viernes, 30 de junio de 2023

"KES", DE KEN LOACH, LO HUMANO EN CARNE VIVA



Manuel Rosas

Kes (1960) de Ken Loach es una película "à cri de coeur", una experiencia hermosamente devastadora que nos hace sentir “lo humano” en carne viva. Desde sus inicios en el teatro realista de las aulas universitarias de Oxford, Loach ha sido una figura intelectual comprometida con las ideas de izquierda, crítico acerado de los gobiernos tanto conservadores como laboristas. Ha dicho más de una vez que su cine se lo debe a Godard, al Neorrealismo y al Nuevo Cine Checo. Dentro de su ideario socialista, acorde a los años sesenta, Loach tuvo una fulgurante carrera en la televisión británica, presentando sus “Wednesday plays”, obras dramáticas de duro naturalismo que funcionarían también como preparación (sobre todo en los trabajos de guion y fotografía) para los filmes que dirigiría en los siguientes años.
Su cine se mueve en ámbitos precarios, ciudades industriales despiadadas y lóbregas donde parece que el mínimo gesto de compasión es imposible. Esta localización está en consonancia con el movimiento al cual se adscribe Loach: Kitchen sink realism o Retrato de la clase obrera, en castellano, movimiento cultural que reacciona contra la naturaleza biempensante y estandarizada de las obras dramáticas que, desde fines del XIX hasta bien entrados los años cuarenta, se venían produciendo para un público británico conservador y reacio a la complejidad narrativa.
“Kes” sigue el duro aprendizaje de adaptación y de búsqueda de identidad de un solitario muchacho de los suburbios mineros de Yorkshire: Billy Casper. Billy no tiene padre y vive con su madre (que aguarda con impaciencia los sábados para salir de fiesta y pescar un novio) y con su hermano mayor, Jud, un brutal y violento apostador sin rumbo en la vida. Sin ninguna esperanza en el futuro, sin ninguna orientación en las aulas, Billy no sabe qué debe hacer. Los encargados de brindarle un empleo no tienen idea del lugar que a Billy le corresponde. Y en este punto hay que detenernos para explicar que otro de los grandes temas contra los que la película reacciona es contra el sistema educativo británico de los años cincuenta, aquel sistema tripartito que condenaba el talento individual y glorificaba el trabajo funcional en la sociedad. Billy no funciona dentro de su entorno. No se concentra en clases y no tiene habilidad para los deportes (muy divertida y ácida la escena en que su profesor, llamándose a sí mismo Bobby Charlton, oficia de juez y de estrella de su propio equipo de fútbol). En la escuela, los maestros están más dispuestos a vociferar y repartir bofetones que orientar. Por eso es pedagógicamente bella la escena en que un profesor, el señor Farthing, escucha a Billy contar sus aventuras con su halcón, Kes, le pide que cuente toda la historia frente al aula, le hace preguntas precisas y se siente realmente fascinado por el relato de Billy, al punto que esa misma tarde visita el galpón donde Billy amaestra a Kes. Mantienen una conversación amistosa y Billy dice mirando al halcón: “La gente me pregunta si es manso. Manso, las puñetas. Qué va a ser manso, aunque ahora esté conmigo siempre será un salvaje feroz. No se preocupa por nadie, ni siquiera por mí. Y eso lo hace grande”. El profesor entiende. Billy es también como Kes. Una criatura desvalida que, a través de su amor por los animales, empieza a mostrar una grandeza que pocos pueden ver.
La película, muy elogiada en Europa (Kieslowski declaró que era una de sus favoritas), tuvo poca pegada en Estados Unidos. La razón es que Loach, siguiendo la novela de Barry Hines, respeta escrupulosamente el acento de Yorkshire. Lo que uno escucha parece más un alemán de Frisia Oriental que el típico inglés londinense.
La fotografía de Chris Menges se ciñó a la luz natural y eso resultó un acierto doble porque cuando la cámara se mueve por interiores el ambiente es opresivo y carcelario (el colegio, la casa de Billy) y cuando se mueve por los magníficos espacios abiertos donde vuela Kes, el verde y el azul cobran una entidad muy estimulante. El final de la película es crudo y podría interpretarse como pesimista. Pero es un final plausible que, viéndolo desde cierto ángulo, también podría contener una simbología acorde a lo que el director ha querido narrarnos. De cualquier modo, “Kes” es una bella película que nos invita a reflexionar en el amor, en la amistad y en la ternura, como bases indispensables de una salud emocional sólida, y que nos plantea también la interrogante: ¿estamos dejando eso a la siguiente generación?

DdA, XIX/5.382

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