Valentín Martín
La otra noche estaba yo en casa viendo una película de Nastassja Kinski. A mí Nasstaja me pone. Su brillo mineral viene de cuando fue pobre primero y se confirmó enseguida cuando fue rica. Las ricas son más guapas, pensaba Adolfo Suárez. Por eso cuando llegaron las elecciones mandó reclutar a un regimiento de Nastassjas vestidas con la camiseta de UCD, un partido que no existió. Adolfo, sin partido ni programa, ganó por las Nastassjas. Y bueno también por ese ¡que vienen los rojos!, un grito muy rentable en este país. Pero el grito de los rojos me viene muy mal para este escrito, así que vamos a olvidarlo.
He dicho que a mí Nastassja me pone. De un padre tan feo nació una lujuria que a los 15 años ya estaba en marcha con Polanski. Me parece muy bien, no hay que perder el tiempo ni por arriba ni por abajo. Lo que pasa es que yo soy muy mío. Y anoche borré a Nastassja de mis devociones. Fue cuando, después de subir la temperatura de su compañero y la mía también, pronunció una obscenidad:
- No te apures, he besado a hombres más viejos que tú.
Nos lo dijo a los dos.
Pues mira, rica, la misericordia te la guardas para quien la necesite. Tú te lo pierdes porque yo beso muy bien. Y pienso seguir besando toda la vida, tan larga como la de la almeja de Islandia.
Lo lamentarás, lo lamentarás, como decían las madres de antes, devotas de Anís del Mono.
DdA, XIX/5.399
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