables de nuestra España, lo que contribuyó a sufrir una especie de atraco a la verdad por parte de los impulsores de estas canalladas.
No sé si la medida de acusar de delito de odio a estas malas bestias va a tener recorrido alguno y, lo peor, si va a servir de algo, porque estamos en un país en el que la ignorancia y la maledicencia es aprovechada por los más oportunistas para llenar de incertidumbre a los españoles. Permitidme un rasgo de inmodestia. En ningún momento me creí las historias inventadas de los difusores de mentiras. Ya se sabe lo que decían los clásicos: un libro y una buena educación sirve como antídoto para los tontos del culo.
DdA, XX/5.746
No hay comentarios:
Publicar un comentario