viernes, 15 de diciembre de 2023

COMO UN ÁRBOL...HAGO ETERNO CADA MOMENTO


Jacint Torrents


El pasado mes de octubre pasamos varios días en la comarca gaditana de la Janda. Deseaba conocerla desde que recogí en un libro —Jandalán— unos cincuenta poemas en castellano del muy buen poeta Jordi Enjuanes-Mas (Navars, 1942 – Barcelona, 2009), que se añadían a los más de cuatrocientos cincuenta en catalán publicados en libros y blogs.  

La Janda es un territorio situado entre el campo de Gibraltar y el cabo de Trafalgar, no lejos de la bella sierra de Grazalema y de la de Ronda. En la costa abundan las marismas, las breñas y extensas playas vírgenes. Y le dan vida y alegría los bosques de pinos piñoneros, que no son muy altos. Sus espesas copas sugieren un campo de musgo verde y refrescante, que la vista agradece. El viento invita a los practicantes de kitesurf a deslizarse airosamente sobre las altivas olas de cresta espumeante. Hacia el interior, los olivares bien alineados y los bosques de alcornoques, rodean los pueblos encalados y relucientes, «los pueblos blancos». Pudimos ver durante estos días como los ejércitos de la Unión Europea hacían maniobras en el estrecho. 

Cuando hacía el servicio militar, lo crucé diez veces a bordo de un zigzagueante barco que llamábamos La Paloma. En uno de esos desplazamientos me llevaron a pernoctar en un cuartel de la punta de Tarifa. Siempre llevaba un pequeño transistor. Esa noche oí por Radio Tirana, que emitía en onda corta, la noticia de la muerte por suicidio del poeta Gabriel Ferrater. No era raro. La amarga ideología del existencialismo de Sartre, que decía que «el hombre es una pasión inútil», había clavado su aguijón en muchos estados de ánimo. Pero Jean-Paul Sartre continuaba viviendo. 

Recuerdo que al levantarme necesité ir a respirar el aire del mar. Y me encontré ante la garita del soldado que controlaba los barcos que cruzaban el estrecho. Sus rudimentarias herramientas eran: unos prismáticos, un bolígrafo y una libreta, donde anotaba —si no se distraía— las matrículas de las naves. «Pues nada: aquí, plantado como un algarrobo, siempre mirando el mar», me dijo. Y tenía razón: el algarrobo necesita ver el mar. Pensé con tristeza que Ferrater era como un árbol derrotado, y que nunca vería aquella inmensidad azul, ni las gaviotas, ni los saltos de los delfines. 

Y ahora, al darme una vuelta de nuevo por estos lugares, he recordado algunos de los últimos versos del poeta Jordi Enjuanes-Mas, a quien le gustaba compararse con un árbol: «Erguido como un árbol, aguanto a sabiendas / las tormentas que la vida hoy me depara / y hago eterno cada momento.» 

Y es que, a diferencia de los nuncios de la negatividad que periódicamente afloran, debemos creer que el hombre es una pasión esperanzada, que es capaz de llenar de sentido cada momento, capaz de resistir los embates de la vida y que tiene la vocación de intentar acoger el insondable misterio de la existencia. Como un árbol erguido frente al mar. 

L'Actual  DdA, XIX/5.519

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