Cuando la selección femenina de fútbol fue campeona mundial, hubo un individuo, al frente de la Federación Española de este deporte, que besó contra su voluntad a una de las integrantes de la selección. Ayer, durante el acto de felicitación celebrado en La Moncloa, hubo un futbolista de la selección masculina -precisamente el que no vio nada punible en esa afrenta- que saludó al presidente del gobierno como si lo hiciera contra su voluntad. Ambos tipos no deberían pertenecer a la España del porvenir*.
David Pablo Montesinos
Entiendo que levante cierto desdén sumarse a una celebración acrítica, pero, con independencia de que uno acierte a explicarlo, el hecho es que este señor tan escéptico y medio ilustrado que soy se alegró razonablemente con los goles de la Roja. Es problemático el asunto por dos razones. La primera es que se trata de fútbol, y además fútbol masculino de élite, es decir, protagonizado por jóvenes millonarios y ferozmente sometido al juego de los peores depredadores financieros. La segunda es que se trata de España, y España va a ser un concepto inflamable hasta que las ranas críen pelo.
Como ya me han insultado tanto por defender el Procés como ser un nacionalista español, sobre todo porque hay a quien le da más pereza leer que pegar gruñidos en twitter, estoy curado de espanto respecto a las interpretaciones malintencionadas.
Como cualquier otro conciudadano, tengo mi idea de España. Creo que lo hispánico, con toda su tragedia y su humor negro, merece la pena como referente cultural e incluso emocional en muchos aspectos: lo andalusí, la cultura conversa, lo cervantino, la mediterraneidad, el flamenco, los afrancesados, los anarquistas, la República… Incluso la hispanidad americana, debidamente cuestionada, nos constituye, queramos o no, como sujeto colectivo. Obviamente, no me seducen en lo más mínimo ni Don Pelayo ni la Reconquista ni Isabel la Católica ni los Borbones ni Franco ni los Gal ni el Trío de las Azores.
En cualquier caso no soy ingenuo: tan “nuestras” son unas cosas como las otras, y ya dijo Walter Benjamin que tras cada documento de civilización hay un reverso de barbarie. Las patrias se inventaron seguramente para oprimirnos y en su nombre se cometen demasiados atropellos como para ir luego por ahí haciendo el patán con un trozo de trapo coloreado recordando a los forasteros la desgracia que tienen con no ser de tu patria.
…Pese a todo, creo que la gente tiene derecho a este efímero calambrazo de euforia. Verán. Europa está cambiando a gran velocidad. La de la emancipación de la mujer es una revolución silenciosa y cotidiana que está haciendo ya cosas muy buenas con todos nosotros. La inmigración, que crea muchos problemas, pero que resuelve muchos más si se gestiona bien, está transformando a la carrera la trama identitaria de este país. Hasta hace muy pocas décadas, y comparada con la actualidad, España era un espacio perfectamente homogéneo y uniforme, pero no más pacífico ni más civilizado ni más interesante que es ahora, cuando mis aulas se llenan de chavales de piel oscura como Lamine Yamal o Nico Williams.
Un amigo, para más señas simpatizante del Procés, me dijo una vez que yo estaba ciego si no entendía que “el nostre gran problema es Espanya”. No sé si gritar vivas a Catalunya y lloriquear con Els segadors o un aurresku es más saludable que hacerlo con Manolo Escobar; lo que sí sé es que García Lorca, Camarón, Alonso Quijano o Diego Velázquez son tan parte de mí como el Tirant o Fuster, y que mi relación de amor-odio con España es similar a la que tengo con Catalunya.
¿Discutible? Absolutamente, pero conviene diferenciar entre lo emocional –y uno puede sentirse como le dé la gana- y lo lógico, que tiene que ver con la forma que convenimos darle a nuestro modelo de convivencia. Celebrar una Eurocopa supone darse un metafórico abrazo con gente que no te gusta, lo cual no estoy seguro de que, por un momento, sea tan malo. En cualquier caso, cada cual tiene sus razones. Yo estoy contento sobre todo porque veo a nuevos españoles, como los que pueblan mis aulas, dando motivos para el orgullo a la gente del barrio a los que Lamine envía guiños con cada gol que marca. Esas bolsas de pobreza y marginación de las que proviene tienen a estas horas un pequeño motivo más para sentirse dignos del respeto que les niegan tipos como Alvise y Abascal.
Y, por cierto, ya que hablamos de tipejos, al menos a Lamine y a Nico no les han besado en la boca contra su voluntad. Algo es algo.
*Carvajal como futbolista te admiro, como persona me has decepcionado, no era ayer el mejor momento de demostrar que eres más de derechas que el grifo del agua caliente. La España que tú has defendido y con la que has ganado la copa de Europa tiene un presidente de todos los españoles, a los que le gusta y a los que no. Es como si a ti por ser de derechas ayer te hubiesen abucheado los de izquierda en la presentación de Cibeles. cada momento requiere su momento y la educación no tiene tiempos, se tiene o no se tiene. EL BELLOTERO
DdA,XX/5.707
1 comentario:
gracias, amigo
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