Raúl Solís
Campaña de las elecciones andaluzas de diciembre de
2018. Todas las encuestas daban una cómoda victoria al PSOE y 25 diputados a
Adelante Andalucía, por entonces la coalición que aglutinaba a Podemos e
Izquierda Unida. Mientras esperaba a cruzar el paso de peatones de la Basílica
de la Macarena de Sevilla, pasó por delante un autobús electoral de Ciudadanos
en el que los rótulos no mencionaban problemas de Andalucía. Ni a la sanidad,
ya por entonces castigada y abandonada; ni a la educación, con unas ratios
imposibles y las aulas convertidas en hornos a partir de mayo; ni a los niveles
intolerables de desigualdad o pobreza infantil en una tierra que lo produce
todo para España y Europa, pero a cambio se queda con la mano de obra barata,
los bajos salarios y la temporalidad del sector primario y del turismo de sol y
playa.
Ciudadanos, que en 2018 aspiraba a sustituir al PP
como el principal partido conservador y ni se vaticinaba que sólo cinco años
más tarde convocaría una rueda de prensa para solicitar su eutanasia electoral,
había decorado su autobús electoral con enormes fotografías de los principales
líderes independentistas, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, junto a Susana
Díaz y Pedro Sánchez. Ingenuamente, mientras esperaba a cruzar el paso de peatones,
pensé que cualquier andaluz que se topara con ese autobús tendría una actitud
racional y tomaría por loco a Ciudadanos.
Por supuesto, los grandes medios de comunicación,
tanto en sus ediciones nacionales como andaluzas, acompañaron la estrategia de
la derecha. La gente finalmente no fue a votar por la sanidad, la educación, la
transparencia, el modelo económico o los casos de corrupción, sino que
respondieron a la pregunta de si estaban a favor o en contra de la
independencia de Cataluña, derechizando el debate de la campaña hasta conseguir
que la presidenta y candidata socialista a la reelección, Susana Díaz, situada
en las tesis más derechistas del PSOE, pareciera militante de la Joven Guardia
Roja. Hasta tal punto llegó la irracionalidad que la propia Susana Díaz se fue
hasta Cataluña a defender la unidad territorial de la nación española para
demostrar que nadie de derechas le iba a dar a ella lecciones de españolismo.
La noche electoral del 2 de diciembre de 2018, a eso
de las 22 horas, entró el escrutinio de las elecciones andaluzas en las que el
PSOE y la suma de Podemos e IU se las prometían muy felices en una tierra donde
admitir que se votaba a la derecha casi daba vergüenza hasta antes de ayer. Los
resultados sorpresivos, que de golpe entraron en los terminales del centro de
datos de la Junta de Andalucía, se convirtieron en la definición gráfica de un
tiempo político que llegó para quedarse. Ninguna encuesta había previsto que el
PSOE no ganaría las elecciones, pero tampoco la irrupción de la ultraderecha
con hasta 12 diputados. La actualidad se había divorciado de la realidad.
Las elecciones no las gana quien tiene el mejor
programa electoral, quien mejor defiende a los ciudadanos, quien mejores datos
económicos presenta, sino quien es capaz de colocar la pregunta que los
ciudadanos tienen que responder en las urnas. No es lo mismo que los
telediarios abran con una manifestación por la sanidad pública que con que ocho
candidatos de Bildu a las elecciones municipales pertenecieron a ETA. No es casual
que cuando la luz subía estratosféricamente fuera noticia cada día y ahora, que
tenemos la luz más barata porque se ha intervenido su precio, no aparezca el
precio ni en un breve.
Da igual que tu abuela esté cobrando 120 euros más al
mes de pensión frente a los tres euros que le subía el PP, que a ti te hayan
subido 400 euros el salario mínimo, que la inflación de España sea de las más
bajas de la UE, que el precio de la luz sea el más barato del continente por la
excepción ibérica o que a pesar de la pandemia se haya reducido la desigualdad
porque ha habido un Estado presente que ha ejercido de escudo social.
Da igual que tu alcalde haya desprivatizado la ayuda a
domicilio y las trabajadoras ganen ahora 300 euros más al mes que antes se
embolsaba Clece, empresa de Florentino Pérez que se hace de oro con la gestión
de los servicios públicos. Da igual que el vicepresidente segundo de la
Comunidad Valenciana, Héctor IIlueca, haya puesto en el centro el derecho a la
vivienda; que la Generalitat Valenciana, en el departamento que gestionaba
Mónica Oltra, sea la única comunidad autónoma donde las víctimas de violencia
de género cobran una prestación al nivel del salario mínimo para poder tener
libertad para llenar la nevera y no tener que regresar al hogar del maltrato por
necesidad económica.
Da igual que la ministra de Igualdad, Irene Montero,
haya ampliado hasta 16 semanas los permisos por maternidad y paternidad,
obligatorios para que las empresas no coaccionen a sus trabajadores. Da igual
que ahora a los seis meses de firmar un contrato temporal pases a firmar uno
indefinido gracias a la Reforma Laboral de la ministra Yolanda Díaz, y con ello
tengas acceso al crédito para comprarte un piso o una aspiradora alemana, o que
más de 1,5 millones de personas en situación de exclusión estén recibiendo el
Ingreso Mínimo Vital que ha puesto en marcha la ministra de Derechos Sociales,
Ione Belarra.
Da igual todo porque el poder mediático no cuenta lo
que pasa sino lo que quieren que ocurra. El poder mediático es coautor de la
ola reaccionaria global que lleva a quien tiene un trabajo sin dar de alta a
odiar más a su vecino inmigrante que al dueño de la empresa que lo tiene
trabajando en la ilegalidad. Desde que los bancos, las eléctricas o la
industria armamentística empezaron a invertir en medios de comunicación, el
poder mediático no cuenta la realidad, la crea. El objetivo es convencer a una
familia que ha recibido una orden de desahucio del banco de que su gran
problema es que le pueden ocupar su casa y que el político que defiende
prohibir los desahucios es un monstruo que se come a los niños por la noche.
Convertir la anécdota en generalidad e invisibilizar
la realidad hasta convertir en monstruosos a quienes sufren los problemas que
realmente existen. Ese es el papel que cumplen Ana Rosa Quintana, Vicente
Vallés o Pablo Motos. Ningún periodista que cobre 4 millones de euros al año,
como cobra Ana Rosa Quintana, percibe ese salario para contar la realidad y
garantizar la función social que constitucionalmente tiene asignado el
periodismo.
Ana Rosa Quintana no trabaja de periodista para
informar a la ciudadanía, sino de portavoz de los intereses de PP y Vox,
partidos que a su vez son el brazo armado de quienes no le dan de alta a tu
vecino en el bar de debajo de tu casa, de quienes pagan menos impuestos que el
frutero de la esquina o de quienes te tratan de convencer que la ley de
vivienda desampara a los grandes propietarios y que la libertad es poder cobrar
lo que te dé la gana por un alquiler y no que puedas vivir dignamente con tu
familia en una vivienda decente.
El relato mediático coloniza las mentes, que es la
peor de las colonizaciones, y casi todo lo que leemos, escuchamos o vemos por
televisión responde a los intereses del poder mediático concentrado de los que
mandan de verdad, sin necesidad de presentarse a las elecciones. La pregunta
que los medios de comunicación han planteado a los ciudadanos en las últimas
elecciones municipales y autonómicas no ha sido sobre la subida de las
pensiones, la regulación de los alquileres, las ayudas a empresas durante la
pandemia o la emergencia climática, sino sobre ETA, que hace 12 años que ya no
existe y que se disolvió a pesar de las zancadillas que la derecha le puso al
expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.
Cualquier análisis electoral que obvie la realidad
mediática, cómo opera un poder concentrado que tiene como objetivo la
colonización de las mentes para ganar la batalla cultural, hasta conseguir que
los ciudadanos piensen que sus intereses son coherentes con sus principios,
quedará cojo y no servirá para que el progresismo avance. No en las próximas
elecciones, sino en las próximas generaciones. No hay hoy militancia más
urgente y necesaria que la mediática, aportar claves y encender todas las luces
para que la realidad y la actualidad se vuelvan a dar la mano.
CANAL RED DdA, XIX/5.363
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