Félix Población
Hace algo más de un siglo, en el tiempo en que mi abuelo podía ser uno de esos cazadores beneficiados por su celo y puntería cinegéticos -si no fuera mi recordado ferroviario enemigo de las armas-, en este país eran posibles reglamentos de caza como este que data de julio de 1903 y donde se especifican las respectivas recompensas que el Ayuntamiento de cada localidad dará a quienes presenten las piezas cobradas en la propia sede municipal. Hay una diferencia apreciable entre cazar una loba y un lobo, o una zorra y un zorro, como se puede distinguir por las respectivas recompensas. Cuentan también en la recompensa las crías y no se libran las aves de rapiña.
Cuesta trabajo pensar que animales que hoy gozan de protección máxima porque corren peligro de extinción, eran entonces motivo de persecución y estipendio por su eliminación. Llama la atención asimismo que para dar constancia de las muertes los cazadores tuvieran que mostrar una parte de los cuerpos de los animales, partes que además debían ser remitidas a los gobiernos civiles como comprobantes para que los Ayuntamientos rindieran cuentas y recibieran los cazadores las recompensas establecidas en cada caso.
Fue hace dos años, en el mes de febrero, cuando la caza del lobo quedó prohibida en todo el territorio nacional por tratarse de una especie clave de nuestros sistemas y quedar incluida en el Listado de Especies en Régimen de Protección Especial, algo que desde sus programas en defensa de nuestra fauna recomendaba insistentemente Félix Rodríguez de la Fuente, un adelantado en esa defensa.
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