viernes, 17 de noviembre de 2023

"MATANZA INDISCRIMANADA E INTOLERABLE", DIJO POR FIN PEDRO SÁNCHEZ


Tras semanas de equidistancia, que ha llegado a resultar indignante, mientras los aviones israelíes bombardeaban a civiles palestinos, Sánchez al fin ha sido medianamente claro. Quien ha sido presidente desde 2018 y mañana renovará el cargo, al fin llamó matanza indiscriminada e intolerable a la actuación israelí.

Gerardo Tecé

Arranca la investidura que el jueves 16 de noviembre llevará a Pedro Sánchez a recibir por tercera vez el encargo del Congreso para ser presidente del Gobierno, y lo hace con importantes novedades. La fundamental, más allá del tremendo ruido, es que, al contrario de lo sucedido en septiembre, cuando era Feijóo quien pedía la confianza del Parlamento, ahora sí salen los números. Otra importante novedad, de clima político en este caso, es el protagonismo del procedimiento en sí. Tras casi dos semanas de estruendo y asedio a las sedes del PSOE, la sesión de investidura devuelve a la derecha al terreno de la realidad. Una realidad en la que son los diputados electos en representación de los millones de ciudadanos que los votaron quienes pueden atribuirse la condición de ser España, lo que opina España. Una condición atribuida en los últimos días a quienes, subidos a una farola y ondeando banderas de épocas pasadas frente a las sedes del PSOE, realizaban cánticos con rimas asonantes en las que puta, maricón o moro ponían la guinda a los estribillos.

Sobre el terreno de juego de la realidad y con la certeza de que lo que opina España surge del Congreso y no del megáfono del líder de Ultras Sur que esté de guardia esa noche, arrancaba su discurso un Pedro Sánchez que, a su vez, también traía novedades casi por acumulación. La historia de Sánchez es la historia de un tipo cambiante y que se adapta a las circunstancias, una forma como otra cualquiera de señalar, como bien hace la derecha, su oportunismo. Un oportunismo del que parece haber hecho carrera con mayúsculas. Convertido por la derecha, desde hace años, en la sátira del tirano, el cambiante Sánchez, que hoy opina amnistía no y mañana amnistía sí, que pactaba con Podemos cuando hacerlo con Ciudadanos no era una opción, va dibujando una carrera política de cierta altura en la que, entre tanto cambio, parece establecerse un denominador común nada cambiante, sino más bien permanente, que tiene que ver con la valentía. Fue valiente el cambiante Sánchez cuando, tras negarse a hacerlo, decidió pactar con Podemos. Fue valiente el cambiante Sánchez que, tras apoyar el 155 a Cataluña, apostó por deshacer el camino del enfrentamiento. Fue valiente el Sánchez de la excepción ibérica y el que se la jugó adelantando elecciones tras el fracaso autonómico y municipal. Es valiente el Sánchez que hoy, tras semanas de acoso y derribo mediático, político y judicial, subía a la tribuna del Congreso para, con la cabeza alta y un discurso directo, defender una alternativa democrática y social frente a la crecida internacional del fango reaccionario. No sabemos si Sánchez ha llegado a ser referente de la izquierda internacional de rebote tras sus muchos cambios de posición, por huir del acoso de la derecha echada al monte o siguiendo un camino previamente trazado. Lo que sí sabemos es que sabe jugar bien en este escenario y que se gusta en el papel del Fucker-socialista, esa modalidad política consistente en visitar la sede de Ferraz con sonrisa vacilona y absoluta tranquilidad, cuando aún se limpian las calles tras la batalla campal de la noche anterior. O, en este caso, subir a esa tribuna con absoluto aplomo, sabiendo que haber sido declarado enemigo número uno de la patria que estás a punto de presidir forma parte del cargo.

Con ese aplomo desplegó el Sánchez colocado en la diana de la España Fetén un discurso de investidura en el que, además de las típicas reivindicaciones de lo ya hecho y las típicas promesas de lo venidero, hizo un ejercicio de pedagogía democrática consistente en explicar al que será desde mañana líder de la oposición, Núñez Feijóo, que las mayorías parlamentarias se obtienen cuando eres capaz de hablar con todos y vertebrar mayorías complejas. Cosa imposible para quien camina por la vida copiando el discurso y agarrando de la mano a una ultraderecha que un día pide golpes de Estado y al siguiente –literalmente esta es la línea temporal– los denuncia. Resulta que quien pretende que España se convierta por cojones, por españolidad, por el espíritu de Marcelino marcándole de cabeza a Rusia un gol, en algo que ya no es, no tiene la suficiente capacidad de formar mayorías en una España que hoy es plural. Si Sánchez y sus pulsaciones en 60 se encontraban hoy dos dificultades, estas eran: a la izquierda, su tibio posicionamiento sobre el genocidio que Israel comete en Palestina, y a la derecha la piedra de la amnistía. Ambas las ha resuelto con la solvencia mínima exigible a quien quiere presidir un país como España. Tras semanas de equidistancia, que ha llegado a resultar indignante, mientras los aviones israelíes bombardeaban a civiles palestinos, Sánchez al fin ha sido medianamente claro. Quien ha sido presidente desde 2018 y mañana renovará el cargo, al fin llamó matanza indiscriminada e intolerable a la actuación israelí. No es mucho porque no lo es señalar lo evidente, pero tampoco es poco en un tablero internacional en el que a la izquierda le tiemblan las piernas a la hora de defender los derechos humanos más básicos y denunciar las barbaridades más tremendas. En la misma línea, la apuesta de Sánchez con la amnistía ha sido coger el toro por los cuernos, evitando ponerse de perfil y lanzándose a tumba abierta en el debate: “Estamos arreglando un problema de convivencia que ustedes crearon”, le dijo a la bancada de la derecha. Con el gran hándicap de no ser creíble este discurso, con la dificultad evidente de que el cambio de postura de Sánchez nace de la necesidad de los votos de Junts, el presidente introdujo en la cabeza de los espectadores esa imagen que ha mitigado en buena parte su incoherencia: la llamada caye borroka. Es decir, ese despliegue de sinceridad en las calles, esa representación de la derecha consistente en quienes llaman putas a las ministras, maricones a los policías que hacen su trabajo y no se apuntan a un golpe de Estado, o que rezan el rosario mientras ondean banderas franquistas. Son el mejor regalo que Sánchez podía tener y, probablemente, expliquen en buena parte su éxito repitiendo presidencia en un contexto tan complejo y repleto de pandemias, guerras y crisis económicas. A ellos, representados en el hemiciclo por Santiago Abascal, les debe Sánchez una solidez política que nadie supo ver cuando llegó a la Secretaría General del PSOE para calentarle la silla a Susana Díaz –cómo es la vida–, y que le llevará mañana a ser declarado presidente del gobierno por tercera vez.

CTXT DdA, XIX/5.500

No hay comentarios:

Publicar un comentario