Era un chico tranquilo, casi introvertido, sonriente y buena gente. Pintar su firma por las calles era su escape, lo hacía solo, cuando le venía bien, y se transformó en un experto de sprays y llevaba en los bolsillos decenas de pitorros de distintos tamaños. Estaba enfermito, pero nunca se quejaba. Un cielo de criatura que tuve la suerte de conocer y de vernos a diario en los locales de ensayo. Sol Soto
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