sábado, 18 de febrero de 2023

LA VOLADURA DE NORD STREAM EN LOS MEDIOS: ALGO VA MAL EN NUESTRAS DEMOCRACIAS

El inexistente tratamiento informativo sobre la voladura del Nord Stream es solo un síntoma de que algo va realmente mal en las democracias occidentales.

EDITORIAL DE CTXT

Seis meses después de la explosión que destruyó tres de las cuatro tuberías de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, un artículo del veterano periodista de investigación estadounidense Seymour Hersh, que afirma que el presidente Joe Biden lideró y ordenó la misión secreta que provocó las explosiones, ha puesto sobre la mesa el papel que están jugando Estados Unidos y los medios occidentales en la guerra entre Rusia y Ucrania.

Como ya avanzó Hersh en su reportaje, publicado el 8 de febrero en la plataforma Substack y traducido al español por CTXT, Washington ha negado las acusaciones sin dar más explicaciones, pero la información ha generado ya un agrio enfrentamiento verbal entre Estados Unidos y Rusiaha suscitado las críticas de China y ha empezado a producir los primeros efectos políticos en Alemania, donde Oskar Lafontaine ha acusado al canciller Olaf Scholz de rendir vasallaje a Washington.

Hersh es un reportero que lleva 60 años denunciando abusos de la Administración estadounidense; ganó el Pulitzer por sus investigaciones sobre la masacre de civiles vietnamitas a manos de las fuerzas estadounidenses en 1969, y documentó la brutalidad con los prisioneros iraquíes tras la invasión en 2003, aunque su reputación se había resentido en los últimos años por supuestos errores –que él nunca quiso rectificar– en sus trabajos sobre la muerte de Bin Laden y sobre un ataque con armas químicas en Siria. 

Los principales medios de comunicación estadounidenses, entre ellos The New York Times y The Washington Post, y los de Europa occidental han mantenido durante meses un estruendoso silencio sobre la voladura del Nord Stream, y ahora ignoran también la investigación de Hersh, que por otro lado no hace más que confirmar las numerosas amenazas proferidas por la Administración Biden contra la empresa ruso-europea Nord Stream que llevaba más de una década inyectando gas barato ruso a Alemania y a sus socios europeos –el 35% de la energía que la UE importaba de Rusia–.

La renuncia de los países de la UE y de sus grandes medios no ya a investigar sino siquiera a hablar del sabotaje –seguramente el incidente internacional más revelador de lo que llevamos de conflicto entre Rusia, Ucrania, Europa y la OTAN– confirma la capacidad de Washington –que ha externalizado a la Unión Europea todo el coste y ninguno de los beneficios de la guerra de Putin– para imponer su ley y su relato. Así, asistimos a un nuevo y alarmante episodio de dejación de funciones y autocensura colectiva que recuerda mucho al que sucedió cuando la Administración Bush forzó al New York Times, y después por ósmosis a todos los demás medios serios occidentales, a tragarse sin rechistar el montaje de las armas de destrucción masiva en Irak. Años después, cuando se descubrió que la corresponsal política del Times era una agente infiltrada del Gobierno Bush, el periódico tuvo que pedir disculpas a sus lectores. Pero nadie parece haber querido o podido aprender aquella lección. 

El inexistente tratamiento informativo sobre la voladura del Nord Stream es solo un síntoma de que algo va realmente mal en las democracias occidentales. Cuando las democracias se comportan como matones sin escrúpulos y los medios miran hacia otro lado o, peor aún, intentan matar al mensajero, ¿qué tipo de periodismo y de democracias tenemos? En teoría, los europeos estamos librando esta guerra para defender los valores de las democracias liberales que Putin –un canalla y un autócrata de la peor especie– quiere aniquilar. Pero, paradójicamente, nuestros medios más importantes se han dejado seducir por el relato impuesto desde Washington y han apostado todo a un fervor belicista y atlantista absolutamente acrítico, de modo que nuestras viejas democracias se parecen cada vez más a la posmoderna autocracia rusa. 

En el caso del ataque a los gasoductos, no deja de ser curioso que CTXT haya sido uno de los escasos medios que ha republicado de forma íntegra la investigación de Hersh para que los lectores puedan hacerse una idea cabal de un trabajo cuyo interés informativo es indiscutible: el reportaje da muchísimos datos y detalles sobre el operativo secreto, la preparación y el ataque en dos fases ordenado por Biden, y responde con claridad a las cinco preguntas clave del buen periodismo: quiénes lo hicieron, cuándo lo hicieron, cómo lo hicieron, dónde lo hicieron y por qué lo hicieron. 

En CTXT confiamos más en los periodistas que escrutan e incomodan al poder que en los poderosos que atacan, presionan y manipulan a los periodistas. Y pensamos que los más de 100.000 lectores que ya han leído la pieza de Hersh están hoy mejor informados sobre el ataque al Nord Stream y sobre el papel y la estrategia de Estados Unidos en esta guerra de lo que estaban antes. Y no solo nuestros lectores. Después de una semana de disimulo generalizado y de burdos intentos de desacreditar al único periodista que se ha atrevido a profundizar en el asunto, incluso la OTAN ha reaccionado. El 15 de febrero, la Alianza anunció que creará una célula específica para vigilar las infraestructuras críticas y evitar que se repitan episodios como el del Nord Stream. De repente, la OTAN reconoce “la vulnerabilidad de estas infraestructuras y el impacto que pueden tener ataques y sabotajes como el sucedido en el gasoducto ruso”, tras el que las primeras investigaciones ven la mano de un “actor estatal”.

Si no fueran trágicos, el momento y el contenido del anuncio serían dignos de un festival del humor, porque la vigilancia de la OTAN sobre el Mar Báltico lleva décadas siendo muy intensa, pero seis meses después de las explosiones, la mayor estructura militar del mundo todavía no ha sido capaz de averiguar qué “actor estatal” destruyó los gasoductos. Y eso que se trata de un atentado único en su especie, porque daña a un enemigo de Estados Unidos (Rusia) pero también a un supuesto socio prioritario (Alemania), y además requiere de la anuencia o la implicación de otros aliados de la OTAN (Noruega, Suecia, Dinamarca).

La investigación de Hersh podrá contener errores o inexactitudes, aunque hasta ahora nadie ha podido desmentirla, pero tiene un valor fundamental: reabre el debate sobre el papel de la Administración Biden en la guerra de Ucrania y plantea numerosos interrogantes, a los que esta revista tratará de dar respuesta en las próximas semanas. Avanzamos algunos: ¿Qué supondrá este acto de guerra sucia para la relación política, económica y militar de Alemania y de Europa con EE.UU.? ¿Qué efectos ha tenido y tendrá en la enloquecida escalada bélica que se vive ya en Ucrania? ¿Qué influencia tuvo la voladura en el envío de armas decidido por Alemania? ¿Desde cuándo la OTAN puede destruir infraestructuras de sus aliados sin ofrecer al menos una explicación plausible y sin que nadie se la exija en público? ¿Ha pedido Berlín esa explicación? ¿Se la dará el canciller Scholz al Bundestag?

La actitud de los medios y los periodistas plantea también preguntas sobre el estado de la libertad de prensa y de expresión en Occidente. ¿Podrá la prensa soportar las presiones del líder del mundo libre y abandonar la autocensura y la comodidad del relato único? ¿Se llevará esta guerra por delante lo que queda de la libertad de prensa en Europa? ¿Quedan ahí fuera medios y periodistas que todavía piensen que nuestro deber ético y profesional consiste en cuestionar las versiones oficiales –siempre, pero más todavía en tiempos de guerra– en vez de en acatar los deseos / órdenes del poder y tratar de acallar a los pocos periodistas que todavía intentan contar lo que los dueños de la imprenta no quieren que se cuente? 

CTXT   DdA, XIX/5.378

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