jueves, 25 de enero de 2024

RICARDO, EL FUTBOLISTA DEL SPORTING "PARA ENTRAR GOLES"


Félix Población

Me entero por Vicente García Oliva de que falleció Ricardo, el primer futbolista del Sporting al que más y por menos tiempo admiré en mi niñez, aunque creo que nunca lo vi jugar en El Molinón porque de aquella, cuando se disputaba la temporada 1956-1957, todavía no me había inscrito mi padre como socio infantil del club por cinco pesetas al mes. Podría decirse, por lo tanto, que la mía fue una admiración platónica o por referencia.

El domingo que el equipo le endosó once goles al Lérida (por entonces el Lleida, el Girona o el Indautxu estaban proscritos), la mayor goleada lograda por el Sporting en su historia, yo estaba en la cama, recién operado de anginas y comiendo helados. Cuando vi el rostro jubiloso de mi padre entrando exultante en la pequeña habitación azul de al lado de la cocina -la más caliente de la casa-, al regreso del partido, con aquel olor a intemperie mojada que daba la lluvia en las gabardinas, presentí no sólo la victoria del equipo sino que Ricardo había hecho una de las suyas, que era marcar goles. Lo extraordinario era que en aquella ocasión marcó seis, por lo que acabó de ganarse mi creencia de que era el futbolista que tomaba Cola Cao "para entrar goles", según la popular canción publicitaria de la época que se escuchaba por la radio.

Nos cuenta García Oliva que aquella temporada del ascenso del equipo asturiano a primera división, Ricardo Alós consiguió 46 de los 107 goles contabilizados por una delantera en la que figuraban además Sánchez, que luego fue taxista, el jovencísimo Biempica de potente chut, y Ortiz, otro destacado goleador. Al parecer, nunca se consiguió tal cifra en esa categoría, pero Ricardo se fue del Sporting al Valencia la temporada siguiente porque había sido cedido por el club levantino, en el que también fue máximo goleador en primera división, igualado nada menos con Di Stefano y un tal Badenes. 

El nombre de Ricardo, sin embargo,  se esfumó poco después del firmamento futbolístico, tal como escribe Vicente, al cabo de un par de temporadas, sin que se volviera a tener noticia de un delantero centro que tanto había destacado y que quizá se retirara del fútbol por algún tipo de lesión grave que lo apartó de su efímera nombradía. También cuenta García Oliva que la admiración de la chavalería gijonesa por Ricardo era tal que "todos nos quisimos parecer a él esa temporada", una de las brillantes en la historia del club, hasta el punto de imitar sus andares un poco patizambos: "Nunca tuvo Xixón tantos neños patizambos", escribe García Oliva. 

Yo todavía no tenía edad para intentar esos remedos de andadura, pero sí creo haber hecho algo similar con Chapela (Lastra, Pocholo Chapela, Biempica y Encontra), el delantero centro vasco que jugó con el Sporting algunas temporadas más tarde, cuando ya no me perdía uno solo de los partidos que disputaba el equipo en su viejo estadio, en una etapa en la que estuvo a punto de bajar a tercera división. Además, como Chapela (no Txapela), yo lo que quería era lamer sellos como él, después de ver como lo hacía con una carta a la salida de un estanco junto al instituto.

Creo recordar que fue Chapela quien marcó un penalty decisivo para mantenerse en segunda el Sporting, cuya ejecución muchos no quisimos ver, incluido el guardameta Lombardía. ¿O era Emery? Fuera cual fuera, lo recuerdo mirando a las redes de su portería, la de las gradas del marcador simultáneo, eludiendo ver lo que ocurría en la de enfrente, la del graderío que da al río Piles. No puede asegurar si fue la Cultural y Deportiva Leonesa el equipo adversario. 

Debo aclarar también, en mi caso, que la admiración por Ricardo iba más allá de lo deportivo. Se trataba de un futbolista valenciano, cedido por club de la capital del Turia, y en esos años estaba muy vivo aún en mi familia el recuerdo del retorno a Gijón, una vez finalizado el destierro de mi padre en aquella ciudad, en donde trabajó como ferroviario sin posibilidad de ascenso profesional durante diez años. A pesar de aquel castigo e imposición del viejo régimen por la juventud republicana de mi progenitor, ese periodo lo recordaba con especial cariño mi madre, a cuyo rostro se asomaba la luz que entraba por los balcones del modesto piso en el barrio de Ruzafa cada vez que lo rememoraba.

Se podría decir que mi admiración por Ricardo Alós formaba parte de una especie de nostalgia ingénita, propia de quien nació en el Mediterráneo, con toda la luminosidad estival de la fecha en que vi esa luz, y a los pocos meses se encontró con los suyos a la vera gris e invernal del Cantábrico. Dice mi hermano, renuente a aquel cambio de aires y con más años que yo para fijar en la memoria el recuerdo de nuestra llegada, que Gijón le pareció, de camino a la casa de los abuelos, una ciudad pequeña y oscura, de la que le quedó para siempre la imagen del espacioso solar del Humedal embarrado, lleno de charcos y con muy pocas farolas en el alumbrado público. 

DdA, XX/5.550

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