viernes, 28 de abril de 2023

ANTONIO MACHADO Y LOS SERRANO

Valentín Martín

Yo aprendí de mis padres a vivir como debía y no como la falacia de Gabriel y Galán. De mi padre me quedan pocas palabras, el tiempo se nos hizo muy chico a los dos y muy pronto él tuvo que irse. Consigo retener dentro de mí al hombre cabal que siempre fue, porque la mortal melancolía de un niño no puede robar ni aquel espacio ni aquel tiempo. El coraje de mi padre daba paso siempre a la ternura y nunca a la sumisión. Tanto mi madre como mi padre -vida bronca y corta uno y vida larga en la profundidad de tantas ausencias la otra- concordaban en una cosa que yo he procurado arropar de sol para que no se me olvide nunca: los dos hablaban poco de los demás y nunca mal.
Mi madre tuvo luego veinte años o así de conversación: sus últimos hasta los 90 en que fue a reunirse con él. Y en esos veinte últimos años mi madre sacaba a solear tantos silencios conmigo a solas, o con sus nietos en la casa donde al final del verano siempre lloraba.
Pero lo que mi madre convertía en despertares de palabras no fue nunca la historia de la gente del pueblo, sino historias de la Historia fruto de la voraz lectora que fue siempre. Por sus ojos de apetito pasaron Cervantes, Quevedo, Benavente, Echegaray, Ortega y Frías y otros que durmieron su magia de tiempo. Una modesta mujer campesina y los clásicos. Y no con las perversión francesa que llegó con los años 70, sino tal y como fueron escritos. La misma perversión les llegó más tarde a mis hijos cuando por orden escolar llegaban a casa con el Quijote para niños, o sea, el Quijote reescrito. ¿Con qué derecho se atropella a Cervantes? Mis hijos debían cumplir con sus maestros, pero siempre les puse al lado el original para que no perdiese nunca su pureza. La excusa francesa que entonces se españolizó tanto es de traca. No hay poeta más oscuro que García Lorca ¿le reescribimos para que los infantes lo entiendan? Qué más da sumar otra muerte.
Ahora tengo en las manos un libro hijo de una familia. Lo he comprado en la editorial que comanda Rodolfo Serrano, ya sabéis que no es el padre de Ismael Serrano sino que Ismael Serrano es hijo de Rodolfo Serrano, un poeta para saludar densidades. También forma parte de la tribu literaria el pequeño Daniel Serrano, de quien yo sé sus primeros pasos por el colegio y más.
Recapitulemos: Rodolfo Serrano escribió con su hijo Daniel Serrano el libro “Toda España era una cárcel. Memoria de los presos del franquismo”. Ismael Serrano y Daniel Serrano escribieron juntos una canción para Rodolfo Serrano “Papá cuéntame otra vez”, donde firman con sangre el compromiso social de toda la familia. Y luego están todas las obras de cada uno por su parte que no se apartan nunca de ese contrato consigo mismos.
Si hablo ahora de los Serrano y antes de mi madre, no es por un calamitoso estado neuronal (que por otra parte es cierto) sino porque me acuerdo de que ella me hablaba bien de Azaña. Tal vez resonaba en sus oídos aquel “paz, piedad y perdón”, que no llegó nunca. Y tengo la impresión de que mis padres que habían ganado la guerra, tal vez habrían querido perderla. Porque atisbé siempre la impresión de que ellos pensaban que la razón estaba en el otro lado. Decir esto tiene mucho peligro en la tierra más amable con el fascismo, pero a mí nada ni nadie me aparta del camino. Nada tengo, nada pierdo. Y la honestidad no me la quita nadie.
Yo nunca cometeré la vil prevaricación de Aznar intentándo adueñarse de Azaña. Como anécdota: una vez dije una palabra en la presentación de un libro, una palabra tan sencilla y limpia de malicia de esas que se dicen en la taberna jugando al tute. Una señora se salió y se fue a rezar por mí al Valle de los Caídos. Aunque el bicho estaba dentro no ha habido mayor pérdida de tiempo: sigo siendo un caso perdido.
Me parece que fue en el mismo lugar conde Rafael Soler y yo intercambiamos opiniones sobre Antonio Machado, el inmenso poeta y pensador que ahora han resucitado los Serrano en un libro “Machado. El mañana efímero. Escritos políticos para el s. XXI”. Me parece que Rodolfo Serrano ha editado el libro para darme la razón frente a Rafael Soler. Porque mientras este caía en la trampa festiva de que al Café Comercial iba Antonio Machado, yo le precisaba con la tuna malicia de los que saben hablar de mentira, que allí no iba Antonio Machado sino Juan de Mairena. Y que Antonio Machado era el que se marchaba luego con su hermano Manuel a quemar la noche de Madrid tras las señoritas.
He leído con emoción y devoción el libro que ha editado Rodolfo Serrano. Y le agradezco mucho que Benjamín Prado siembre el prólogo de precisiones. Había que salir al paso de los errores de maquillaje con que Dionisio Ridruejo, Eugenio D’Ors y Aranguren intentaron vaciar de contenido ideológico y, como dice el prologuista “quitarle su traje de republicano”. Qué papelón el de los dos filósofos, y más cuando llegan al planteamiento de Antonio Machado y Dios, aunque sobre todo D’Ors apele más al catolicismo. En este sentido hizo mucho más que ellos el anciano socialista José Prat cuando, de vuelta a España desde el exilio y con la cercanía de la muerte, invocó a Antonio Machado y a su pensamiento sobre Dios.
En este libro (qué necesario, qué necesario) Rodolfo Serrano recupera plenamente a Juan de Mairena. Y lo hace en siete apartados: La condición humana, La religión, La política, La república, La guerra, La guerra civil española y Desde el mirador de la guerra.
Todo el libro es un manjar. Capítulo a capítulo uno va aspirando bellezas, claridades, sorpresas, purificaciones, luces, una progresiva embriaguez que hace pensar que estanos ante una obra continuamente en movimiento. (Tengo que decirle a mi madre antes de que pierda del todo mi memoria de alameda que Carlos Marx fue la criada que le salió respondona a Nicolás Maquiavelo).
Más precisiones: Rodolfo Serrano, siempre con la banda sonora de la poesía esta vez en voz baja, nos ha puesto ante la prosa de Antonio Machado. Y Juan de Mairena, junto a Abel Martín y Los Complementarios es una exposición de su ideología estética, filosófica y política.
Cuando Antonio Machado pidió el traslado de la tierra de Leonor hasta Baeza (lo que son las cosas: aquí fue profesor de Laínez Alcalá, compañero mío de recitales en Salamanca) la ciudad se reveló a sus ojos muy lejos de la luminosa felicidad de su infancia sevillana que tal vez pretendía encontrar. No siempre volver es un acierto. Y Antonio Machado se dio de bruces con el caciquismo, la ignorancia en que estaba sumido el pueblo, la opresión que ejercía la Iglesia, el escaso talante cultural de las clases privilegiadas. Todo eso le hizo nutrir Los Complementarios de que antes hablaba. Aquí le nace una formulación que ha dado en llamarse intelectualismo existencialista para dar paso claramente a su compromiso social. Y aquí le nacen también los poemas de crítica social a una España de charanga y pandereta. Su actividad tiene ya una clara intención: huir de la España que ora y bosteza y denunciar la realidad con el claro propósito de ayudar a construir una España mejor.
A Antonio Machado ya no hay quien lo pare. Se inventa un poeta apócrifo -Abel Martín- como soporte de la prosa que llega después en Juan de Mairena y que hoy de nuevo se hace visible en este libro.
Y qué misterios tiene la vida. El editor de este libro advierte que “Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo)” lo edita Espasa-Calpe en 1936. Ahí está todo lo escrito por Antonio Machado desde noviembre del 34 hasta 1938, poco antes de empezar el exilio. En este libro de ahora hay más material y todo junto ayuda a conocer el pensamiento político de Antonio Machado, “tan vivo en el Siglo XXI”. Claro que sí.
Pero cuando hablaba de la vida y sus vaivenes me refería a Espasa-Calpe. En 1936 edita a Antonio Machado, sí. Pero acabada la guerra se alía con el bando vencedor, lo que provoca la deserción de su delegado en Argentina, Guillermo Losada. Y ese arrojo de Guillermo Losada le hace jugarse la bolsa y la vida para fundar él mismo la editorial Losada, a quien tanto debemos todos por acoger a nuestros exilados.
Termino con una frase del propio Antonio Machado: de cobardes no se ha escrito nada. Gracias a los Serrano por entender tan bien a Machado (Antonio).

     DdA, XIX/5.437     

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