Valentín Martín
Las cosas pasan solamente una vez en la vida. Si las dejas pasar estás muerto. Las cosas importantes, quiero decir. Como cuando canta en Madrid Quesia Bernabé y se te aparece el sueño de un catamarán.
Aquel catamarán se llamaba como el bar donde escribía sus poemas Ángel González, y que una veleidad alemana nos lo mató.
Cuando yo triunfe en la música, me dijo mi hijo una mañana mediterránea, lo primero que me compraré será este catamarán. Para probar la vocación marinera de un niño nacido en Madrid, lo primero es subirse a un barquito e irse a poner los pies urbanos en una isla casi desierta, la misma que gustaba tanto a la violetera de La Mancha, patria de Eladio, donde atardece mejor que en La Alhambra. Al ir estaba la mar brava y el barquito muy bautizado de sal. Al volver, la mar se puso loca y el barquito no lograba entrar a puerto. No sé cuántos intentos, pero fueron suficientes para que a un niño de tierra adentro se le muera el sueño de la mar.
Ayer me pasó a mí con tanta devoción como Quesia Bernabé cantando poesía popular en Madrid. Mi amigo Fernando (CiberCanción De Autor) ha dejado una espléndida crónica para la memoria del suceso. Se encendió otra vez la luz de Quesia, atentas las guitarras de Josete Ordóñez y David Torrico.
La poesía popular que canta Quesia (anoche Federico e Isabel Escudero) tiene la pureza que le faltó alguna vez a Manuel Machado, despeñado en abismos españolistas, incluso andalucistas, después de la bronca del hermano José por intentar imitar a Verlaine.
En Quesia Bernabé se amalgaman con mucha más querencia la flauta de Tubinga con los signos de Sumeria.
Vivir a contra vida cansa. Anoche cayó ternura sobre Madrid mientras los traperos de Emaús estaban en sus casas de Vallecas y mi catamarán intentaba entrar en el puerto de la magia.
Después de la derrota y del último mensaje de Quesia me empastillé casi como Amy Winehouse y me sumergí en la última música de Daniel Hare, ese amigo que propone un hombre feliz. Y me entregué en brazos de Luz Casal, la inmensa rockera-bolerista- tiznada de jazz que tanto aman los franceses. No hubo manera de olvidar que la vida es lo que se pierde, la muerte lo que se gana, lo de la vida fue ayer, lo de la muerte mañana.
Hoy es mañana. Y sigo echando de menos al hombre que no fui recorriendo con Quesia Bernabé e Isabel Escudero las tierras, las tierras, las tierras de España galopa caballo cuatralbo. Nunca la libertad fue tan hermosa como en esta mixtura.
No volverá la noche de Quesia Bernabé, esta que se quedó a la puerta mientras mimoseaba la lluvia madrileña y yo sospechaba desde un crujido de dientes por una mar maldita de archipiélagos y ni un solo puerto donde descansar la ira del hombre.
Voy a volver a Fernando y su tesoro de letras y fotos. Eso o cargar la pistola de Larra.
DdA, XX/5579
No hay comentarios:
Publicar un comentario