domingo, 5 de mayo de 2024

EL UROGALLO SOLITARIO DE MUMIÁN


Manuel Maurín

El cantadero era un verdadero monumento natural, un claro casi circular cubierto de yerba y flores y rodeado de un bosque denso de viejos robles, hayas y abedules entre los que se intercalaban otros árboles atlánticos, musgos y matorrales de brezo y arándano. Un escenario inmejorable para el desarrollo del espectáculo que cada año observaban las hembras antes de decidirse por el gallo con el compartirían su ceremonia nupcial.
En realidad, entre los espectadores se encontraban también los propios machos, mientras esperaban posados en las ramas su turno para debutar. Excepto uno que, por timidez o por alguna disfunción, se escondía silencioso en la espesura tras los líquenes de un gran carbayo sin atreverse nunca a bajar al suelo.
Poco antes del amanecer el primer gallo comenzó a cantar emitiendo chasquidos secos primero -tac, tac, tac- e introduciendo después el resto del repertorio, consistente en una serie de tableteos, taponazos y jadeos rítmicamente acompasados. Cuando los primeros rayos de sol le iluminaron el plumaje negro y verde de brillo metalizado y las cejas resaltadas de rojo intenso, bajo la mirada atenta de la hembra en celo, el gallo descendió en un vuelo corto hacia el centro de la campera donde comenzó a pavonearse mientras erizaba la barba para intimidar a los rivales y a otros depredadores que también esperaban un descuido para intervenir.
Situado con el cuello erecto mirando hacia el cielo, abrió lentamente la cola en abanico y bajó las alas hasta que la hembra se fue acercando en actitud sumisa, lo que le permitió completar la danza girando a su alrededor con las alas arrastradas.
Los cortejos continuaron durante dos horas e incluso se reanudaron por la tarde con nuevos pretendientes. Cada año eran menos ya que el deterioro del hábitat, su fragmentación y el empobrecimiento genético diezmaban constantemente la población.
Quizás por alguna tara biológica o ambiental el urogallo solitario tenía un comportamiento anormal y evitaba competir en primavera. Sin embargo, en el otoño volvía al cantadero y desarrollaba su ritual sin que ninguna gallina lo contemplase, pues en esa época todas solían estar acompañando aun a los pollos nuevos en las profundidades del bosque.
El escenario no podía ser tan hermoso como ahora, con los colores templados de la seronda y la hojarasca pardo-moteada cubriendo el suelo del cantadero. Y el urogallo de Mumián saltaba y aleteaba mirando al graderío y al sotobosque colmado de frutos rojos y morados pero vacío de espectadores.
Sintiéndose, quizás, despreciado por los de su especie, se aventuraba después hacia la braña y se acercaba a los pueblos para actuar en campo abierto y desafiar a otras especies, incluidas las ganaderas y la humana, lo que terminó por alejarlo definitivamente de sus congéneres y acabar desterrado en La Pornacal, donde apareció muerto a las pocas semanas.

DdA, XX/5634

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