Anita Botwin
Desde que tengo uso de razón y tetas crecidas recuerdo la vergüenza de que se notaran los pezones respingones. Recuerdo la mirada de los púberes clavándose en mis tetas como parásitos. Las risas, las burlas. Yo las tapaba e incluso las cubría con celofán y caminaba encorvada como escondiendo una culpa. Recuerdo esas clases de educación física y esas mofas porque mis pezones se notaban más de lo permitido. Por todo ello tuve vergüenza durante años y renegué de ellas, las escondí bajo capas de ropa y sujetadores con aros que se me clavaban en la piel.
Estos días ha sido Ione Belarra la observada y señalada por unos pezones que se intuían bajo una camiseta. Esos pezones no deberían estar ahí, sino bajo el sujetador que los cubriera, lejos de la mirada varonil. La ministra de Derechos Sociales fue el punto de mira de las mentes machistas, atravesadas por demasiados años de dictadura y oscuridad judeocatólica. Esta vez el juicio estético y sexualizador sobre las mujeres vino de la mano del ultraderechista Bertrand Ndongo, cuando en Twitter adjuntó un comentario a la imagen de Belarra —“¿en serio?—”. A lo que la ministra respondía: “Porque la obligación de llevar sujetador está escrito en el mismo código de honor que mantener relaciones sexuales si te fuiste a casa con él”.
La decisión libre de una mujer para vestirse como quiera o quitarse el sostén no debería ser un debate en una sociedad decente y feminista
Efectivamente lo que está de fondo es el control sobre nuestros cuerpos y el hecho de que no podamos ejercer nuestro derecho a la libertad sexual. El problema no es nuestro ni de nuestros pezones, sino de la mirada de objetualización desde la que se ve a las mujeres. Sin embargo, la decisión libre de una mujer para vestirse como quiera o quitarse el sostén no debería ser un debate en una sociedad decente y feminista, lo que demuestra que aún estamos a años luz de serlo y que precisamente, leyes como las de “solo sí es sí” son tan necesarias.
Ya lo cantaba Rigoberta Bandini con gran acierto, “no sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas, sin ellas no habría humanidad ni habría belleza.” Como molestan o generan polémica nuestros pechos quizá las feministas de los años sesenta y setenta del siglo pasado tomaron la decisión de enseñarlos públicamente para reclamarlos como suyos y de nadie más, cansadas de responder a la mirada patriarcal.
Nuestros pechos se han movido siempre entre la censura y el consumo ajeno, entre el armario y la sala X. No existe una normalización de los mismos, sino que la hipersexualización de nuestros cuerpos sigue siendo brutal por mucho que queramos demostrar lo contrario. Como dice Beatriz Gimeno, “los pezones son como un compendio de la desigual construcción corporal y social de mujeres y hombres. No podemos enseñarlos porque están sexualizados y las mujeres no tenemos sexualidad, o no debemos tenerla, o no debe notarse; porque nuestro cuerpo es un objeto que no es para sí mismo”.
Yo misma subí a mi Instagram una imagen similar a la de Ione Belarra. Lo hice para mostrar mi apoyo a la ministra, pero también para liberarme una pizca del yugo patriarcal. Cuál fue mi sorpresa al ver ciertos comentarios o mensajes privados en los que me daban las gracias por el erotismo de la imagen. No habían entendido nada, las miradas seguían siendo las mismas que treinta años atrás en un instituto público de Ciudad Real o las de los ultraderechistas atacando el cuerpo de Belarra.
Las redes sociales llevan tiempo decidiendo censurar nuestros pezones e invisibilizarlos a golpe de pixel como si estuviéramos cometiendo el mayor de los delitos. Esta última tendencia a tapar partes de nuestro cuerpo también le salpicó a Almodóvar y su cartel de Madres Paralelas, en el que un pezón goteaba leche. Tuvo que sacar un cartel distinto que no incomodara al Tribunal de la Inquisición Patriarcal, para después ganar a la censura y poder volver a poner el pecho lactante.
No es la primera vez ni será la última, me temo, que nuestros pechos escandalizan al personal. Ya pasaba en los ochenta con el Boys, boys, boys de Sabrina y el “pezongate” de Janet Jackson en la Superbowl de 2004. Ocurre cada vez que a una mujer se le marcan de más los pechos o el escote, bien sea por descuido o por decisión propia.
Normalmente solo les interesan nuestros pechos cuando son suyos, cuando pueden manosearlos a su antojo o alimentar con ellos a sus criaturas, por lo que al fin y al cabo las tetas que molestan son las que no venden, las que son libres y son mostradas sin pudor. Por todo ello, el problema no son nuestras tetas o pezones, sino el ser dueñas de las mismas y enseñarlas cuando nos plazca. Nuestras tetas les asustan cuando no son para el consumo del hombre y cuando no están al servicio del patriarcado. Ni más ni menos.
EL SALTO DdA, XIX/5.369
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