Jaime Poncela
Supongo que si mi difunta madre hubiera tenido noticias de que yo, su hijo, me dedicaba a comerle el morro a las subordinadas sin su permiso (el de las subordinadas, quiero decir) no se habría ido a meter en una iglesia. Más bien optaría por haberme solmenado un par de hostias, llamarme marrano y cosas peores, además de sentir una enorme vergüenza por haber parido un hijo rijoso, machista y más falso que un euro de madera. Uno siempre ha tenido a las madres en alta estima, sobre todo a las madres de la posguerra y décadas posteriores que vivieron en su propio pellejo las barbaridades de una sociedad castradora, fascista, dispuesta siempre a justificar las barbaridades de los hombres y a silenciar por las bravas a las mujeres a las que, por no permitir, no dejaba ni tener cuenta corriente propia.
Esas mujeres no habían leído seguramente a Simone de Beauvoir pero muchas de ellas fueron desarrollando con los años un feminismo radical, básico, de pura lógica, de resistencia y dientes apretados, de solidaridad con otras mujeres como ellas que, de alguna manera, transmitieron a hijos e hijas por activa o por pasiva en las bases de la educación más elementales que son las de casa. Por eso no creo que mi madre me permitiera ‘hacer un Rubiales’ por la cara y, desde luego, no iría a meterse en la parroquia a solidarizarse con su hijo, el pobre, que anda haciendo el gallito en todos los gallineros para luego negar la mayor y echarle la culpa a esas tías que lo levantan y se la levantan. Seguro que Rubiales es de los que dice que todas las tías son unas putas, excluyendo, claro está, a su santa madre, sus hermanas, esposa e hijas.
Yo creo que todas las edades son buenas para recibir lecciones de educación y una madre debe educar a sus hijos durante toda la vida. A si que la mamá del calvo federativo del ‘piquito’ ha perdido una buena oportunidad de ejercer sus responsabilidades educadoras y dejar que el machito de su hijo se las arregle cómo pueda, sin paños calientes, sin permitirle meterse bajo sus faldas que ella pone a buen recaudo de la Iglesia, una de las reservas más sólidas del abuso, el machismo y las braguetas desatadas sin control ni censura. Así que la santa madre de Rubiales y la Santa Madre Iglesia están haciendo el ridículo y volviendo a dejar este país como un esperpento puro. Da todo “muchu cascanciu”, como decía mi madre.
DdA, XIX/5.430
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