Un día que se promete caluroso de finales de julio, con las luces del amanecer, emerge silencioso entre las escobas de una pequeña colina un macho de oso pardo cantábrico, probable cuarto año calendario. Tiene el pelaje marrón oscuro, como sus pequeños ojos, mojado y cubierto de hojas de flores que se asemejan a cientos de pequeños barcos flotando en un océano de pelo. Los rayos del sol matutino proyectan pequeñas sombras que van cambiando de forma entre la vegetación. Las ramas de las escobas adquieren movimiento en función de la actividad que realiza el úrsido, que rebusca con el hocico en el suelo dejándolo impregnado de tierra. Luego merodea debajo de una pequeña tira de cerezos, poniéndose de pie y utilizando su lengua con delicadeza para llevarse alguna cereza a la boca. A veces, muy de tarde en tarde , tengo la suerte de ver osos a la cereza .
Focal 1200 mm.
DdA, XX/5.721
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