domingo, 7 de enero de 2024

SALMERÓN Y LA IDEA DE PATRIA IDENTIFICADA CON LA IGLESIA CATÓLICA

Antes de leer el artículo de Eduardo Montagut al que se alude en el titular, conviene recordar la personalidad de Nicolás Salmerón: Nicolás Salmerón fue Presidente de la Primera República Española. Estudió derecho en Granada y filosofía en Madrid con Sanz del Río, por cuya influencia se sumó a la corriente krausista. Trabajó como profesor de bachillerato (1858) y como catedrático de la Universidad Central (1866). Al mismo tiempo, se integró en el Partido Demócrata, cuyas ideas defendió mediante artículos periodísticos, discursos en el Ateneo y conspiraciones revolucionarias que le condujeron a la cárcel (1867).


 Al triunfar la Revolución de 1868, que derrocó a Isabel II, se proclamó republicano, aunque reconoció que esta corriente no estaba madura para asumir el poder. Fue elegido diputado por Badajoz en 1871 y, al abdicar el rey Amadeo de Saboya, apoyó en el Parlamento la proclamación de la Primera República (1873). Participó en su primer gobierno como ministro de Gracia y Justicia; cuatro meses después fue nombrado presidente del Congreso; y un mes más tarde jefe del Poder Ejecutivo (cargo equivalente al de presidente del Gobierno y presidente de la República, inexistente en tanto no se aprobara una nueva Constitución).

Como ministro había decretado la separación entre la Iglesia y el Estado, la inamovilidad de los funcionarios públicos y una reforma penitenciaria; como presidente (menos de dos meses) intentó recomponer la autoridad central, reorganizando el ejército y sofocando la revuelta cantonalista: no lo consiguió, pero los militares conservadores que puso en el mando acabarían volviéndose contra el régimen. Dimitió alegando problemas de conciencia para firmar dos sentencias de muerte. Le sucedió Emilio Castelar, a quien Salmerón hizo una oposición implacable, hasta el punto de negarle el voto de confianza que pedía para conjurar las amenazas contra la República.

Restaurada la Monarquía de los Borbones por el pronunciamiento militar de Sagunto (1874), Salmerón perdió su cátedra, que no volvería a ocupar hasta 1884. Siguió conspirando por la causa republicana, primero desde su exilio en Francia y luego dentro del país, como diputado por el Partido Progresista. De los diversos grupos políticos en los que se hallaban divididos los republicanos españoles, Salmerón encabezó una tendencia moderada, e intentó agrupar a las demás en la Unión Republicana con la esperanza de obtener buenos resultados del restablecimiento del sufragio universal (1890); pero el caciquismo y la manipulación electoral le impidieron cosechar más que algunos éxitos simbólicos.

La derrota de España en la guerra colonial de 1898 le hizo creer en la inminencia de la crisis de la Monarquía y clamó inútilmente por su destrucción, apelando incluso a un golpe de Estado militar. En 1907, fracasada su política de unificar a los republicanos, optó por aliarse con los catalanistas y otras fuerzas antidinásticas en la coalición Solidaridad Catalana, que obtuvo un triunfo electoral aplastante en Cataluña.

Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Nicolás Salmerón». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/salmeron.htm [fecha de acceso: 6 de enero de 2024].

Eduardo Montagut

Nicolás Salmerón escribió el prólogo de la obra de John William Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia. Draper (1811-1882) fue un químico muy destacado, adquiriendo mucha fama por lograr hacer la fotografía del organismo humano en 1840, además de por sus estudios sobre el efecto químico de la luz. Además, fundó y fue el primer presidente de la American Chemical Society. Pero, seguramente ha sido más conocido por la obra que hemos citado al principio, y que publicó en el año 1875, traducida al francés, y también al castellano por Augusto Arcimís (Madrid, 1876), y que, prologó, como se ha expresado, por el destacado político republicano español. Debemos recordar, además, que Arcimís fue un destacado científico español, el primer meteorólogo profesional de nuestro país.

 La obra de Draper fue considerada un alegato anticatólico, y generó controversia. En ese sentido, un grupo de eruditos eclesiásticos, destacando los españoles, publicaron distintas obras para refutarle: Tomás de Cámara, obispo de Salamanca, Juan Manuel Ortí y Lara, el jesuita José Mendive, el cardenal Zeferino González, etc.. Por fin, el propio Marcelino Menéndez Pelayo atacó la obra de Draper.

Pues bien, nosotros queremos glosar una parte del prólogo de Salmerón a través de la publicación de un fragmento por parte de El Socialista en el número del 29 de diciembre de 1928, y que fue titulado, “La intolerancia religiosa en España”.

Salmerón consideraba que el adelanto que llevaba España en la Baja Edad Media se trocó en un intenso atraso con la fundación la orden consagrada a la obra Inquisición (esto es, los dominicos). España se convertiría en la primera víctima de “la horrible invención que ofreciera a la tiranía religiosa”, con la que no tardaría en identificarse, apenas realizada la unidad monárquica, la “tiranía política”. Con los Reyes Católicos se iniciaría un régimen que alcanzaría su encarnación perfecta con Felipe II.

En España se habría ligado las “glorias nacionales” con la lucha religiosa, y la idea de la patria se había identificado con la Iglesia Católica. Eso habría provocado que la existencia de la nación dependiera de su unidad religiosa. Tanto la Monarquía, como la Iglesia y hasta el pueblo se pusieron a trabajar para consolidar el imperio de la unidad religiosa en el interior, y para defenderlo e imponerlo en el exterior. Eso tendría como consecuencia que España se convirtiera en una suerte de campeona obligada del catolicismo en el mundo. Así pues, frente al movimiento liberador y progresivo de la Reforma, que amenazaba tanto al Papado como al Imperio, se creó la “milicia espiritual del jesuitismo”. Desde entonces en la patria de los dominicos y los jesuitas se había hecho imposible la libertad de conciencia. Eso habría sido funesto para el devenir histórico de España, manteniéndose un evidente fanatismo. Aunque se produjeron revoluciones que habían atacado a la Iglesia apenas se habían logrado tímidas y hasta vergonzantes declaraciones de libertad religiosa. Todo esto era considerado por Salmerón como causa de la decadencia y hasta degradación de España en los tiempos modernos, unida a la distracción del genio y de la actividad nacional en empresas de engrandecimiento exterior y de conquistas. Mientras los demás pueblos europeos se preocupaban del desarrollo científico, España se había quedado petrificada en las viejas imposiciones dogmáticas. Eso explicaba la esterilidad de la Ciencia en España y el atraso industrial, al que también contribuyó la expulsión de los judíos y moriscos, pero, además, explicaría la falta de “intimidad religiosa” que habría degradado la conciencia del pueblo, y que explicaría, por fin, la general presunción e “impotente soberbia” que imperaban en el país.

En todo caso, en el fragmento elegido por los socialistas, Salmerón citaba en el prólogo las excepciones de este sombrío panorama en la historia moderna de España.


DdA, XX/5.533

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