martes, 7 de mayo de 2024

"EL INFINITO EN UN JUNCO" Y LA GRATITUD DE UNA LECTORA CASI CENTENARIA


Ángel Alonso Carracedo

Mi madre, de 97 años, cuerpo encorvado como el junco, ante el vendaval, pero resistente aún al ciclón de la muerte, ha terminado este libro de Irene Vallejo, un fenómeno editorial con varias decenas de ediciones. No había día en que las pocas páginas leídas con sus retinas rebosantes de vida en pasado y castigadas por una degeneración macular, merecieran un comentario elogioso que me hacía llegar con entusiasmo casi adolescente. En la soledad de su habitación de residencia de tercera edad, entabló una amistad imperecedera con esta historia sobre la épica de los libros antes de la imprenta. Ella siempre fue una buena lectora con el adorno de la curiosidad que nos mueve a quienes disfrutamos del acto de leer.

Vivió tiempos españoles cerrados para la mujer, reposo del guerrero y cantera de hijos para el cielo. Esos tiempos se olvidaron de ella, de sus inquietudes culturales que solo pudieron quedar libres en el anochecer robando horas al descanso con lecturas de sucesos históricos, su pasión. De este libro, “El infinito en un junco”, me hablaba tanto del relato como de la admiración indisimulada por la autora, a la que le costaba concebir con semejante acervo en un rostro tan joven. Había, en sus alusiones a Irene Vallejo, la envidia sana por los tiempos que ya la han sobrepasado, en donde la demostración del talento de la mujer, a ella le pilló con el paso cambiado. Me he imaginado muchas veces hasta donde hubiera llegado el horizonte de mi madre, de profesión sus labores como se significaba en el DNI de tantas mujeres, si hubiera seguido estudios y desarrollado una profesión humanística o científica. Cuando ahora, a un trienio del siglo de existencia, la oigo hablar, me convenzo de que ese espacio del saber lo hubiera cubierto con nota muy alta. Me llena de rabia el azar injusto de los malos tiempos para nacer y para morir.
Un Parkinson la impide escribir. Ha tenido que dejar el ordenador por imposibilidad física de manejo. Pero en su todavía frescura de pensamiento y razón, me pide que me dirija a Irene Vallejo con estas palabras que he anotado al detalle: “Yo, una persona de 97 años, le doy las gracias porque he tenido la ocasión de leer su libro. Me ha hecho comprender y me ha enseñado muchas cosas y ha dejado en mi vida una huella que no olvidaré. Repito el agradecimiento y bendigo la hora en que he tenido la suerte de conocerla como escritora”.
Mi madre cerró este libro hace unos días y la moraleja que he entresacado es que han vuelto a brillar sus ojos con la lucidez de una curiosidad de nuevo despierta. Como hijo que la cuida no puedo negar que este relato le ha abierto un después al que ya daba por imposible.
Gracias, Irene Vallejo, por tu historia mágica.

DdA, XX/5637

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