Paco Faraldo
CUESTIONES IBÉRICAS
Portugal: en el despacho del jefe del gabinete del primer ministro se descubre una cantidad de dinero de origen incierto. El jefe de gabinete es investigado por sospechas de haber favorecido la concesión de licencias para diversas inversiones de empresas energéticas. El primer ministro, aún sin ser acusado de haber participado en el asunto, dimite porque considera que por convicción ética la dignidad de su cargo es incompatible con las sospechas sobre su subordinado.
España: El hombre de confianza de un ex ministro es acusado de pertenecer a una red dedicada, entre otros negocios, a enriquecerse con la venta de mascarillas durante la emergencia pandémica. El ex ministro no se siente interpelado por el asunto y se niega a dejar el acta de diputado, como su partido le exige.
Sabemos que Portugal y España son dos países con un índice elevado de corrupción. En Portugal basta recordar los casos Espíritu Santo o Sócrates que aún colea, y en España tenemos un abanico interminable de ilustres corruptos, muchos de los cuales siguen en lugares preeminentes del mundo de las finanzas y en los cargos directivos de muchas empresas. La diferencia está en que en Portugal se considera que la ética, concretamente la “ética republicana” y la dignidad son valores que deben ser preservados y a ellos se invoca para alejar de la vida pública cuando se sorprende a alguien que no es merecedor de la confianza de los ciudadanos a los que deben el puesto.
Eso de la “ética republicana”, concepto que se ha manejado también ahora en el caso del primer ministro portugués me parece hermoso. Por lo de “ética” y por lo de “republicana”.
DdA, XX/5572
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