Lazarillo
El soneto que transcribo, perteneciente al libro de mi estimado colega Félix Maraña El bosque no es un árbol repetido. Sonetos y soñetos, presentado recientemente en la biblioteca del Ateneo de Madrid con música y canto, no tuvo tanta y distinguida audiencia en la soledad sonora del atrio de la pequeña iglesia de Voznuevo, pero este Lazarillo mantiene la utopía de que alguna vez estos lugares, cuyas losas han sentido los pasos de cuatro siglos -sobre todo los domingos y fiestas de guardar-, puedan servir de escenario a la cultura y la poesía, rescatándolos del apartamiento en que mantienen la sólida y pétrea estatura de su imagen, tan apegada al terruño que pareciera crecida de sus raíces. Me consta que ese afán es un imposible, porque los pueblos se vacían y nada ni nadie parece dispuesto a rescatarlos para la vida que tuvieron o pueden tener como territorio de sosiego y cura para cuantos desventurados pacientes de los estragos del ruido y la prisa que tanto y a tantos hieren. Podría darse el caso de que alguna vez volvamos a pretender pensar por nosotros mismos y dejar de ser manada, propiedad de quienes tienen todos los resortes de manipulación para estabularnos y nutrir cada vez más con futilidades de toda laya nuestra predispuesta y casi inconsciente mansedumbre. No estaría nada mal, si se diera el retorno a esa búsqueda de la razón y los sentidos que vamos perdiendo o nos van sustrayendo de la entraña, hacerlo donde el silencio reconforta, el aire tiene un aliento inmemorial a tierra, huerto, nube y árbol, y la vida discurre monte abajo haciendo sonar la cadencia de su pulso en las aguas manantiales. Es en entornos así donde versos como estos de Félix Maraña, leídos en la sonoridad antigua y recoleta de estos atrios vacíos que miran al fresco y luminoso verdor esmaltado y florido de los valles, se nos quedan más adentro, listos para acompañarnos en bicicleta con la lumbre de su lucidez por los caminos boscosos que trepan sinuosamente las montañas:
Tanta verdad inapelable abruma/ y conmueve saber, si es que se sabe,/ que no tienen razón, tienen la llave/ para que su mentira nos consuma.
Todo su predicado se hace espuma,/ vago claror donde confunde un ave/ -somo la bruma que encubrió la nieve-/ el monte disfrazado entre la bruma.
Todo su discurso extraordinario/ se asemeja a los rictus del rosario,/ repitiendo sin más la misma nada.
Repitiendo baboso silabario,/ disfrazando ante el mundo su ideario:/ convertirnos a todos en manada.
DdA, XX/5630
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