En 1904 aún no se celebraba el 8 de Marzo, pero el movimiento feminista era ya una realidad molesta para el statu quo internacional. Lo suficiente como para tratar de minimizar sus reivindicaciones por medio de la ridiculización. Ese año se estrenó en los teatros Asturias la “revista cómico lírico bailable” titulada Congreso Feminista, que el diario ‘El Comercio’ definiría como obra “de género ínfimo (…), vulgarísima (…) tiene chistes y frases capaces de enrojecer a un guardacantón”. Agárrense, que vienen curvas. El asunto, por supuesto, estaba escrito por una triada varonil (Celso Lucio, Enrique G. Álvarez y Manuel F. Palomero) y plagado por los tópicos de confianza desde la línea 12 del libreto: “cuando nos reunimos tres o cuatro del sexo bello no hay manera de entenderse a los cinco minutos”. La protagonizan futbolistas, pintoras, escritoras y hasta una torera que, sin embargo, siempre contraponen sus logros a los del varón. Con esas mimbres se criaron las protagonistas de la historia del primer 8-M asturiano. Y, con todo y con eso, cuando por fin pudieron alzar la voz lo hicieron no solo por ellas, sino por toda la humanidad.
Un mundo revuelto
No eran tiempos fáciles. El 8 de marzo de 1936, que cayó en domingo, llegó tan solo una semana después de la segunda vuelta de las elecciones generales que dieron la victoria en diputados al Frente Popular, conformado por las principales partidos de izquierda, con un ajustadísimo margen en cuanto a porcentaje de voto con el Frente Nacional Contrarrevolucionario, cuya ideología englobada dentro de los fascismos en auge había quedado consagrada con el famoso mitin de Gil Robles en Covadonga, en 1934. Resonaban aún en Asturias los tambores de la cruenta represión contra la Revolución, que ahora se contaba con voz de mujer. La de las viudas, por ejemplo, o la de Maruja Lafuente, hermana de La Libertaria, que acababa de ser vitoreada por miles de personas en el multitudinario mitin del 29 de febrero en Las Ventas (Madrid). En el resto del mundo las cosas tampoco iban mucho mejor. En 1933, tras el ascenso del Partido Nazi (NSDAP) al poder en Alemania, había sido arrestado por la Gestapo Ernst Thälmann, candidato comunista a las elecciones. Nunca recobraría la libertad. Tampoco los etíopes, desangrados por la guerra sin cuartel que siguió a la invasión de la Italia de un Mussolini que aguardaba su devenir en Duce.
Contra todo ello protestaron, en su primera manifestación pública (o, al menos, publicada en la prensa local), las mujeres de Asturias. El Día Internacional de la Mujer, que se celebraba sin una fecha fija establecida desde 1911 -ese año hubo mítines en varios países europeos, como Alemania o Suiza, el 19 de marzo, una semana antes de la tragedia de la Triangle Shirtwaist neoyorquina- y en el octavo día del mes de marzo desde 1917 en la Unión Soviética, llenó ese año de nuevo el coso madrileño de Las Ventas, pero también la plaza del Fontán, en Oviedo.
Aquella Jornada Internacional Femenina Antifascista tuvo como protagonistas en Madrid a Dolores Ibarruri, ‘La Pasionaria’, y a Julia Álvarez Resano, según cuenta María Antonia Mateos en su “¡Salud, compañeras! Mujeres socialistas en Asturias (1900-1937), pero aquí el cartel no tuvo nada que envidiar al de la capital.
Ese día en Oviedo tomaron la palabra, por ejemplo, la comunista Lina Ódena, de 25 años, o Matilde de la Torre, recién reelegida diputada a Cortes por en PSOE. También Concha González y, cómo no, Maruja Lafuente, hermana de la heroína de la Revolución. Las noticias en la prensa al respecto de este mitin celebrado “con la sola asistencia de mujeres”, según dijo ‘El Comercio’, son parcas, pero suficientes para saber que la reunión fue multitudinaria y que sus reivindicaciones, como las de aquellas feministas de principios de siglo, no caían bien entre todos los sectores de opinión. Se mofa, por ejemplo, el diario conservador Región de que uno de los pilares sobre los que se sustentó la protesta femenina del primer 8-M asturiano fuera la sindicación de las sirvientas, “para las cuales se pedirá el salario mínimo a 16 duros mensuales, ocho horas de trabajo; una habitación con balcón a la calle, un día semanal de descanso”.
Lo cierto es que la reivindicación de unas mejores condiciones laborales para las empleadas de servicio del hogar era una realidad desde hacía años, que, al calor de la República, creció hasta llegar a la movilización popular. Se pedía la sindicación de las sirvientas -y llegaría a hacerse, en los escasos meses que quedaban de paz, en algunos casos- y una tabla salarial digna, con sueldos desde las 0,75 pesetas por hora para las limpiadoras hasta las 40 mensuales para las cocineras; una jornada de siete horas o la prohibición de que las sirvientas fueran obligadas a dormir en la casa de los señores. En el mitin del Fontán, organizado por el Socorro Rojo, se trató este tema, pero también otros que no solo afectaban, mayoritariamente, a la mujer. Se pedía, por ejemplo, que se pusieran fronteras a las evasiones de grandes capitales, la libertad de Thälmann o el cese de las hostilidades en Abisinia. Sobre un camión aparcado al efecto en el centro de la plaza, aplaudían las viudas y huérfanos de la represión de Octubre.
Caravana femenina a San Pedro de los Arcos
No solo fue la concentración en el Fontán, donde las mujeres, según ‘La Libertad’, “hablaron de la situación actual del trabajo de las mujeres y estudiaron algunos puntos del movimiento político” y “fueron muy aplaudidas”. Disuelto el foro, “se formó una manifestación a base de mujeres” que recorrió las calles Fruela, Uría y Toreno hasta el Gobierno Civil, y, después, la caravana femenina se dirigió al cementerio de San Pedro de los Arcos para rendir homenaje a las víctimas de la represión. Sobresaliente entre todas ellas, otra mujer: Aida Lafuente. Fue la primera vez que sonó nuestra voz en un 8 de marzo en Asturias, pero también iba a ser la última en mucho tiempo. Cuatro meses y diez días después, el golpe de estado fascista quebró los sueños surgidos esa tarde en el Fontán.
En los años venideros no solo dejaría de celebrarse el Día de la Mujer: también se llevaría a cabo la eliminación física de muchas de las protagonistas de aquel día. En Cazalla (Sevilla), por ejemplo, fueron asesinadas once sirvientas sindicadas. Lina Ódena tomó las armas, pero, en septiembre de 1936, tan solo medio año después de haber tomado la palabra en el Fontán, decidió suicidarse al verse acorralada por un grupo de golpistas. Matilde de la Torre, Julia Álvarez Resano y Dolores Ibárruri se exiliaron, respectivamente, a México y la Unión Soviética. Solo ‘La Pasionaria’ viviría para ver cómo en 1977 la ONU proclamaba el 8-M como Día para los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Dicen que el tiempo, pero especialmente el tiempo en democracia, es el mejor juez. O jueza.
*Foto de Matilde de la Torre
NORTES DdA, XX/5579
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