VIOLETA

Felipe Alcaraz 

Si hay algo que subleva el alma cavernícola de los neofascistas, travestidos en trumpistas, es el factor violeta: las mujeres y su conciencia de igualdad. Los miembros del FBI (fascismo de baja intensidad) son enemigos tácticos y estratégicos de lo rojo y del equilibrio natural esculpido en verde, pero ante la bandera violeta, cuando es eso, una bandera (una voluntad de lucha), pierden totalmente los papeles y se convierten en personajes histéricos. Cuando ven a la mujer con fuerza de mujer luchando en el espacio público, con una estrategia integral que avala e ilumina las propuestas de lucha con una lógica interna envidiable, el trumpista de turno suele sufrir un furor incontenible, que a veces le prolonga la mano en acero punzante o garra o catapulta ante las ventanas abiertas de una madrugada que intentan impedir.

Viendo luchar a ese enemigo hay que aprender la distinta importancia de las cosas, su distinto grado a la hora de cuestionar, como lo hace el feminismo, una sociedad caduca y alumbrar los cimientos de un nuevo imaginario, esta vez transformador. Y a veces no nos damos cuenta. Y por eso es posible levantar un enunciado sin miedo a exagerar: el feminismo contiene, a la vez, la crítica más demoledora al antiguo dominio, y, de otro lado, tiene fuerza propulsora suficiente para plantear un relato que anuncia el imaginario de una nueva era. Es la fuerza de mujer. Es la voz y el músculo de la mujer nueva.

Y no es nada pasajero. Nos referimos a esa aura, a ese impulso. No es un nuevo elemento del mercado político de la posmodernidad. Es algo mucho más serio. El aura de la mujer, perdonadme la imagen, es como una campo electromagnético que rodea a la persona y representa una especial energía. Nos referimos a la mujer con conciencia de serlo. Es como ese porvenir que se presenta inesperadamente y hasta rompe la frontera semántica de una palabra que anuncia algo que, por su sentido, no tenía la obligación de presentarse. A esa lógica me refiero: ese porvenir ha llegado y es necesario reconocerlo, valorarlo y no ponerse en medio; es decir, es preciso que los hombres sepan convertirse en cómplices de esa lucha.

De ahí que sea necesario denunciar el especial lawfare que están sufriendo las mujeres. Y decir lawfare no es solo aludir a una guerra de la ley sino, sobre todo, porque siempre se da así, a una trama perfectamente sintonizada donde se encuentran políticos, jueces y periodistas que no aceptan la competencia de igual a igual de la mujer, y que por eso luchan por su retroceso. Y algo más, ya indicado por eminentes feministas: hay que asustar a la mujer de tal manera que no se atreva a reclamar el importe real de su trabajo, porque aquí está una de las bases del pánico sistemático: que se dé una lucha abierta por el trabajo no pagado de las mujeres.

En la revolución feminista, tan reciente, que se presentaba en forma de unidad y de masas incontables de mujeres en la calle (casi tan reciente como el proceso de su debilitamiento), las mujeres gritaban algo que no todo el mundo entendía, ya que era un discurso como abstracto, desde luego estratégico, y algo apocalíptico, si se quiere: Si nosotras nos unimos, el sistema se desploma, no puede seguir adelante.

Y, claro, el sistema lo entendió perfectamente, y entendió que había que poner en pie una respuesta de terror y demolición, la que ahora se practica desde el FBI, que, como siempre en estos casos, cuenta con el despiste, la equidistancia, la neutralidad, la moderación de las gentes biempensantes; demócratas (de epidermis), pero biempensantes. Es decir, demócratas de consumo, alineados con el mercado de la estabilidad que el capitalismo tardío ha construido a fuerza de guerras, de mentiras, de derrotas culturales de la izquierda, de patriarcado recurrente so capa de la respetabilidad de los hombres de estado.

Y por eso han empezado los retrocesos, tras el asalto a las barricadas violetas. Retrocesos en los EE.UU, el país de la libertad, y también en los países punteros de la Europa “guay”. Retrocesos terroríficos en el tercer y cuarto mundos. Retrocesos en el ámbito privado en el que se desarrolla la inevitable convivencia humana.

Valgan estas líneas para saludar ese octavo día de marzo, no muy lejos ya, en el que sonará de nuevo la hora violeta, como el rumor distinto de un mar nuevo, extraño a veces pero imparable, revolucionario.

Mundo Obrero DdA, XIX/5.391