sábado, 25 de febrero de 2023

TODO LO ABSOLUTO QUE SE PUEDE SER ESTÁ EN "EL PADRE DESNUDADO"


Puede ser una imagen de una persona, libro y texto que dice "Ramón Serrano El padre desnudado trovador de afragua"

Valentín Martín

Nadie ha escrito la liturgia del fracaso como Ramón Serrano, nadie. Ha disparado sobre el padre vencido, el padre desnudo, con la ametralladora de palabras de la abuela, en el trasfondo de un temblor de fusiles y banderas rojinegras, que no le abandonará ya nunca desde la primera bomba, ay aquel obús italiano maldito sea.
A Ramón Serrano siempre le fascinó el Delta y beber carolos nocturnos. Ahora está aquí conmigo en una novela espléndidamente editada y escrita con el oficio directo y dinámico de quien vivió de escribir y de lo que otros escribían, y sabe que uno no está seguro de si lo que recuerda lo vivió o se lo contaron. Lo que se dice una novela muy vivida entre la ficción y el retrato biográfico de una familia. En medio de ella y yo, un viaje desde el desencanto y la abulia al exilio pasando por un campo de concentración francés y otro franquista. Este es el fogonazo del paisaje humano que se encabrita o camina apaciguado para los dos.
Quizás fue muy pronto cuando Ramón aprendió a olfatear el olor a goma quemada y la luz mezquina.
-¿Qué ropa me pongo, madre?
Y esto dice un hombre que se va al exilio cruzando montañas. Hay un hilo rotundo entre ese hombre que un día se fue a la guerra para acabarla, y una abuela que lava al hijo para limpiar la piel que ya es la piel de un soldado. A Ramón le pesa en la memoria esto, y una noche con velas, bombas, y una vecina espiritista. Hay recuerdos que se agarran y duran hasta casi un siglo, que tienen vida más allá de las exclamaciones de un abuelo que siempre está cagándose en algo y que es muy cariñoso con los niños. Como la ceremonia de purificación del padre o la seguridad de que la guerra siempre es sucia.
Ramón Serrano en el mundo literario y periodístico ha hecho de todo, menos trampas. No estamos ante un recién llegado sino ante un hombre con historia y biografía de tinta y papel (su primer libro se publicó hace 60 años). Por eso no se extraña su manejo certero del lenguaje en una construcción literaria que pone al servicio esta vez de la narrativa, sin desdeñar sus poemas diarios que a veces son uno más uno.
He leído la novela con la devoción discreta de los asombros personales. Y enseguida he avisado a mi santa de que tiene que hacer un sitio para ella en su voracidad lectora.
El olor del miedo es insoportable. Esto lo sospecha Ramón, yo lo sé. Pero ha pasado el tiempo por Ramón y no hay en él cariño o admiración, tampoco rencor. Y es en ese preciso instante donde yo soy Ramón, cualquier lector puede ser Ramón. Y no debe descuidarse en ser Ramón, porque Ramón conoce la ruta de los sentimientos.
Llega el momento en que Ramón se sale del libro. Y aparece un narrador acostumbrado a una prosa como un río limpio y tranquilo, donde la tierra llana. De vez en cuando aparece la lucidez de Ramón como un derrame de luz sobre la historia, nuestra historia. Cuando miles de hombres dejan de ser soldados para ser prisioneros, habría que preguntarse por qué las columnas de los sublevados avanzaban muy despacio detrás de ellos. Medio millón de españoles fueron un problema para Francia. Franco no quería añadir ese problema, pronto se vio que no daba abasto fusilando 10 españoles diarios durante 10 años. Esto último no lo dice Ramón, se deduce de una sola línea que no puede pasar de largo para el lector omnívoro.
Luego, el libro ya avanza escrito a dos voces, la del padre y la del hijo. Concuerdan esas voces porque son el niño y el hombre viajando por la memoria sin tocarse, pero avisando el uno al otro de que hay que repartir los turnos. Los dos están de acuerdo: tanto en la felicidad como en la miseria aparece siempre la crueldad del ser humano.
El libro es un documental que hace presente al pasado. Y no es casualidad que Ramón Serrano, para terminar, acuda a esa oda al padre de Antígona. Una oración por el padre ayer desnudo. Cantó el gallo una vez, no hace falta que cante dos veces. Todo lo absoluto que se puede ser está aquí en “El padre desnudado”.

DdA, XIX/5.384

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