lunes, 15 de enero de 2024

EL RECIBO DE LAS BICIS DE REYES



Leticia Gondi

Siempre hablo de las cosas materiales que no teníamos. Como si estas se pudiesen enumerar...
Supongo que no tener nada y tenerlo paradójicamente todo, es algo que compartimos la mayoría de las niñas y los niños de los 80.
Hoy ha vuelto a suceder, me he despertado a las 7 de la mañana, puede que antes, y he sido incapaz de pegar ojo de nuevo.
Haciendo tiempo en la cama, he recordado aquel maravilloso 6 de enero en que a mi hermana y a mí nos trajeron, por fin, una bicicleta.
Me calculo unos nueve, diez años a lo sumo. Uno y medio menos, a Aroa.
Las copiosas nevadas de aquel invierno habían propiciado que el suelo del patio se hundiese durante la noche, originando un importante socavón que güela y Leti resolvieron con gran acierto, atribuir a los camellos reales, para hacer de aquella una jornada incluso más mágica si cabía.
Ese año, cuando ni siquiera el sol había despertado, fuimos objetivamente las niñas más dichosas del universo.
Aroa tenía su Bolero rosa anhelada, majestuosa, con una cesta para llevar objetos, y una dínamo pegada a la rueda, que producía luz.
A mí me cumplieron el sueño de una California azul con amortiguador. Una bici «masculina» que a ninguna otra niña conocí jamás en la vida.
Tomamos el Cola Cao, nos pusimos el chándal directamente sobre el pijama y partimos raudas al exterior, entonando villancicos y gritando eufóricas con la subrepticia intención de despertar al resto del pueblo; que durmiesen la mañana de Reyes, se nos antojaba un insulto a la felicidad humana.
Y allí permanecimos más de una hora, dando vueltas en sentido a las agujas del reloj en la plaza del Xerrón. Aroa apenas llegaba a los pedales, por lo que se veía obligada a avanzar de pie; la mía, estilo trial, era bastante más manejable, sin embargo me frustraba tratando de emular los saltos que habría visto hacer a los guajes por los caleyos.
No imagino el esfuerzo que a mi abuela y a mi madre les supuso semejante dispendio.
Entre los numerosos tesoros que heredé de güela tras su fallecimiento, está este recibo para recordarme que podíamos vivir con austeridad, pero jamás nos faltaron «buenos reyes».
Ojalá pudiese daros las gracias; creo que no llegué a hacerlo

DdA, XX/5.550

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