lunes, 24 de junio de 2024

EL AGUA DE DOÑANA, LOS POZOS DEL DUCADO DE ALBA Y LAS COSAS DEL COMER

 

Antes de que el mundo campesino tradicional desaparezca por completo -nos dice la autora en este magnífico artículo, que respira amor y compromiso con la madre tierra a la que nos debemos- deberíamos poner todas nuestras esperanzas en estas gentes, que algunos llaman neorurales, que han escogido vivir de y en lo rural, y sobrevivir en precario o sin mayor ambición que la de colocar su autonomía por encima del dinero, dentro de los cánones de una economía de la que el resto de los ciudadanos tendríamos mucho que aprender.

Carmen Ordóñez

El Juzgado de Instrucción n.º 1 de Sanlúcar La Mayor (su titular no parece tener intención de convertirse en uno de esos jueces mediáticos: quizá obtenga otras compensaciones) ha decidido desprecintar los pozos de la finca de Aljóbar, propiedad de la Casa de Alba, que hace un año fueron clausurados bajo sospecha de su utilización para riegos ilegítimos, según informaba hace unos días eldiario.es

Se trata de ocho pozos para los que la empresa Eurotécnica Agraria, que gestiona los negocios agropecuarios de esta familia, los mayores terratenientes de España, ha impulsado un proyecto de regularización que aún no cuenta con el sello administrativo sino únicamente con un visto bueno inicial.

La propiedad tiene otros dos pozos con un permiso de extracción de 606.000 m3 por año (el consumo anual de agua en una vivienda ocupada por una sola persona se sitúa en unos 50 m3, por hacernos una idea) para regar las 200 Ha. de terreno donde cultivan sus naranjas gourmet. No vayan a pensar que mientras se obtienen los permisos la empresa va a utilizar estos pozos ahora desprecintados, si bien se sospecha que en la última campaña agrícola ya habrían bombeado para riegos ilegítimos un 50% más de lo que tienen concedido. No hay que pensar mal, repito, de una familia tan bien educada, aunque un refrán español ya advierte que “cuando el gato no está, los ratones bailan”.

La finca de Aljóbar bebe de las aguas de la Cañada del mismo nombre, que vierte sus aguas en el río Guadiamar, que a su vez configura las lindes del Parque de Doñana. La proximidad es alarmante.

En un intento por localizar la marca comercial de esas magníficas naranjas gourmet que engordan prodigiosamente gracias a las aguas de Doñana (siempre que pienso en Doñana, pienso en Tartessos; y me estremezco), la que esto firma hizo una inmersión en las páginas de El Economista que ofrecen datos oficiales (base de datos INFORMA) sobre las actividades empresariales de Eurotécnica Agraria. El lector puede juzgar por sí mismo aun siendo profano en la materia. Las cifras hablan por sí solas:

Número de compañías, en el ámbito nacional, que abarca la empresa: 9.129. Facturación de todas ellas: 2.607 millones de euros. Promedio de ventas en 2023 de todas las compañías: 285.000 euros. Número de empresas afincadas en Madrid: 1.180. Volumen de ventas en 2023 de estas compañías localizadas en Madrid: 219 millones de euros. Media de empleados de las empresas: 2

Además hay que señalar que, según denunció hace un año La Marea, la empresa Eurotécnica Agraria recibió más de 200.000 euros en subvenciones públicas desde 2019. Una de ellas, por parte de la Junta de Andalucía, en concepto de “ayudas para compensar las dificultades económicas derivadas del conflicto bélico en Ucrania”.

Y ni rastro de las marcas con las que se comercializan sus naranjas para llegar a nuestras mesas. No pondría en duda que ésas en las que usted está pensando ahora, las más caras del mercado, esa marca que nos resulta más famosa que las demás, la más conocida, sea la de las naranjas que beben del agua de Doñana porque, eso sí, en la tienda virtual de la Casa de Alba  -¡sorpresa!- se venden aceites, ibéricos, quesos, legumbres y miel, pero no naranjas.

Estas cifras corresponden a lo que se califica como agricultura intensiva o superintensiva. En el otro fiel de la balanza, en lo que se refiere a las cosas del comer, se encuentran los “hijos de la tierra”, que son los que la trabajan y la aman sin sobreexplotarla. Sobre esto reflexiona Marc Badal en un libro que recomiendo vivamente (Vidas a la intemperie. Pepitas ed. & Cambalache) que nos relata la historia del campesinado hasta llegar al derrumbe rural y agrario que ahora vivimos. Sin tópicos y sin idealizaciones.

Antes de que el mundo campesino tradicional desaparezca por completo deberíamos poner todas nuestras esperanzas en estas gentes, que algunos llaman neorurales, que han escogido vivir de y en lo rural, y sobrevivir en precario o sin mayor ambición que la de colocar su autonomía por encima del dinero, dentro de los cánones de una economía de la que el resto de los ciudadanos tendríamos mucho que aprender. Son una minoría silenciosa, casi invisible, que se asienta en rincones olvidados de nuestra geografía y tejen redes entre ellos para conformar un apoyo mutuo imprescindible para su supervivencia.

Son múltiples los retos a los que se enfrentan. En primer lugar se encuentran con los obstáculos de siempre: la dependencia de la climatología, porque siempre hay riesgo de perder una cosecha o tener un mal año, o la invasión de pájaros que no encuentran frutales para alimentarse y acuden a los cultivos, o de caracoles u otras especies que pueden arruinar el trabajo de todo el año, porque hay agricultores que, de verdad, no utilizan productos tóxicos en el proceso. Por eso hay plagas que les afectan a ellos y no a sus vecinos, que sí los utilizan.

Pero hay otros nuevos desafíos a su estilo de vida: El turismo rural, que crece al amparo de unos intereses inmobiliarios que amenazan con crear la próxima burbuja; los parques eólicos o fotovoltaicos, o los de baterías de litio, y otros malestares que curiosamente han llegado a nosotros a través de las necesidades impuestas por la transición ecológica hacia las energías renovables. No es fácil combatir todo esto, pero ahí están ellos, enseñándonos a vivir de otra manera.

Dice Marc Badal que “el mundo campesino no regresará, pero de aquel mundo y de sus gentes podemos extraer aprendizajes muy útiles para reorientar la senda de unos acontecimientos que nos arrastran por el callejón sin salida de la industrialización agraria y la urbanización de nuestras vidas”.

DdA , XX/5.688

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