martes, 12 de septiembre de 2023

EL LOBO QUE MATÓ AL PONI DE ÚRSULA VON DEL LAYEN



Ernesto Díaz

A Lidia, que es restauradora de arte, le encanta explicar técnicas de su trabajo, se apasiona describiendo cada detalle. Hace pocos días, tomando un café, me habló de los distintos tipos de pincel. Es asombroso, porque hay pinceles de pelo de marta siberiana, de turón, de camello, de cerdo, de oreja de buey -sí, concretamente del lóbulo de la oreja-, pero el que más llamó mi atención fue el de pelo de poni, un tipo de pincel que se usa en acuarela y también para la aplicación del pan de oro. Detrás de todo ello, pensaba mientras escuchaba a Lidia, hay un montón de historias, sin duda muchísimo conocimiento y experimentación, pero también mucho dolor porque a todos estos bichos no los tomamos los pelos en un rasurado cuidadoso, en la mayoría de los casos, si no en todos, su afeitado viene después de que les demos matarile. No menos inquietante resulta pararse a pensar con cuántos bichos de distintas especies habremos probado durante siglos hasta dar con los pelos adecuados, la hebra perfecta para cada uso; hemos tenido que probar hasta con los bigotes de los monos.

A la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, le gustan los ponis -a mí también me gustan estos caballitos rechonchos y cabezones-, y es conocido el disgusto que le ocasionó que un lobo matase a Dolly, su poni favorito, en la finca que su familia tiene en Baja Sajonia, hace aproximadamente un año. El lobo que mató a Dolly había sido bautizado previamente a su fechoría por los investigadores con un nombre mucho más prosaico, GW950m, un nombre apropiado para un robot. Lo que pasa es que los lobos, lejos de ser robots, son unos tipos muy poco formales y encima tienen la mala costumbre de comer carne. De hecho es que son carnívoros, cosas de la evolución, pero son unos carnívoros muy poco selectivos que tienen esa inclinación por comerse lo primero que encuentran, como el poni de doña Úrsula, en lugar de chuletones con seis meses de maduración de vaca vieja de raza fleckviech apacentada en los montes tiroleses, como sería deseable que hiciesen siguiendo los consejos del chef de cualquier restaurante de El Plantío o de Aravaca. Ellos, los lobos, son unos quinquis.

Vengo de una familia ganadera y en casa no fueron pocos los animales que nos mataron los lobos, por tanto sé de lo que hablo: a nadie le divierte que le maten un xatu o un potro, entiendo el dolor de doña Úrsula -que no el quebranto económico porque no consta que las rentas de la presidenta europea dependan de la cría de ponis-. Lo que no entiendo es que ella, desde su cargo en la más alta instancia europea, avale un comunicado como el que hace pocas horas se lanzó desde esa presidencia afirmando que “la concentración de lobos en algunas regiones europeas se ha convertido en un peligro real para el ganado y, potencialmente, también para los seres humanos. También para los seres humanos, quedaos con esto.

Los ataques de lobos a humanos son raros en todo su rango de distribución -que va desde Alaska hasta Siberia ocupando muchas áreas del hemisferio norte- y absolutamente excepcionales en los últimos cien años en la Europa occidental. Se pueden contar con los dedos de una mano los casos de personas muertas por ataques de lobo en el último siglo desde los Urales hasta el cabo de San Vicente. Por añadir contexto a doña Úrsula, por ejemplo, por ataques de perros domésticos se producen de media en un país como España un par de muertes anualmente, por no hablar de fallecimientos por olas de calor, riadas o cualquier otro fenómeno que nos venga a la mente.

¿Son un peligro para el ganado? Pues, hombre, sí. Particularmente para el ganado que vive en el monte sin vigilancia y sin medios de prevención de ataques de lobos o de osos, por ejemplo perros tipo mastín o cerramientos nocturnos. Porque, mirad, os diré una cosa, la moto que nos venden del ganado en extensivo que vive libre es un bonito cuento, pero tener animales en zonas con presencia de grandes carnívoros sin la necesaria cautela es una imprudencia. El pastoreo presencial, el uso de perros y la recogida nocturna de los ganados deberían ser norma, como lo es cerrar el coche o la vivienda, algo que en caso de robo te va a mirar tu compañía de seguros con una lupa de las gordas.

Pudiera pensarse que la presidenta de la Comisión ha cedido a las voces de algunos gobiernos autonómicos. En esto los asturianos nos llevamos la medalla de dar la murga empeñados en matar lobos, como manifestaba en una entrevista reciente el nuevo Consejero de Medio Rural, Marcelino Marcos, desafiando y contradiciendo todo lo que dice la ciencia y lo que dice la ley. Pero me temo que las presiones le llegan más de los lobbies que representan a sindicatos agroganaderos, siempre con el cazo puesto para obtener más subsidios -más allá de los que ya se reciben por mantener cultivos y ganados en convivencia con la biodiversidad-, y los colectivos cinegéticos, al quite de seguir pegando tiros incluso cuando las poblaciones de lobos solo se han recuperado recientemente en lugares como Alemania, en el corazón del continente, de donde estuvieron ausentes durante muchas décadas precisamente por una implacable persecución.

Que los humanos hayamos arrancado pelos a todos los bichos habidos y por haber para hacer pinceles -o brochas de afeitar de pelo de tejón- es algo que pocas veces nos paramos a pensar, pero que venga el señor lobo GW950m y se coma a nuestro Dolly nos hace perder los papeles. En esta Europa tan habitada, tan explotada, quedan muy pocos lobos, muy pocos osos y muy pocos linces, es nuestra obligación convivir con ellos y con sus ocasionales molestias. La biodiversidad no es siempre amable y tenemos que aceptar que, de vez en cuando, nos arranque un pelito del sobaco.

NORTES DdA, XIX/5.441

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