Ovidio Parades
Es el último regalo (puede que el penúltimo si me animo a publicar ese puñado de poemas en el que llevo años trabajando y que, tras su muerte, estoy a punto de concluir) para mi madre. Ella no podrá leerlo, evidentemente, pero sé que, como a mi editora, Cristina Pineda, le hubiese encantado. Va más allá de una historia con triste desenlace. ¿Qué triste desenlace? La muerte. Lo que, más tarde o más temprano, nos aguarda a todos. Eso que sabemos al poco tiempo de venir al mundo. Que nos cuesta una vida entera asimilar, si es que realmente llegamos a hacerlo. Que jamás, cuando lo has padecido tan de cerca, podrás olvidar. Este libro es la historia de un amor muy poderoso entre una madre y un hijo durante 51 años. Mi madre y yo. Es también la historia de una mujer que, pese a su enfermedad degenerativa (y las posteriores que fueron llegando), nunca perdió la sonrisa, el optimismo ni las ganas de vivir. Aun en los momentos de mayor fragilidad (el último tramo), siguió luchando como una fiera por seguir un rato más con nosotros. No pudo ser. No creo que exista otra vida (ya me gustaría creerlo, os lo aseguro) más allá de este día a día. Su presencia está en mi memoria constantemente y en las palabras que conforman este libro que empecé a escribir dos días después de su muerte. Cada madrugada, encerrado en mi estudio, era una manera de seguir durante unas horas a su lado. Esas horas de escritura eran las más felices (si puedo utilizar esa palabra en este contexto tan dramático y doloroso) de cada jornada. Todo lo demás, excepto el dolor, lo recuerdo vagamente. Mieres, Oviedo, Madrid y Alicante son los lugares donde transcurre la historia. Cuatro lugares fundamentales en mi vida y en la relación con mi madre. Dicen que hoy es el día de la madre (que, como la mayoría de los días señalados, todos los días son este día). Bien. Mientras estaba en este lado del mundo, lo celebramos como correspondía, arropándola y ofreciéndole lo mejor de nosotros mismos. Lo mejor de mí mismo. Era lo que ella merecía, lo mejor. Siempre. Y lo tuvo. Es mi consuelo, si es que puedo hallar un poco en medio de esta batalla.
A mi madre, que sigue aquí. En este libro y fuera de él.
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