miércoles, 19 de julio de 2023

LA CONTAMINACIÓN ACÚSTICA Y EL HORARIO DE LAS CAMPANAS

Añado al texto de Ana Montojo este comentario de mi estimado colega y redactor-jefe de juventudes Valentín Martín, que por ser de la muy levítica ciudad de Salamanca y haberla vivido en su mocedad con arrobos de cronista sabe algunas cosas de su intrahistoria que no debería dejar en el tintero, entre ellas ésta del obispo que no cita, correspondiente a los años aquellos del ominoso nacional-catolicismo:



Ana Montojo

Por la noche dejo abierta la ventana porque me gusta ver las estrellas desde la cama mientras pienso tonterías antes de dormirme. El problema es que da al convento de las Clarisas y los maitines suenan como si los tocaran en mi cabecera. Digo yo que serán maitines porque aún no ha amanecido, pienso mientras musito un juramento y trato de darme la vuelta y volver a coger el sueño. Al cabo de un rato noto una pequeña sacudida en las piernas, como si me estuviera separando de la tierra. Es que me estoy quedando cuajada, pero en esto suenan los laudes y me acuerdo de las santas madres de las santas monjas. Ahora ya entra una pálida luz lechosa por la ventana y un airecillo fresco. Miro el reloj, son las siete. Qué demonios hago yo levantándome a las siete de la mañana si ni siquiera están abiertos los bares para tomarme un café con churros y no quiero hacer ruido y despertar a toda la familia. Me doy la vuelta, me arrebujo, me abrazo a la almohada y cierro los ojos. No duermo pero es agradable estar aquí remoloneando. De repente me sobresaltan otra vez las campanas de las jodías monjas. Primas, ahora son las primas. Me dan ganas de ir a denunciarlas a la Guardia Civil por infringir la ordenanza municipal de contaminación acústica. Las nueve. Me levanto con sigilo y me voy a desayunar y comprar cuatro cosas. Están abriendo las tiendas. Vuelvo a casa cuando tocan las tercias. Pienso que, dado cómo es mi vida últimamente, si me hubiera metido monja desde el principio por lo menos hubiera aprendido a hacer dulces y me hubiera ahorrado algunos disgustos y mucha pasta.

EL OBISPO HUMILDE

Querida, te entiendo. Un obispo de Salamanca abandonó el palacio episcopal que había sido cuartel general de Franco durante la guerra civil. Se marchó a vivir a un piso lejano. Dijeron: qué gesto de humildad, un santo, es un santo. Cuando yo hablé con él del tema, me respondió: qué santo ni santo, allí no hay quien duerma con el reloj de la catedral enfrente dando las horas, las medias y hasta los cuartos. Valentín Martín

DdA, XIX/5.398

No hay comentarios:

Publicar un comentario