Infiltrados: doctor en Marlaska
David Torres
Durante un par
de años padecí una fascitis plantar en el pie derecho, una putada aunque,
pensándolo bien, peor hubiera sido que me saliera en el izquierdo. Por aquel
entonces, yo no tenía ni puñetera idea de lo que era una fascitis y cuando oí
el diagnóstico pensé si ese dolorcillo en la planta del pie no me llevaría paso
a paso hasta el Valle de los Caídos al tiempo que trepaba organismo arriba
hasta dejarme cantando el Cara al sol con el brazo diestro en alto. Quién
sabe, a lo mejor así empezaron Tamames y tanto otros como él, con una molestia
en los pinreles que iba alejándolos de sus ideales de juventud para concluir en
un lavado de cerebro en toda regla. Sin embargo, el traumatólogo me
tranquilizó: no se trataba de nada de eso, pero me advirtió que eliminar una
fascitis no era nada fácil. Después de varios tratamientos inútiles, la cosa no
mejoraba y me dijo que teníamos que pasar a las infiltraciones.
Lo
de las infiltraciones también me mosqueó bastante, ya que en 2012 toda España
vio lo de aquel tipo que, durante las protestas de Rodea el Congreso, había
caído al suelo junto a unos cuantos manifestantes y, mientras llovían los
porrazos de los antidisturbios, empezó a gritar: "¡Que soy compañero,
coño!" Vete a saber si no me inyectaba un policía miniaturizado en la
planta del pie, con los efectos secundarios que podía acarrear. Le pregunté si
la solución no podía ser más peligrosa que el problema, se echó a reír y me
dijo que yo tenía demasiada imaginación. Al traumatólogo yo ya empezaba a verle
pinta de ministro del Interior, para que se hagan una idea. Ya he contado que
la última vez que había ido a consultarle fue por culpa de unos calambres
extraños en la zona de los riñones y el tío me recetó unos tirantes.
En
el cine, en la televisión y posiblemente en otros países los policías suelen
infiltrarse en organizaciones criminales -la Camorra, la Mafia, la Yakuza-,
pero en España abundan más los polis infiltrados en movimientos antisistema,
grupos independentistas y asociaciones de barrio. Probablemente hay menos
peligro si, caso de ser descubierto, en lugar de pegarte un tiro, te pegan un
póster del Che, aunque llegan a infiltrar un agente en mi comunidad de vecinos
y lo mismo se lleva una hostia. Al policía encubierto que estuvo años
infiltrado en colectivos catalanes le han caído unas cuantas demandas por
abusos sexuales, ya que era tan trabajador que se llevaba los deberes a casa y
se infiltró además en varias señoras, si bien, conociendo el funcionamiento de
la justicia española, lo mismo lo indemnizan a él por riesgo laboral.
El
mismo día que se publica que una red colombiana de narcotraficantes ha caído en
Madrid gracias a una redada policial instigada por un agente infiltrado,
descubrimos que también había un policía infiltrado en un movimiento antifascista
de Valencia. A Marlaska ya le han pedido una comparecencia pública para que
explique, entre otras cosas, por qué se considera que los antifascistas están
al mismo nivel que los narcos colombianos en el organigrama policial. Marlaska
podría explicar, de paso, por qué hay tantos policías infiltrados en
organizaciones fascistas y neonazis que ni siquiera se toman la molestia de ir
de incógnito: lo mismo no están trabajando o lo hacen en sus horas libres o por
amor al arte. En España lo de las infiltraciones es un no parar desde que, a
mediados de los setenta, cantidad de dirigentes franquistas se infiltraron en
la democracia gracias a las inyecciones de la Transición sin cambiarse ni el
apellido ni el bigote. Mi traumatólogo dirá lo que quiera, pero para mí que
esto es fascitis
Público DdA, XIX/5.375
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