miércoles, 6 de septiembre de 2023

VIVÍAMOS LAS MEJORES HECHURAS DE LA FLOR DE LAS ESTUDIANTES


Valentín Martín

Tú mi recuerdo, sigo con don Miguel el vasco que mejor conoce y ama a Salamanca, incluidos los salmantinos. Cinco añitos cabales queriéndola hora tras hora. La mala gente qué sabe.
Pasábamos el puente, donde la ciudad se acababa y empezaba el Arrabal con sus corrales panaderos y el Árbol del Amor. Y paseítos por la carretera, paradas tras el follaje, palabras y hechizos para hacer caso a Cervantes, la caricia de los 20 años escasamente cumplidos, vivíamos las mejores hechuras de la flor de las estudiantes.
El día que yo abandoné ese sueño de piedra fue el más triste de mi vida, junto al tormento niño de la muerte de mi padre. (He visto un bastardo entrar en su tumba y morderle los besos, tendrá que dar cuentas por ello).
Fuimos muchos salmantinos -4.500 al año- condenados a la diáspora y al desarraigo por culpa del obispo Barbado Viejo, el amigo de Carmen Polo, que veía un peligro para el régimen en la hermandad de estudiantes y obreros.
Y así nos fuimos marchando.
Desde que surgió el pintor Jerónimo Calvo, cada día vuelvo a las entrañas de la tierra madre. Acuarela a acuarela, Jerónimo se desliza en mi memoria. Y vuelvo a vivir aquellos cinco luceros azules que fueron la vida entera.
Jerónimo Calvo, hijo de la legendaria Escuela de San Eloy, ceramista y escultor también, es un pintor de testimonios, que es lo que toca a un testigo según la certeza de Patxi Andión, el amigo que también se mató después de haber conocido la lucha, la gloria, y el desprecio de Violeta Parra en París, adonde los republicanos españoles huían para salvar la vida antes de los últimos fusiles al alba.
A mí me salva de las balas y las amenazas esa entrega diaria de Jerónimo Calvo en sus acuarelas donde duerme el sosiego, la esperanza duerme. De la mano de Jerónimo Calvo yo vuelvo a casa.
Y en mi casa ha estado hoy el artelista de nostalgias. Hemos hablado mucho, que es lo que hacemos la gente amiga y yo cuando nos juntamos en el verano del pueblo. Tengo que ir a su Monterrubio de la Armuña, a esa casa donde residen tantas expresiones artísticas. ¿ No deberían estar recogidas las acuarelas por la cultura de la Diputación que por lo nuestro vela?
Jerónimo Calvo es un pintor de exposiciones. Pero también de laboreo interior donde la magia mana.
Hemos hablado de aquella Salamanca de los 60, de su paisaje humano que sostiene la obra teatral "Torre del Aire", una obra que después de su reciente estreno, seguirá su andadura en Madrid desde octubre, con prolongaciones hasta febrero o más allá.
Me pide el corazón que Jerónimo Calvo, un pintor de Salamanca, se suba a ese viaje personal de un escritor salmantino, y con Salamanca sosteniendo el tiempo en el ámbito de mis patios interiores. En ella se quedará con otras derrotas una historia de amor que no subió al tren para oír crecer las encinas.
Más allá de este suceso, seguiré descubriendo mis 20 años a diario en la oferta que Jerónimo construye desde su lucerna cardinal.
A veces no me conozco, le pregunto, y Jerónimo Calvo me dice quién sigo siendo. Ventajas de tener al otro lado siempre una respuesta para el olvido o la rendición neurológica. Y es que cinco años salmantinos fueron muy poco para tanto sentimiento como quedó en el capacho.
De nosotros, los de entonces, demasiados se fueron. ¿Dónde están las muchachas clandestinas que partieron de la Torre del Aire para un viaje por los páramos? No se sabe.
Pero la bendita presencia frecuente de Jerónimo Calvo haciendo de Salamanca y de todos una sucesión de acuarelas que nos remiten a aquella vida y a esta ciudad es el gesto de campana llamando al amor que nos remueve.
Repito con don Miguel: Torre del Aire, tú mi recuerdo.

DdA, XIX/5.436

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