"El caso es que me dijeron que en el gallinero estaba la gallina de los huevos de oro; marché para allá... y me rompí la pierna, doble fractura de tibia y peroné». Lo dice Maxi, el de Casa Maxi de Vegarienza, uno de los grandes clásicos de la gastronomía leonesa y un paisano socarrón, filósofo de lo rural, en el que es difícil adivinar cuando salta de la ironía a la realidad.
Fulgencio Fernández
Aunque en este caso la socarronería, la gallina de los huevos de oro, y la realidad, la fractura doble, se suceden y desembocan en el cierre de uno de los locales de referencia en Omaña, el templo del llosco y otros manjares caseros, una de los últimas comercio-bar que guardan en sus estanterías mil historias, recuerdos y hasta tiempos diferentes. «Aquí llegamos a ser 150 personas, ahora a duras penas pasamos de veinte».
- ¿Te dará pena cerrar?
- Bueno, desde 1880 aquí y cuatro generaciones, ya está bien; tercia la madre de Maxi, Selima, apoyada en la barra de esa cocina de leña siempre encendida y que tiene mucho que ver con la rica cocina tradicional que en esta casa se degustaba.
- ¿El templo del llosco?
- No solo. Por el llosco venía mucha gente, pero también por todas las carnes, el arroz con bacalao, el embutido de verdad, el pollo de corral...
- ¿Qué comió Serrat cuando vino?
- Todo, lo comió todo, dejó los platos que no hizo falta ni darles un agua de limpios que los dejó. Y lo que llevó, por lo menos para siete días y les dejó muy claro a todos los que venían con él que «estos es solo para mí».
Recuerdan Maxi y su madre, Selima, aquella visita de Serrat, «que no vino a comer, se quedó todo el día aquí con nosotros, habló de todo», dice Selima, que habla con admiración del cantante, como demuestra además que su póster sigue ‘reinando’ en las escaleras de Casa Maxi, así como fotos del reciente premio Príncipe de Asturias con cada uno de los miembros de la familia.
- Ya. Buena gente nos pareció, pero algo olvidadizo, que nos prometió una caja de vino de una bodega que tiene y nunca más supimos del vino; dice Maxi todo serio pero con esa sonrisa al biés que te hace dudar si habla el serio o el socarrón.
- Ahora ya cerráis, se acabó.
- Pero estamos aquí; si quiere traerlo, y algo le daremos que como cerramos de repente comida y bebida nos quedó ahí como para una boda.
El «cerramos de repente» se entiende cada vez que Selima se lo tiene que explicar a la gente que llega con la idea de tomar algo o comprar en este histórico comercio-bar. «Pensábamos aguantar algo más; por lo menos el verano, pero surgió el accidente, que voy a estar un tiempo para recuperarme y pensamos que ya no merece la pena.
Anda impaciente Maxi, a disgusto todo el día «amarrado a la silla y las muletas; yo que no paraba ni un segundo. Y va para largo», se resigna mientras cuenta que tampoco la enfermera que le tocó, muy amable, debía captar mucho esa ironía suya. «Al marchar me dijo, bueno hasta pronto, que tendrá que venir a revisión; y yo le dije: no mujer, no hace falta que venga yo entero, le mando la pierna por un taxi, me la curan y el taxi me la lleva otra vez el pueblo... Y se asustó toda, ¡cómo va a hacer eso!». Maxi, que todo lo cuenta así. Cuando recuerda aquellos tiempos de cenas, partidas de cartas, tertulias y la gente con pocas ganas de marchar para casa, remata con absoluta seriedad. «Yo con eso nunca tuve problema. Cogía la escopeta y les decía: desfilando; marchaban sin rechistar».
Ya más en serio reconoce que le da cierta pena, o bastante, tener que cerrar la puerta de Casa Maxi. Repasa los bares que hubo en la comarca, le salen casi veinte, y ahora «somos cinco y a ver por cuanto tiempo». Es consciente de que se cierra una historia muy larga que, como él repite, «comenzó en 1.880» y su madre le matiza: «Hace cuatro generaciones. Ya estuvimos abiertos en tres siglos, el XIX, el XX y el XXI». Una historia que arrancó en un hermano de su abuelo con el nombre de El Campesino, «porque había venido de Tierra de Campos»; también se llamó en su andadura Casa Anita y desde hace décadas es Casa Maxi, su último propietario, aunque en la puerta también se puede leer ‘Casa Maxi y Anita’, que es su hermana y tiene mucho que ver en el éxito de esta casa de comidas donde el llosco es santo y seña pero hay mucho más. «¿El secreto? La materia prima, las manos de las cocineras y la cocina de leña, siempre cocinamos en ella, a fuego lento, que las prisas no son buenas para nada».
Viendo las estanterías y las fotos la conversación viaja por la historia de Omaña. Además de Serrat por allí anda el astronauta Pablo Álvarez, «al que conocemos desde niño, y a toda su familia» o la foto del equipo de fútbol, Los Millonarios de Omaña, con el poeta Luis Miguel Rabanal de extremo derecha... mucha historia, muchas historias contadas por Maxi.
- ¿Y Ana?
- Pues está metiendo la leña ¿Sabes lo que pasa? Que aunque cerremos, la cocina si no come no calienta.
La Nueva Crónica DdA, XX/5627
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