lunes, 29 de abril de 2024

"ROMPEDORES", LOS MOTIVOS DEL TEATRO


Valentín Martín

Un canto a Alcalá, un canto al teatro, un canto al lenguaje, un canto al Siglo de Oro. Eso y mucho más es lo que hace José Carlos Vázquez al escribir, dirigir e interpretar una excepcional oferta dramática llena de brincos, matices y guiños. Qué goloseo la cadencia de la palabra construyendo una timba ocurrente donde todos ganamos.
José Carlos Vázquez ha reunido en Alcalá (¿dónde si no?) a Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Luisa de Cervantes, Francisca de Pedraza y Francisca de Nebrija en torno a Miguel de Cervantes. La escritura de cada personaje no es un corsé, casa muy bien con su cuerpo en la historia. José Carlos Vázquez se acerca a ellos con la aproximación de las devociones, un cierto regocijo, y ninguna pretensión enciclopédica. Hay sibilinos deslices para acabar perfiles, como ese caústico comentario de Quevedo sobre la demasía de escritores en Alcalá. Una advertencia propia del bachiller a Francisca de Pedraza, nadie sabe si el salto va más allá. O más acá.
Tampoco sé si estamos otra vez ante la oferta de un teatro profano (en el sentido de romper dictaduras de tendencias) como en su día saltó a las bambalinas de la mano del extremeño Torres Naharro. Tanto este como José Carlos Vázquez demuestran conocer muy bien a los clásicos, más allá de la estructura de la comedia. Porque en esta recreación de juntar personajes y tiempos, José Carlos Vázquez está jugando con un complejo realismo que él hace fácil.
Vemos "Rompedores" con la sospecha de un alboreo renacentista, en pleno apogeo del fenómeno luminoso de aquel Siglo donde convergieron tantos elementos aparentemente heterogéneos. Y en la propuesta escénica de José Carlos Vázquez nada chirría y queda muy claro el dibujo personal de cada uno, sin quiebra alguna frente al inventor de la novela moderna.
Si sumamos lo que José Carlos Vázquez nos propone estamos ante una inevitable eclosión donde reina la fiesta del idioma y de la vida, más allá de amarguras, crueldades o ironías.
Y es ahí donde entra decididamente la poderosa civilización de la palabra. El teatro carga toda su violencia expresiva sobre la palabra. Toda la asimilación de lo que propone el autor está en la generación antiheroica de los actores al servicio de la palabra.
Posiblemente ayude la remisión de "Rompedores" a un lenguaje que no permite la perniciosa "naturalidad" a que se acogen los intérpretes del teatro actual. No ha sido fácil para José Carlos Vázquez incorporarse a ese esplendor y esa estética de entonces. Supongo. Pero lo que descubro como un regalo es la abrumadora respuesta feliz de los intérpretes. Desde Alejandro Gómez como Lope, Roberto Orozco como Francisco de Quevedo, Tamara Escolar como Luis de Góngora, Carmen Gabino como Luisa Cervantes, Celeste Sanz como Francisca de Pedraza, Maribel Rollón como Francisca de Nebrija, hasta el propio José Carlos Vázquez como Miguel de Cervantes, todos compiten por la exactitud de su papel. Y lo consiguen de largo. No decae ninguno y yo debería aguantarme mi admiración por Tamara Escolar en un Góngora convocando perplejidades. Hagamos como que no he dicho nada, porque nadie retrocede.
Pasado el ecuador la obra crece, crece, y crece espectacularmente. Se nota ahí el oficio y la mano creadora del autor que sabe subir tensión y ritmo para ir aproximándose a un delta final que finalice con más esplendor si cabe aún.
Para ello José Carlos Vázquez convierte "Rompedores" en una actuación coral apoyado en el buen pulso musical de Tomás Todó y en la danza. Y aquí no hay ya tapujos: uno a uno van desgranando lugares e historias de la ciudad. Esto provoca una comunión con el público que comparte esa declaración de amor.
¿Quién no?
Toda la función es eso. Todo el teatro es eso. Toda Alcalá es eso desde aquellos años de oro hasta este José Carlos Vázquez que se rodea de un elenco brillante para un ofertorio inolvidable.

DdA, XX/5626

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