Antes de que el mundo campesino tradicional desaparezca por completo -nos dice la autora en este magnífico artículo, que respira amor y compromiso con la madre tierra a la que nos debemos- deberíamos poner todas nuestras esperanzas en estas gentes, que algunos llaman neorurales, que han escogido vivir de y en lo rural, y sobrevivir en precario o sin mayor ambición que la de colocar su autonomía por encima del dinero, dentro de los cánones de una economía de la que el resto de los ciudadanos tendríamos mucho que aprender.
Carmen Ordóñez
El
Juzgado de Instrucción n.º 1 de Sanlúcar La Mayor (su titular no parece tener
intención de convertirse en uno de esos jueces mediáticos: quizá obtenga otras
compensaciones) ha decidido desprecintar los pozos de la finca de Aljóbar,
propiedad de la Casa de Alba, que hace un año fueron clausurados bajo sospecha
de su utilización para riegos ilegítimos, según informaba hace unos días eldiario.es
Se
trata de ocho pozos para los que la empresa Eurotécnica Agraria, que gestiona
los negocios agropecuarios de esta familia, los mayores terratenientes de
España, ha impulsado un proyecto de regularización que aún no cuenta con el
sello administrativo sino únicamente con un visto bueno inicial.
La
propiedad tiene otros dos pozos con un permiso de extracción de 606.000 m3 por
año (el consumo anual de agua en una vivienda ocupada por una sola persona se
sitúa en unos 50 m3, por hacernos una idea) para regar las 200 Ha. de terreno
donde cultivan sus naranjas gourmet. No vayan a pensar que mientras se obtienen
los permisos la empresa va a utilizar estos pozos ahora desprecintados, si bien
se sospecha que en la última campaña agrícola ya habrían bombeado para riegos
ilegítimos un 50% más de lo que tienen concedido. No hay que pensar mal,
repito, de una familia tan bien educada, aunque un refrán español ya advierte
que “cuando el gato no está, los ratones bailan”.
La
finca de Aljóbar bebe de las aguas de la Cañada del mismo nombre, que vierte
sus aguas en el río Guadiamar, que a su vez configura las lindes del Parque de
Doñana. La proximidad es alarmante.
En un
intento por localizar la marca comercial de esas magníficas naranjas gourmet
que engordan prodigiosamente gracias a las aguas de Doñana (siempre que pienso
en Doñana, pienso en Tartessos; y me estremezco), la que esto firma hizo una
inmersión en las páginas de El
Economista que ofrecen datos oficiales (base de datos INFORMA) sobre las
actividades empresariales de Eurotécnica Agraria. El lector puede juzgar por sí
mismo aun siendo profano en la materia. Las cifras hablan por sí solas:
Número de compañías, en el ámbito nacional, que abarca la empresa: 9.129. Facturación de todas ellas: 2.607 millones de euros. Promedio de ventas en 2023 de todas las compañías: 285.000 euros. Número de empresas afincadas en Madrid: 1.180. Volumen de ventas en 2023 de estas compañías localizadas en Madrid: 219 millones de euros. Media de empleados de las empresas: 2
Además
hay que señalar que, según denunció hace un año La
Marea, la empresa Eurotécnica Agraria recibió más de 200.000 euros en
subvenciones públicas desde 2019. Una de ellas, por parte de la Junta de
Andalucía, en concepto de “ayudas para compensar las dificultades económicas
derivadas del conflicto bélico en Ucrania”.
Y ni
rastro de las marcas con las que se comercializan sus naranjas para llegar a
nuestras mesas. No pondría en duda que ésas en las que usted está pensando
ahora, las más caras del mercado, esa marca que nos resulta más famosa que las
demás, la más conocida, sea la de las naranjas que beben del agua de Doñana
porque, eso sí, en la tienda virtual de la Casa
de Alba -¡sorpresa!- se venden
aceites, ibéricos, quesos, legumbres y miel, pero no naranjas.
Estas
cifras corresponden a lo que se califica como agricultura intensiva o
superintensiva. En el otro fiel de la balanza, en lo que se refiere a las cosas
del comer, se encuentran los “hijos de la tierra”, que son los que la trabajan
y la aman sin sobreexplotarla. Sobre esto reflexiona Marc Badal en un libro que
recomiendo vivamente (Vidas a la intemperie.
Pepitas ed. & Cambalache) que nos relata la historia del campesinado hasta
llegar al derrumbe rural y agrario que ahora vivimos. Sin tópicos y sin
idealizaciones.
Antes
de que el mundo campesino tradicional desaparezca por completo deberíamos poner
todas nuestras esperanzas en estas gentes, que algunos llaman neorurales, que han escogido vivir de y
en lo rural, y sobrevivir en precario o sin mayor ambición que la de colocar su
autonomía por encima del dinero, dentro de los cánones de una economía de la
que el resto de los ciudadanos tendríamos mucho que aprender. Son una minoría
silenciosa, casi invisible, que se asienta en rincones olvidados de nuestra
geografía y tejen redes entre ellos para conformar un apoyo mutuo
imprescindible para su supervivencia.
Son
múltiples los retos a los que se enfrentan. En primer lugar se encuentran con
los obstáculos de siempre: la dependencia de la climatología, porque siempre
hay riesgo de perder una cosecha o tener un mal año, o la invasión de pájaros
que no encuentran frutales para alimentarse y acuden a los cultivos, o de
caracoles u otras especies que pueden arruinar el trabajo de todo el año,
porque hay agricultores que, de verdad, no utilizan productos tóxicos en el
proceso. Por eso hay plagas que les afectan a ellos y no a sus vecinos, que sí
los utilizan.
Pero
hay otros nuevos desafíos a su estilo de vida: El turismo rural, que crece al
amparo de unos intereses inmobiliarios que amenazan con crear la próxima
burbuja; los parques eólicos o fotovoltaicos, o los de baterías de litio, y otros
malestares que curiosamente han llegado a nosotros a través de las necesidades
impuestas por la transición ecológica hacia las energías renovables. No es
fácil combatir todo esto, pero ahí están ellos, enseñándonos a vivir de otra
manera.
Dice Marc Badal que “el mundo campesino no regresará, pero de aquel mundo y de sus gentes podemos extraer aprendizajes muy útiles para reorientar la senda de unos acontecimientos que nos arrastran por el callejón sin salida de la industrialización agraria y la urbanización de nuestras vidas”.
DdA , XX/5.688
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