Félix Población
Tienen sobrado razón los promotores de la atrayente exposición que se puede ver estos días en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón y que lleva por epígrafe Retratos con animales, 1865-1977. Sin haber tenido oportunidad de acudir a verla, comparto con ellos que entre todas las fotografías expuestas quizá sea ésta de José Ramón Lueje una de las más interesantes y acaso la que más hubiera llamado mi atención.
La selección de instantáneas expuestas, y que abarca un periodo temporal de más de un siglo, está hecha sobre la valiosa colección perteneciente al Muséu del Pueblu d'Asturies, aunque en este caso la imagen está tomada en el pueblo leonés de Lario (no Larios) y corresponde a uno de los rebaños de merinas que procedentes de Extremadura buscaban los pastos frescos del norte a la llegada del verano. Dado que su autor la fecha en octubre de 1936, la fotografía debe de coincidir con el retorno de los rebaños, una vez concluido el periodo estival, a su lugar de procedencia.
Apenas he reparado, al leer el pie de la imagen, en el detalle que apunta su redactor, con ser curiosa la denominación de motriles que se les daba a los niños que ayudaban a conducir las ovejas junto al correspondiente perro pastor y que al parecer era el escalafón de menor nivel entre los que se daban en el pastoreo por entonces, por debajo de zagal y rabadán.
Lo que me ha llevado a escribir este artículo sobre la fotografía, con sus dos jóvenes protagonistas en primer término, el rebaño detrás, ocupando toda la calle del pueblo, y la figura escorada a la izquierda de un lugareño que los observa calzado con madreñas y con las manos en los bolsillos, es reparar en que estaban siendo partícipes de una actividad pastoril, anclada en el tiempo inmemorial de tan apacible y dura actividad ganadera, cuyas primera normativa escrita data de hace mil quinientos años. Esa práctica la hacían al tiempo que se había desatado el vendaval de odios y violencia que trajo consigo una guerra en extremo cruel. Iniciada precisamente ese mismo verano, no habrá durante su infausto trienio balance más trágico que el de sus primeros meses, hasta el punto de calificarlo como verano sangriento.
Si, tal como se nos dice, esa instantánea data de aquel otoño de 1936, es muy probable que durante aquella trashumancia esos dos pequeños pastores a los que llaman motriles se habrán encontrado más de una vez con alguna de las atroces episodios que conformaron aquella tragedia nacional. José Ramón Lueje, un minucioso cronista de la montaña asturiana fallecido en 1981, quiso quizá hacer esa fotografía entonces, pues le atraía la vida pastoril, considerando a que el nuestro era el país del pastor nómada, "que vive una vida sobria y mansa, heredada de padres a hijos como una reliquia de raza, como una labor en la que se premian los trabajos y los años con unas jerarquías cuyos grados se ganan muy lentamente, subiendo a través de un calvario de renuncias y sacrificios".
A los jóvenes pastores que miran con una seriedad casi adulta hacia la cámara del fotógrafo, con el morral al hombro, empuñando sus varas con actitud responsable al lado de su perro en la pedanía de Lario, perteneciente al municipio de Burón, en el corazón de los Picos de Europa, les tocó aquel año un añadido aciago a las renuncias y sacrificios propias del oficio a tan corta edad: hacer los caminos de un país en guerra, donde tantas fueron las muertes tendidas en los surcos y cunetas que aún siguen por miles bajo tierra. Otros pastores la pisan en nuestros días, sin conocimiento posiblemente de que un muy largo y vergonzoso olvido no ha reparado aún la dignidad que merecen las víctimas de aquella masacre.
Mientras España se desangraba en un conflicto armado que daría lugar a una larga dictadura, esos dos niños pastores contribuían con su trabajo a reforzar con las trashumancia el papel de reservorio de la biodiversidad que constituye su pastoreo, al trasladar con su rebaño semillas e insectos que hacen posible el intercambio genético de las especies y la conexión entre hábitats. Cada una de las ovejas de un rebaño trashumante traslada a diario 5.000 semillas y abona la tierra con más de tres kilos de estiércol, leo en Trashumancia y naturaleza.
La trashumancia es la ganadería más extensiva de las extensivas, y las vías pecuarias por las que transita tienen un importante papel como reservorio de la biodiversidad. Que eso haya ocurrido en plena guerra, con el rebaño de estos dos jóvenes pastores, cuando la sombra de Caín machadiana sembraba de muerte pueblos y caminos, es algo que no puede quedar sin subrayar al comentar esta excelente fotografía de Ramón Lueje.
DdA, XIX/5.499
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