Enrique del Teso
Feijoo es como la caja negra de los aviones. Se puede romper todo a su alrededor, se le puede vapulear, se le puede empujar, puede encadenar contradicciones y disparates. Pero cuando se le busque entre los cascotes estará entero, sin magulladuras. Lo de tener una cara de cemento armado en él es menos metáfora de lo habitual. Practica de manera ordinaria el recurso propagandístico más querido por la Iglesia y los ultras y muy frecuentado por el PP: atribuir al rival las maldades propias, para que las maldades propias parezcan defensa legítima ante maldades ajenas y así apropiarse del lenguaje del rival. La Iglesia, por ejemplo, quiere imponer censura católica en las escuelas. Vox llamó a eso «pin parental» para que parezca otra cosa. Dice la Iglesia que así se protegen los padres del adoctrinamiento de la escuela pública. La Iglesia quiere adoctrinar y llama adoctrinamiento a que no se le permita, y así el lenguaje de denuncia contra la intransigencia de la Iglesia parece ir contra la escuela pública. Con ese patrón, Feijoo hizo un pequeño circo del trámite de la investidura y luego reprochó a los rivales, es decir a todo el mundo, haber montado un club de la comedia del que no quería ser parte. Descalifican la bronca de Óscar Puente para que parezca que el discurso enloquecido habitual de la derecha sea una defensa ante los ataques rivales. Irene Montero debería escribir un libro ilustrado con todas las cosas que la llamaron escritas sobre un fondo de salivazos, como flotando en mala baba. Yo soy esa, podría titularlo. Quiso Feijoo que fuera delito la deslealtad institucional, para que parezca que el atraco del CGPJ es un acto de resistencia. Como digo, es un hilo argumentativo habitual en la ultraderecha, Iglesia incluida (precursora del odio en España, no lo olvidemos).
Los resultados de las elecciones habían sido claros. El PP ofrecía un gobierno PP – Vox y la mayoría de los españoles votaron contra esa bicha. Ofreció derogar el sanchismo con la morralla ultra en la chepa y la mayoría de los españoles dijeron que no. Salvo Coalición Canaria y UPN, los demás partidos no podían ni negociar su investidura sin violentar a sus votantes. Pero se lanza al ruedo, Rey mediante, sin tener votos ni nadie con quien negociar. Feijoo parece mediocre y lo es en muchos sentidos, pero no en cosas fundamentales. No parece que el número de la investidura fuera para conseguir la presidencia, sino para hacer amigos y, si la legislatura es corta, ganar la presidencia en breve. Los resultados electorales no fueron como en ese carrusel de repeticiones electorales en que ganaba siempre la izquierda y luego se dedicaba a hacerse fotos en vez de negociar en serio. Ahora hay una mayoría conservadora en el Congreso. El PP no puede tener socios mientras lleve en la solapa el hedor de Vox. Los pedruscos trumpistas de su partido siguen creyendo lo que las encuestas les hicieron creer, que pueden sembrar un odio a Sánchez, progrerío y antiespañoles mayor que el temor al fanatismo ultra. Podía ser, pero las elecciones pincharon gravemente ese globo. Un PP más circunspecto con posibilidades de ganar puede comerse muchos votos de Vox y convertirlos en más diputados por la ley D’Hont. Y puede roer votos del PSOE y amortiguar esa adrenalina ultra que tanto movilizó a la izquierda. Y Vox no solo movilizó a la izquierda. En Cataluña hubo votos nacionalistas hacia el PSOE, porque se percibió como voto útil para parar a las hordas anticatalanas. Esos votos pueden volver a su redil. Feijoo sacó brillo a los cables que ya tiene con el PNV, del que solo lo separa la sombra de Vox. Echó cables a Junts en busca de la fibra convergente que quede por allí. Y no lo hizo porque sí. El empresariado catalán presiona a Puigdemont para que vote la investidura de Sánchez, para que vuelva a la política del estado y vuelva Convergencia. Feijoo parecía buscar que la actual mayoría conservadora formara gobierno en las siguientes elecciones, que él cree que pueden no tardar. Y sabe cruzar tempestades como las cruza la caja negra de un avión.
Lo que hizo un sainete toda esta investidura de pega fue la irrupción trumpista. Lo peor que puedes hacer si se te pegan las lentejas es remover el fondo. Cuando se agitan las aguas del PP y se remueve su fondo de odios antiguos, el aliento del PP coge la fetidez de las malas digestiones. Ayuso ya había dicho que no podían tirar a Feijoo por un puente, expresión que solo deja en la memoria «tirar a Feijoo por un puente», como cuando Nixon dijo «no soy un chorizo» y la gente solo oyó «chorizo». Madrid DF zarandeaba a Feijoo y FAES rugía. Así que Feijoo tuvo que cabalgar a lomos de España se rompe y banderita tú eres roja, justo lo que no necesitaba. En esos requiebros la andadura de la investidura se convirtió, efectivamente, en el club de la comedia. Ya fue la monda que dijera que tenía los votos para ser presidente, pero que renunciaba a ellos por sus principios. Me pregunto si fue eso lo que le dijo al Rey, que puede formar gobierno, pero que renunciará a tal honor.
La cuestión es que, culebreando, sí deslizó que él se entenderá con los nacionalistas, casi llegó a decir que continuaría la política económica del gobierno, sacó a ETA solo para Bildu y puso la dosis justa de ruptura de España para que los vahos trumpistas se calmasen y Madrid DF, como diría Unamuno, sosegase el revuelo de sus sinrazones. Metió el dedo en el ojo del PNV («¿los votan para aplicar la política de Podemos?») y enredó a Sumar con Podemos. No ganó la presidencia, pero sí el PP y ya no huele a muerto. Hasta tiene futuro.
Sánchez también ganó. No hay nada que haya perdido, que no recupere con su investidura en ciernes. A muchos no les gustó que no saliera ni les gustó la dureza de Óscar Puente, sin duda amañada con Sánchez. Pero el PSOE necesitaba lo que ocurrió. No es que necesitara exactamente bronca o fealdad. Necesitaba voltios, electricidad. Sus ancianos farfullan lo que les apetece, Guerra porque su desadaptación a los tiempos le absorbió sus líquidos ideológicos y políticamente es ya un pellejo reseco; y González porque sigue en activo trabajando para sus intereses y los de sus cómplices. Pero el PSOE no es libre de replicarles, porque atacar a tus ancianos es como una enfermedad autoinmune, es como devorases tu propio tejido. La Iglesia, chapoteando en la charca ultra, se pronuncia contra la amnistía, es decir, contra la investidura de Sánchez. Los fiscales piden a Europa que castigue a España por la amnistía que aún no existe, mostrando a Europa con su ejemplo que, efectivamente, hay un problema con nuestro sistema de justicia. El PSOE necesitaba voltios, ponerse de pie como un resorte, aplaudir y hablar alto en el chigre. La maniobra dejó a Feijoo hablando para una pared y Puente ofreció energía y dureza certera sin bajezas. Óscar Puente ahogó a la izquierda y Sánchez se mostrará como el representante de una España al día. Yolanda Díaz tiene que mover el dial. Tiene un problema de tono, no se oye a Sumar. La política económica de Sánchez es neoliberal, las desigualdades crecen, los servicios públicos se debilitan. Tiene que oírse el roce estridente del neoliberalismo con el hierro laborista que le dio crédito a Yolanda Díaz. Falta lo que inyectó Puente al PSOE: voltaje. Que no olviden en Sumar lo que Felipe González se niega a admitir: Sánchez es muy listo. Y la legislatura es incierta. ERC y Junts son muy dados a pelear ante el nacionalismo por ver quién la tiene más larga y son una base muy inestable para gobernar.
En breve tendrán que hablar Sumar, IU y Podemos y deberían centrarse en lo fundamental. La privatización de la sanidad y la educación elimina el derecho a la salud y a la educación, porque los derechos son automatismos, certezas de asistencia que el interés y el lucro privado desconocen; borrar el pasado y la memoria nos embrutece; la censura está de vuelta; el cambio climático nos ahoga; mueren al año tantas mujeres por violencia machista como víctimas había de ETA en su día; con tanta privatización, Italia manda sobre nuestras antiguas industrias estatales y los saudíes quieren también pillar cacho; las fuerzas del mal están en las instituciones reventando las costuras de la democracia. De esto va la cosa.
Nortes DdA, XIX/5.458
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