Lazarillo
Se llamaba Aaron Bushnell, era militar de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, tenía 25 años de edad y su conciencia le impulsó a tomar una decisión trágica: quemarse vivo delante de la embajada de Israel en Washington para no seguir siendo cómplice del genocidio. Bushnell había llegado a las inmediaciones de la embajada el pasado domingo a mediodía y empezó a transmitir en directo en la plataforma Twitch. Al cabo de unos minutos dejó su teléfono móvil en el suelo, roció su uniforme militar con gasolina y se prendió fuego. Los agentes de seguridad no llegaron a tiempo para que su vida pudiera ser salvada en el hospital al que fue trasladado . En algún medio he leído que entre las llamas Bushnell gritó varias veces "¡Palestina libre!”. Durante la transmisión, minutos antes de que su cuerpo ardiera, dijo: "Soy un miembro en servicio activo de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Y ya no seré cómplice del genocidio. Estoy a punto de participar en un acto extremo de protesta. Pero en comparación con lo que la gente ha estado experimentando en Palestina en manos de sus colonizadores, no es nada extremo. Esto es lo que nuestra clase dominante ha decidido que será normal". Se llamaba Aaron Bushnell y su conciencia le llevó a prender fuego a su vida en un intento, me temo que vano, de iluminar la del mundo ante el nuevo capítulo de barbarie en la historia de la humanidad que se viene repitiendo día tras día desde hace más de cuatro meses en la Franja de Gaza: son casi 30.000 civiles asesinados, en su mayoría niños, mujeres y ancianos, y un centenar de periodistas también asesinados, en su mayoría palestinos, que pretendieron contarlo. Los conciudadanos estadounidenses de Bushnell deberían sentir alumbrada su conciencia por esas llamas que quemaron vivo a uno de sus jóvenes soldados. Más no se puede hacer como ser humano y como testimonio de solidaridad con un pueblo masacrado.
Léase@también: EL SUICIDIO DE LOS BONZOS VIETNAMITAS
DdA, XX/5.569
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