martes, 19 de septiembre de 2023

LA MANO DE LA NIÑA QUE TOCABA MÚSICA

 


Lazarillo

Pude habérselo dicho el día en que compramos el violín chino con el que empezó a recibir clases de instrumento: la mano de la niña que tocaba música. A ella le gustaba más el arpa porque se quedaba absorta viendo al mudo de los Marx dándole a las cuerdas con aquel rostro concentrado que tanto contrastaba con aquel otro dislocado que la hacía reír a carcajadas. Pero finalmente fue un violín barato el primero, por si luego no quería seguir estudiando música. Se lo dejamos encima de su cama y allí lo encontró después de comer lentejas. Fue quizá la emoción lo que le hizo digerir mal la legumbre, porque a las dos horas hube de recogerla en el cole porque había vomitado. Ya en casa se quedó acariciando el pequeño violín sin notas. Aprendería a tocarlo y emplearía en ese aprendizaje toda su niñez, pubertad, adolescencia y primera juventud. Toda una vida lejos de casa para sacar el correspondiente título en un conservatorio de Holanda, tocar en unas cuantas orquestas y ganarse los primeros sueldos dando clases de música. La titulación le está sirviendo para ganarse la vida, pero no para entregarla a la música porque se le han abierto otros horizontes. Pero para este Lazarillo siempre será la niña a la que cuando pasó del orinal al retrete tuve que decirle que así lo hacían las violinistas, la misma que para estudiar todos los días música requería una puesta en escena en la que su padre era a la vez el cronista del recital y el público expectante, la misma que grabó su mano en el cemento de la acera para que su progenitor la evocara sonando a violín en su memoria. 

      DdA, XIX/5.447     

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