martes, 29 de agosto de 2023

RECUERDO DEL ABUELO DE TIERRA ADENTRO ASOMADO AL MAR



Félix Población

Mis abuelos pudieron haber conocido de niños una imagen muy similar a esta. Este es un pensamiento recurrente cada vez que me llegan fotografías antiguas como esta magnífica de Alfredo Truan que creo data de finales del siglo XIX en el que vivió su autor. En ella aparece un escenario tan entrañado en la vida de la ciudad como el que se conocía por el nombre de Muelles de Gijón. Más de un pintor la habrá llevado al lienzo, quizá sin superarla.

¡Qué distinta la perspectiva de aquel puerto interior a la del multicolor puerto deportivo de nuestros días! La vieja imagen del mar como campo de trabajo, del que vivía el viejo barrio de Cimavilla, se ha trocado en la del mar como ámbito de ocio y esparcimiento. Median más de setenta entre esos Muelles que pudieron conocer mis abuelos en su niñez casi tal cual los vemos y los que conocí yo en la mía, cuando todavía los barcos pesqueros entraban por la bocana para descargar su preciada mercancía y subastarla en la rula o lonja.

El anciano ferroviario que me llevaba de la mano de paseo hasta la lonja o rula donde se subastaba el pescado,  había sido testigo a mi edad de una panorámica a la de ese puerto interior de finales del XIX que a tanta distancia temporal y escénica se nos muestra con sus embarcaciones a vela bajo un cielo nubloso. Reparo que yo estoy ahora en la edad de contar a mis nietos el puerto interior de aquella villa que conocí en mi niñez y advierto que esa memoria apenas interesa a las jóvenes generaciones, como quizá me habría ocurrido si mi abuelo hubiese tratado de hacer lo propio con sus recuerdos de infancia.

El Muelle o Los Muelles de Gijón, por su estrecha vinculación con el mar y el viejo barrio de pescadores, y haber sido quizá una de las partes de la ciudad que mejor mantuvo su personalidad urbana a lo largo de los años, vendría a ser como el corazón de la memoria gijonesa. Como lugar de esparcimiento, parece idóneo que por su  ámbito discurran los recuerdos de los vecinos de mi generación desde aquellos años de la niñez en la que nuestros mayores nos asomaban a las cotidianas cosechas de la mar que tanto atraían al padre de mi padre. 

No podía ser de otro modo en una persona que había crecido cultivando el campo y, una vez en la costa, adonde lo llevó la emigración para trabajar en el ferrocarril, no pudo sustraerse al espectáculo de la reiterada y feraz cosecha de plata viva que traían en sus pequeñas embarcaciones los trabajadores del mar. Lo hizo así hasta casi los últimos días de su vida, aquella primavera en la que sentí por primera vez que la muerte no iba a matar su memoria mientras latiera mi pulso. Esta es la cosecha que dejan los sentimientos de afecto compartidos.

DdA, XIX/5.431

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