Comprobado verano tras verano que Asturias atrae cada vez más al turismo vacacional, que incluso se extiende ya a otras fechas del calendario, este Lazarillo ha querido que mi estimado y admirado Enrique del Teso analizara el fenómeno del turismo masivo in situ, algo que ha tenido la amabilidad de hacer para este modesto DdA con la lucidez de criterio propia de sus colaboraciones periodísticas. Como podrá observar el lector, el artículo no tiene desperdicio. En Asturias, una región en declive demográfico, se debe impedir que una cantidad desmesurada de turistas la vacíe de habitantes, y en Mallorca, nos dice también el autor, los sanitarios se van porque no pueden pagar los alquileres ante la subida constante de precios de los pisos turísticos. "Hermoso modelo de país: se van quienes viven del conocimiento para que ganen más los improductivos que viven de rentas".
Enrique del Teso
Todos somos turistas y
seríamos más si pudiéramos. Con el turismo pasa como con los tomates. Cuando
comemos un tomate de huerta madurado en rama, notamos todo el sabor que se nos
niega en los que compramos en el supermercado. Y a la vez, si no existiera esa
industria que nos pone tomates desaboridos en la tienda de abajo, rara vez los
comeríamos. Nadie es su mejor versión como turista. Pero, como con los tomates,
si no fuera por esa máquina de inautenticidad del turismo, apenas viajaríamos.
El turista se distingue porque es predecible y porque todos son iguales. Si
coges un taxi en Estambul, no hace falta que le digas al taxista a qué barrio
vas. Y él se interesa por tu estancia recitando los sitios donde sabe que ya
estuviste o vas a estar. Hay matices, claro. Hay turistas atentos y curiosos
que quieren ser, dentro de lo que cabe, un poco viajeros y hay turistas que solo
disfrutan, como los niños, de que ocurra lo que ya saben que va a ocurrir. En
el límite hortera, están los que fingen mimetizarse con los locales, que comen
en Estambul acostados y en Ámsterdam salen a la carrera del hotel a buscar
rápido una bicicleta, no se les vaya a escurrir la experiencia del lugar. Pero,
con un matiz u otro, los turistas son previsibles y buscan lo previsible y lo
previsible suele ser una versión simplona y deshidratada del lugar. A base de
recibir turistas y de que la actividad dominante sean los turistas, los lugares
turísticos llegan a mimetizarse con sus tópicos y acaban reduciéndose a la
versión simplona y deshidratada que esperan los turistas. Los sitios turísticos
siempre tienen algo de cartón piedra.
Enseguida hablaremos de
la riqueza. De momento, digamos que Asturias está acercándose al punto en el
que todo cambia. Yo vivo en Gijón. Aquí hay mucha actividad al margen del
turismo, de industria, de ocio, de música, restaurantes, sitios nocturnos y
chigres de toda condición. Es una ciudad con historia e historias, con restos
romanos, de la guerra civil y de la barbarie franquista, con actividades de
pesca y de industria muy cercanas, con rugidos de fútbol y con playa y puerto
dominándola, una ciudad con sus leyendas, sus mitos y sus chismes. Los turistas
vienen como vamos nosotros de turistas a otros sitios, con sus excesos y
tópicos, buscando cachopos y espaciando los sorbos en el vaso de sidra como si
fuera una caña. Pero se insertan en un organismo con pulso propio al margen de
ellos y que no es un decorado dispuesto para su llegada. Eso nos gusta a los
turistas, la sensación de incorporarnos a un sitio real. El punto en el que
todo cambia es el punto en el que la mayor parte de la actividad de la ciudad,
y de la región, es para el turista. Ese es el punto en el que la ciudad se va
convirtiendo en decorado. Es el punto en el que los sitios se deshidratan y se
hacen cartón y piedra. A mí me gusta mucho el turismo urbano. En las grandes
ciudades es donde se traza y culebrea la historia, donde ocurrieron las cosas
con más consecuencias. Por eso tienen una personalidad muy definida, no es
igual Barcelona que Madrid, Sevilla que Granada, o Nueva York que San
Francisco. Cuando se cruza ese punto, se borra todo eso y se cae en la
uniformidad y la desmemoria. No soy un místico de las idiosincrasias
colectivas, pero cuando empezó todo esto me temía que Asturias se estuviera
encaminando a ser solo recuerdos. Ahora me preocupa que se esté encaminando a
ser solo olvido. Que mire Cimavilla el que crea que exagero.
Y llegamos a la riqueza.
Ser lugar apetecido para el turismo y las visitas es una riqueza y no hay razón
para desdeñarla. Es un problema de dimensiones. El neoliberalismo es inherentemente
miope. Su aliento es depredador, busca el máximo beneficio en el plazo
inmediato, no hay más tiempo que el presente. Ni se armoniza con el pasado, los
recuerdos y la historia, ni entiende de futuros y sostenibilidad. Las empresas
privadas suelen competir porque no les queda más remedio, porque no son lo
bastante poderosas. El sueño de toda empresa es ser lo bastante grande para bloquear
la competencia. Nuestra clase política tiende a buscar crecimiento fácil y
rápido, sin visión estratégica. Conocimos ese mecanismo en las décadas del
ladrillo. Basar la economía en la construcción, con la desmesura con que se
hizo, degrada paisajes, siembra de corrupción las instituciones y no deja poso
ni conocimiento. Ahora estimulan un desarrollo desordenado y desmedido con el
turismo. Se consiente una influencia excesiva y casi caciquil de los capitostes
hosteleros y se da prioridad a la actividad turística sobre el puro soporte
vital de la población. Y así llegamos a la vivienda.
Sin más mecanismo que el
mercado, es más rentable destinar una casa al turismo que a vivienda. El
turismo da una rentabilidad a cada habituación y a cada día del mes de un piso
que de ninguna manera se alcanza si se utiliza para que viva gente. Por eso,
por puro mercado, los propietarios ganan más con turistas que con habitantes.
Los pisos destinados a vivienda, para comprar o alquilar, por su propia escasez
se ponen en precios imposibles. El puro mercado echaría de la ciudad a la
población y la llenaría de turistas de paso. No se trata de maldad intrínseca
en la gente. Se trata de que el mercado, cuando toca en alguno de los derechos,
es tóxico y requiere intervención. No se puede combatir el hambre abriendo
restaurantes, el mercado no sirve para eso. Pero también hay maldad. Cada vez
se venden más pisos y cada vez menos gente los compra. Cada vez hay más grandes
compradores (bancos, fondos de inversión, complejos empresariales) que
distorsionan con su rapacería el derecho básico de la vivienda. Mala es la
entente de turismo con construcción. Quienes viven en un piso se pueden
encontrar con que el dueño quiere dedicarlo al turismo para sacarle más
rendimiento. Para quitar piedras del camino, los grandes propietarios se
inventan el fantasma de las okupaciones para así fingir que la desposesión de
los inquilinos es un acto defensivo contra okupas. La publicidad de las
aseguradoras, todas pertenecientes a bancos, hablando del riesgo de okupación
no deja lugar a dudas. La última vez que los consulté en el INE, los datos eran
estos. La okupación de una casa habitada se llama allanamiento y la de una casa
vacía usurpación. En 2016 hubo 357 allanamientos; en 2021 hubo 230. Son muy
pocos y bajando. La mayor parte de las okupaciones son usurpaciones que suceden
en casas vacías de grupos de inversión o bancos. En 2017 hubo 6757 usurpaciones
y en 2021 hubo 4302. Son más que los allanamientos, pero son pocas, no son un
problema social y es un delito también a la baja. Sin embargo, lo que sí hubo en
2022 fueron 38266 desahucios. Más de cien al día. Eso sí es un problema. Y también
son los bancos, justo los que se inventan las okupaciones.
Todo esto lo está
acelerando y sacando de quicio un turismo sin regular y gobernado por caciques
hosteleros e inmobiliarios. Durante siglos en España las clases sociales se
marcaron por la posesión de la tierra. Mucha gente malvivía trabajando la
tierra de unos pocos y grandes propietarios que vivían de rentas. Mucha tierra
útil se desperdiciaba. La reforma agraria fue una matraca de siglos. Y el
desenlace incluyó expropiaciones y fuertes impuestos por tierras incultas. La
vivienda va tomando el sabor de la tierra y la reforma agraria. Habrá que
pensar en expropiaciones de grandes poseedores y en fuertes impuestos para los
pisos que no se destinen a vivienda. Precisamente una zona con fuerte declive
demográfico como Asturias necesita impedir que una cantidad descontrolada de
turistas la vacíe de habitantes. En Mallorca los sanitarios se van porque no
pueden con los alquileres. Hermoso modelo de país: se van quienes viven del
conocimiento para que ganen más los improductivos que viven de rentas. La
historia de la reforma agraria da pistas sobre cómo tratar la vivienda y
contener en niveles civilizados el turismo. El descontrol se ve a simple vista.
DdA, XX/5.716
4 comentarios:
Bien claro está. ¡Qué miedo!
Me temo que nada nadie podrá evitarlo, sobre todo en países como el nuestro, al que Europa abocó a ese destino.
Brillante exposición de la realidad que nos acecha.
...ya hasta nos acosa, anónimo comunicante.
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