sábado, 8 de abril de 2023

EL PARQUE ISABEL LA CATÓLICA Y EL SECRETO DE NUESTROS ABUELOS


Félix Población

Como nos recuerda hoy Castro Meana, sirviéndose de esta fotografía publicada en el diario El Comercio en la que aparece una imagen del Parque de Isabel la Católica tal como fue inaugurado para solaz del vecindario en lo que entonces era el extrarradio de la población, este apacible y al cabo de unos años boscoso lugar de ocio y esparcimiento fue una obra iniciada en la inmediata posguerra (1941). Para ello fue preciso, en primer lugar, ir cegando las charcas y ciénagas existentes en la margen izquierda del río Piles, que desemboca por esta zona en la bahía de San Lorenzo, la mayor playa de la ciudad, cuyo estado de conservación y limpieza debería preocupar a las autoridades competentes. Ese rellenado de las ciénagas se puso en marcha "como una medida de la Policía urbana para enfrentarse al problema de la salubridad pública que causaban las marismas del Piles en la parte oriental de la villa", dado que las mismas generaban auténticas nubes de mosquitos que periódicamente se extendían  sobre la población. Dado que la guerra de 1936 y los bombardeos a los que había sido sometida la ciudad por los militares sublevados habían ocasionado la destrucción o el estado ruinoso de muchos edificios, el rellenado se hizo con los escombros y materiales de derribo. Para los niños y niñas de mi generación, en los años cincuenta, no había lugar más lúdico y atrayente que ese parque, al que por lo general nos llevaban nuestros abuelos, dado que nuestros padres estaban muy ocupados durante la semana para permitirse el lujo de desplazarse hasta aquel magnífico escenario de pájaros, cisnes, arboledas y columpios, alejado del centro urbano. Obviamente, nadie nos explicó entonces la identidad sobre la que se asentaban los senderos por los que correteábamos disfrutando de nuestros primeros juegos llenos de júbilo vital y risas. Nuestros abuelos sí lo sabían y quizá por eso asistían a nuestra alegría con aquel fondo de melancolía en su mirada. Mi abuelo paterno -el materno ya había fallecido tempranamente, quemado por el fatigoso trabajo en los hornos de una fábrica-  había estado en las listas de aquellos a los que había que quitarles al menos la voz y la esperanza de aquello en lo que creyeron.

   DdA, XIX/5.419    

No hay comentarios:

Publicar un comentario