Álvaro Caballero
Los guajes no saben que el rey trepado a la peana de la plaza de Santo Martino tuvo que plantar batalla, después de muerto, al villano que alimentó la leyenda de Robin Hood. La historia de León se contiene en ese olvido premeditado que convirtió en proscrito a Alfonso IX, mientras Juan Sin Tierra usurpaba la autoría del primer parlamento europeo para alzar el estandarte de la democracia como un valor británico. Pero el hito se gestó en el claustro de San Isidoro, en 1188, con 27 años de adelanto sobre la puntualidad inglesa, cuando al monarca que apenas frisaba los 16 años que ahora tienen los bachilleres inventó un sistema en el que, junto al clero y la nobleza, llamó a sentarse en curia regia a los hombres buenos adinerados de las ciudades para que le ayudaran a costear las guerras, a cambio de concederles sus primeros derechos. El mayor legado de León a la humanidad se contiene en el ejemplo de esas Cortes que hace apenas diez años se cuestionaban arrumbadas sin valor por la dejadez institucional y el adanismo de los promotores del engendro autonómico actual.
La cuna del parlamentarismo, exhibida estos días en la conferencia internacional, venció la batalla a Juan Sin Tierra con la declaración de la Unesco, aunque se mantiene como una marca sin rédito. El título languidece entre la desidia de la Junta, que tardó años en incluirlo en los libros de texto para terminar por esquinarlo en un rincón de la página, ligado a la explicación de la corona de Castilla, para ahormar el relato del génesis autonómico común desde Atapuerca. No ha habido recorrido para la importancia de un hito que, al margen de citas como la de estos días, no sobrepasa las fronteras provinciales, ni el nivel de conocimiento de los eruditos, cuando debería exponerse como un blasón educativo dentro de los manuales de historia de España. No trasciende la utilización más allá del eslogan, ni se plantea darle contenido dentro de un proyecto que permitiera asentar en León, con el apoyo de los gobiernos de estatal y autonómico, un centro de interpretación de la democracia que atrajera no sólo visitantes, sino talento, y sirviera para colocar de una vez por todas a las Cortes de 1188 en el capítulo de la historia que merece. No interesa que supere la anécdota. La mano que mece esta cuna es la mano que domina León.
Diario de León DdA, XIX/5.383
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