Francisco Álvarez Velasco nació en Cimanes del Tejar (León) en 1940. Ha sido profesor de Literatura en los institutos de bachillerato de Ocaña, Tarancón y, durante veinticinco años, en el Real Instituto de Jovellanos de Gijón, ciudad en la que reside. Este poema pertenece a su libro Tiempo de amor y mar (ed. Eolas) y a este Lazarillo le llega ahí donde los versos deben sonar y hacerse sentir. Formarán parte de mis caminos.
Francisco Álvarez Velasco
A VIOLENCIA DE LAS HORAS
(Al modo de CÉSAR VALLEJO)
Murió el abuelo Manuel, que tenía un pozo de aguas vivas con truchas, adonde yo tiraba las migas que caían de la hogaza.
Murió el mastín León, que me dejaba cabalgarlo.
Murió el maestro don Evelio,
que tosía mucho a pesar de su brasero.
Murió el abuelo Félix,
que me enseñó a seguir el rastro de las liebres
por la nieve.
Murió abuela Josefa, que me pedía que le enhebrase las agujas.
Murió la perra Lola, que se echaba a mis pies cuando yo comía.
Murió mi burro, que nunca tuvo nombre.
Murió el mirlo aquel que robé de un nido y que comía lombrices en mi mano.
Murió la estraperlista
(no recuerdo su nombre)
que bajaba del monte con su mula
y unas grandes alforjas
y una navaja ancha atada a la cintura
y me daba siempre una almendra garrapiñada.
Se secó la Fuente de la Seda, donde yo buscaba los cabellos verdes de una náyade.
Murió mi padre, solo, sin saber que moría.
Poco a poco, murió madre.
Murió Agustín porque decidió morir.
Murió, por san Juan, Cecilio, que pintaba desnudo mientras sonaba la música de Juan Sebastián Bach.
Murió tío Manuel, que siempre fue muy fiel a sus ideas.
Murieron mis hermanos, así tan de repente o poco a poco.
Muere mi tiempo fugitivo y estoy velándolo.
DdA, XIX/5.411
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