jueves, 16 de noviembre de 2023

SÁNCHEZ REDUJO A FEIJÓO A CARICATURA DE SÍ MISMO


Apenas me he permitido un rato de teleasistencia, por prescripción facultativa, a la primera jornada de la sesión de investidura de Pedro Sánchez ayer en el Congreso. Suficiente como para estimar oportuno el artículo que sigue, publicado en Nortes. Lamento que su autor no haya dedicado a la señora Cuca Gamarra unas cuantas e irónicas palabras, porque lo de esta mujer con las sonrisas forzadas es algo bien llamativo. Observen el rostro de sus compañeros y véanla a ella estirando la boca y enseñando literal y metafóricamente los dientes, como si lo que apunta Guillot en su crónica (Sánchez redujo a Feijóo a caricatura de sí mismo) le hiciera mucha gracia, cuando lo que dibuja con su sonrisa es una animadversión manifiesta hacia su adversario político. Desconozco al autor de la instantánea, pero el mal perder de la derecha española se refleja en la imagen. 

Víctor Guillot

El mayor conflicto que vive la derecha española se hace soluble en la irresuelta condición de líder de la oposición de Alberto Núñez Feijóo. Feijoo representa el yo moderno en la política nacional. Se cree embarnecido de una dignidad incondicional, resistente a todo y a todos, impelido a creerse el único presidente legítimo del gobierno. Su yo moderno no comprende o no quiere comprender que el sistema parlamentario español no otorga esa dignidad a quien gana unas elecciones, sino a quien es capaz de conformar una mayoría parlamentaria de, al menos, 176 votos en el Congreso de los Diputados. Pedro Sánchez lo ha comprendido desde el 23J y hoy estamos así. El conflicto político se hace inevitable, porque la perestroika reclama la integración de ese yo moderno en una red compleja de relaciones, puentes, intersecciones, entre ellas, la CE, el reconocimiento del otro para poder conformar un nosotros contemplado en el pluralismo político. Todo ello es el reflejo de un modelo, una poética, una forma de entender España conformada a partir 1978.

El desafío del orden constitucional de Feijóo ha menguado hasta terminar convertido en una verdadera humillación política este miércoles en la Corte de los Leones. El sarcasmo y la risa pueden ser desarmantes y demoledores. Y Pedro Sánchez se ha aferrado a ambos para reducir a su adversario político a una caricatura de sí mismo, poniendo en tela de juicio su continuidad como presidente del PP. Feijóo y Aznar han querido desafiar el orden constitucional, que se les ha presentado como una gran amenaza a sus deseos más genuinos y personales, y a la postre, uno y otro han sucumbido aplastados por el superior peso de la inclemente mayoría política del resto de partidos de la cámara a excepción del suyo y de Vox.

El Feijóo romántico ha llegado al Congreso después de haber exacerbado el conflicto político hasta un radicalismo desconocido en España durante los últimos cuarenta años. O lo uno o lo otro. De eso ha querido Feijóo que fuera el planteamiento político de esta investidura, de la presentación histérica de dos opciones incompatibles. A eso nos ha llevado esa visión romántica tan deformada que nos conduce hacia el esperpento político escenificado en las calles de Madrid. O Milei o convivencia en Argentina; o concordia o alzamiento en el TurboMadrid, podríamos inferir desde hace una semana en el campo de batalla español, a la luz de las concentraciones estimuladas por el PP o Vox en Ferraz y otras sedes del PSOE. Se estructura el simbolismo político en estas dos opciones antagónicas que entre el miércoles y el jueves adquirirán la claridad numérica que ofrece la aritmética parlamentaria.

El PP debe iniciar a partir de este jueves la domesticación de su yo romántico, inflamado y salvaje, incompatible con la convivencia que anuncia el nuevo ciclo político entre los ciudadanos, una mayoría que representa a la clase media y a la clase trabajadora, al poder de las periferias, al nuevo mapa europea que se pergeña antes de sus próximas elecciones. El corazón perdedor de Feijóo busca, en cambio, engolfarse de poder, aunque de tanto quererlo ha sucumbido a él y finalmente ha terminado siendo su prisionero.

El PP necesita reconocerse en un nuevo país que se ha transformado sin necesidad de tocar la Constitución. La política ha hecho su trabajo, desde la flexibilidad de una norma que goza de suficientes mecanismos para garantizar la democracia del siglo XXI, entre ellos, la puerta abierta a la amnistía, sin necesidad de citarla. A fin de cuentas, fue una amnistía la que precedió a la CE y sólo podía ser así, pues un orden constituyente como aquel, necesitaba de una ley que sedimentara los cimientos de la concordia.

La era del conflicto irrebasable no ha finalizado. Es probable que el PP y Vox continúen azuzando la rebelión y el pronunciamiento popular hasta que en el seno de la derecha o de las derechas, del empresariado y el universo cultural liberal, democrático y conservador, se produzca una revisión consciente del papel que pretenden jugar en los próximos años, tiempo suficiente para reconducirse voluntariamente a la senda de la humildad y la convivencia. Veremos.

NORTES  DdA, XIX/5.499

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