martes, 6 de junio de 2023

UNA IMAGEN DE ANTONIO MACHADO CUANDO CONOCIÓ A LEONOR IZQUIERDO



Félix Población

Este el el claustro de profesores del Instituto Técnico de Soria. La fotografía data de 1907 o 1909 -no se nos aclara el año concreto- y en ella aparece el poeta Antonio Machado de pie, en el centro, con bufanda al cuello, la mirada ajena a la cámara, empuñando un bastón en su mano derecha. A juzgar por su cabello, todavía abundante, más parece la fotografía de 1907 que la que se conoce del día de su boda, dos años después. 

Muy pocas imágenes hay del autor de Campos de Castilla en esa época, la primera de su labor docente por varias ciudades del país, cuando conoce a la adolescente Leonor Izquierdo, hija mayor de los dueños de la pensión en la que el poeta se hospedaba. Por eso me parece oportuno reparar en ella, por aproximarnos a la posible personalidad del protagonista o intuirla a través de su imagen, dado que será ese varón de 34 años de edad el que el 30 de julio de 1909 se case con Leonor cuando ésta tiene 15. El matrimonio hubo de posponerse un año, puesto que era imprescindible legalmente que la esposa tuviera cumplidos los 15 años. 

Algunos de los compañeros del instituto que aparecen en esta fotografía asistieron a la ceremonia nupcial en la iglesia de Santa María la Mayor. Según las crónicas del lugar, no faltaron, ya de regreso a casa los contrayentes, las burlas callejeras de algún grupo de jóvenes en torno a la diferencia de edad de los mismos. Al año siguiente, la pareja viajó a París, gracias a una beca que se le concedió a Machado la Junta de Ampliación de Estudios, y cuando, en el verano de 1911 el matrimonio quiso conocer Bretaña, Leonor contrajo la tuberculosis que acabaría con su joven vida ya en Soria, en agosto de 1912. 

Pocas son las referencias a Leonor en la obra de don Antonio, pero ésta al final del poema dedicado a su amigo José María Palacio, redactor del periódico local Tierra Soriana, es una de las más conmovedoras. Puede que sea el poema de Antonio Machado que más veces haya leído en voz alta. Siempre, con la emoción renovada en los últimos versos, como si acabara de descubrirlos hace ya más de medio siglo. Por eso voces poéticas como la de don Antonio no conocen la muerte:

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?

Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra.

   DdA, XIX/5.364   

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