martes, 30 de abril de 2024

EL LIBRO DE SIEGFRIED MEIR QUE ABRAZA A SATURNINO NAVAZO


Tony Álvaro

El 30 de abril de 2020 moría Sigfried Meir Bacharach, niño superviviente de Auschwitz. Morían con él Luis Navazo, nacido en la calle Quijote de Madrid; y Jean Siegfried, figura de la chanson allá por los años 50. Morían también un galerista de arte africano, un creador de moda, un restaurador de éxito y un rey de la noche ibicenca.
Siegfried Meir nació en Frankfurt en 1934. Familia judía ortodoxa. Malos tiempos para la lírica y para lo más prosaico también. Siegfried no puede ir al colegio, ni entrar en tiendas, ni jugar en parques…sí, el fascismo se parece bastante a una pandemia, es un virus frente al que muchos gobiernos se inhiben y no buscan vacuna.
La familia Meir Bacharach es deportada a Auschwitz. Siegfried tiene 9 años y se convierte en el número 117.943. Lo normal (la normalidad tiene recovecos muy inquietantes) era que lo destinaran de inmediato a la cámara de gas. Tuvo suerte y pudo escabullirse con su madre. En un barracón de mujeres permaneció a salvo, oculto entre los colchones y mantas de las literas. Allí vio morir a su madre de tifus.
Desesperado, se presenta a los guardias de las SS, a los que cae en gracia con su pelo rubio, ojos azules y perfecto alemán. Lo mandan a los barracones de los hombres. Allí le informan que su padre ha sido asesinado hace tiempo.
Infectado de tifus, Meir sanará gracias a las atenciones del doctor Mengele, al que también cae en gracia ese pequeño vivaracho de aspecto ario. La vida de Meir empieza a ser una concatenación de pequeños milagros.
Ante la proximidad del Ejército Rojo, Siegfried forma parte de una de las marchas de la muerte hacia Mauthausen. Primero un tren de vagones descubiertos bajo la nieve que deja vidas congeladas en el tiempo. Después a pie, hasta caer exhausto, sin conocimiento. Cuando vuelve a abrir los ojos está en Mauthausen. Alguien, al que no conocerá nunca, lo ha llevado en brazos para no dejarlo morir en una cuneta.
En Mauthausen se hará cargo de él un republicano español llamado Saturnino Navazo, al que los gerifaltes del campo han dejado vivir porque juega muy bien a fútbol. Saturnino cuidará de él hasta la liberación. Y cuando tras la liberación el destino de Siegfried apunta a un orfanato, Saturnino lo adopta. Pasa a llamarse Luis Navazo, nacido en la calle Quijote de Madrid, y con ese salvoconducto va a vivir con su nuevo padre cerca de Toulouse.
Siegfried Meir acumula méritos para convertirse en temido delincuente juvenil, pero el amor y la ética que los nazis no han conseguido arrebatar a Saturnino, le hace comprender al muchacho que estar vivo requiere de algún deber. Siegfried adorará siempre a Saturnino, aquel republicano español, burgalés, que a punto estuvo de fichar por el Betis y murió en el exilio en 1986.
Meir hizo prácticas de corte y confección, pero abandonó el coser por el cantar. En París se convirtió por unos años en popular intérprete de chanson, Jean Siegfried, hasta que se hartó de las imposiciones de las discográficas y abrió una galería de arte africano. Acaba hartándose de los aires parisinos en general y busca un lugar remoto al que huir. Formentera. Febrero de 1967.
En Formentera no hay nadie y de vuelta en barco a Ibiza, decide quedarse. Paso a paso se irá convirtiendo en uno de los personajes más populares de la isla. Abre restaurantes, triunfa con el ocio nocturno y abre la línea de moda adlib desde la tienda de una amiga. Nadie sabe nada de su pasado. Ni siquiera su familia. Cuando le preguntan por el número tatuado en el brazo, contesta que es el número de la Seguridad Social, que tiene muy mala memoria. Hasta que un día, su buen amigo Georges Moustaki le pide que desgrane la historia que hay tras ese número.
Siegfried cuenta su historia en un libro, La Resiliencia, y la contará en colegios e institutos, porque lo necesitaba, porque lo necesitamos, porque Saturnino Navazo estaría orgulloso, porque sabía que si lo contaba, pese a no confiar demasiado en el género humano, al cerrar los ojos mantendría la luz de aquellas madres que lo escondieron, de aquellos brazos anónimos que lo arrancaron de la gélida muerte, de los republicanos españoles que lo protegieron, de aquel futbolista burgalés que lo hizo sentir hijo amado, para protegernos de los que quisieran inyectarnos benzina en pecho para que no volviéramos a pasar por el corazón a los que dan algo de sentido a este mundo.

DdA, XX/5629

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