Leemos en el diario Marca que la madre de Rubiales está en huelga de hambre por la "cacería inhumana y sangrienta" que sufre su hijo. Este es el país del esperpento y el sainete, que continúa dando material para cualquier autor que no precise demasiadas dotes creativas. Falta saber el desenlace del sainete o esperpento que nos ocupa antes de que se inicien los siguientes.
Lazarillo
Al lado del ominoso y mayoritario silencio ruin de los futbolistas y otros deportistas ricos y varones, y el de algunos políticos de la derecha y extrema derecha, o de los acomodaticios y tardíos cambios de opinión de algunos otros destacados profesionales del fútbol como consecuencia del efecto social que está teniendo el caso Rubiales, hay algo muy importante a tener en cuenta. Desde la historia victoria en el Mundial de Australia hasta ahora, como diría a voz en grito cualquier machista desde las gradas de un estadio, las mujeres se han puesto a limpiar: "La victoria mundial del domingo y, sobre todo, la victoria local de los días posteriores contra la mafia que maneja este juego es lo más refrescante que le ha pasado al fútbol en las últimas décadas", señala Tecé en su artículo. "El estercolero de este deporte que algunos no podemos evitar consumir es tan grande que no se limpiará en dos días. Ojalá lo que está sucediendo no cambie la percepción sobre el fútbol femenino, sino sobre el fútbol. Que un grupo de mujeres conectadas con la sociedad haya puesto patas arriba el estercolero es la mejor noticia para los que disfrutamos tanto de un juego que nos emociona y asquea a partes iguales.".
Gerardo Tecé
Muchos futboleros sin remedio habíamos aceptado una contradicción que lleva toda la vida acompañándonos. La de disfrutar mucho de un juego protagonizado mayoritariamente por mafiosos y fascistoides en el peor de los casos, y gilipollas con coches de alta gama y posados en Instagram en el caso menos malo. Es extraña la sensación. Uno se deja la garganta gritando el gol de un tipo al que probablemente no soportaría si fuera familia y tuviera que aguantarlo en las cenas de nochebuena. Uno paga entradas para emocionarse con el toque de balón de auténticos idiotas cuya mayor preocupación es que no les rayen el Lamborghini. Uno se imagina compartiendo trayecto del hotel al estadio en el autobús del equipo rodeado de aquellos tipos que te emocionan con el balón y acabar ahorcado en la última fila para no tener que aguantar sus conversaciones. En todos lados hay de todo y en el fútbol también hay excepciones. Excepciones tan excepcionales que suelen ser noticia. El jugador que decide no comprarse un deportivo que valga tanto como las casas de los aficionados es noticia. El que tiene inquietudes sociales básicas es llamado solidario en prensa. El que una vez celebró un gol apoyando las luchas de trabajadores de su ciudad o el que critica que las casas de apuestas se hayan apoderado del fútbol son noticia porque son anécdota dentro de un mundo plagado de empresarios corruptos y jóvenes que, aunque nacieron del pueblo, deciden darle la espalda para convertirse en una élite vacía.
La configuración de esta industria contamina todo lo que la rodea. Contamina a los chavales que quieren llegar a ser profesionales y aprenden de sus ídolos que ser futbolista tiene que ver con mostrar tatuajes y, sobre todo, indiferencia por lo que pasa fuera del estadio. Ser un profesional es responder que tú sólo opinas de fútbol y que no te metes en líos. Contamina las gradas de los estadios en las que el machismo, la homofobia o el racismo campan a sus anchas como consecuencia del tú a lo tuyo y no te metas en nada. El fútbol es un juego que a algunos nos pone los pelos de punta para bien y para mal. Y ahí seguimos cada fin de semana. Tenemos hijos y pensamos a qué edad tendrá la capacidad suficiente para poder llevarlo a la grada y que no vuelva a casa repitiendo que el delantero contrario era un puto negro de mierda o el portero de su equipo al que le marcaron dos goles de córner un maricón que no tuvo los huevos de salir con decisión. Y volvemos a emocionarnos con el golazo de un gilipollas y a celebrar un fichaje estrella con el que un grupo de mafiosos se han vuelto a forrar. Es nuestro castigo y parece eterno. O lo parecía.
Todo lo sucedido entre el pasado domingo y hoy ha sido un regalo
Todo lo sucedido entre el pasado domingo y hoy ha sido un regalo. Un grupo de mujeres han llegado para demostrar no sólo que otra manera de entender esto es posible, sino para patear la cara de mafiosos a los que, aficionados como yo, llevamos toda la vida dejando estar en sus sillones. Mujeres que se solidarizan con una compañera plantándole cara a los despachos nobles. Algo que en el fútbol conocido hasta el momento sólo se practicaba para que niños malcriados negociasen un aumento en las primas por objetivos destinadas a otro nuevo deportivo. La victoria mundial del domingo y, sobre todo, la victoria local de los días posteriores contra la mafia que maneja este juego es lo más refrescante que le ha pasado al fútbol en las últimas décadas. El estercolero de este deporte que algunos no podemos evitar consumir es tan grande que no se limpiará en dos días. Pero es probable que, tras Rubiales, ese comentario machista tan habitual en los vestuarios o en las gradas, empiece a ser dicho con la boca más pequeña por si acaso. Ojalá lo que está sucediendo no cambie la percepción sobre el fútbol femenino, sino sobre el fútbol. Que un grupo de mujeres conectadas con la sociedad haya puesto patas arriba el estercolero es la mejor noticia para los que disfrutamos tanto de un juego que nos emociona y asquea a partes iguales. Tal vez los futbolistas hombres que hoy mayoritariamente callan porque la historia no va con ellos aprendan que ser gran futbolista no es incompatible con ser persona. Quizá aprendan algo de esas compañeras a las que no ven como tales y que han conseguido un impacto social que ellos no lograrían con un triplete. A lo mejor eso que algunos habíamos aceptado no tenga que ser así siempre. Quizá el fútbol no tenga que ser una droga nociva, sino una afición sana, libre de mafiosos y en la que ser un imbécil egoísta no sea la norma. Gracias a esas mujeres hoy algunos estamos un poco más cerca de poder llevar al niño a la grada a disfrutar con él de eso que tanto nos emociona sin tener que sentir irresponsabilidad o culpa. Gracias por, como diría cualquier machista en las gradas, poneros a limpiar.
CTXT DdA, XIX/5.430
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